Vivir bajo el yugo de una administración monopolizada por políticos de carné (a saber, por gente que no ha firmado una factura ni ha pagado nóminas en su puñetera vida) no sólo garantiza que el poder viva alejado de eso que los cursis llaman "la gente de la calle", sino que las reflexiones sobre la vida laboral de los mandatarios tengan una fiabilidad equivalente a especular sobre la existencia de los marcianos. Lo ejemplariza perfectamente la nueva ley del teletrabajo aprobada por el gobierno de los enemigos el septiembre pasado que entró en vigor ayer mismo, un texto que no será aplicable a los trabajadores que se tengan que quedar en casa por la pandemia y que se ha parido con las estrecheces lógicas de tener la firma de los escribientes de patronales y sindicatos. De momento y a falta de más noticias, la nueva ley no sólo presenta la habitual virtud de no contentar a nadie, sino de entenderse más bien poco...

Que los agentes laborales de España hayan sufrido tanto para regular el teletrabajo es lógico: si para la mayoría de políticos y sindicalistas eso de trabajar resulta cosa de ciencia-ficción, ¡pues imaginad eso tan moderniqui de currar en casa! El asunto tiene gracia, pues teletrabajar es una realidad que muchos bípedos denominados autónomos ya conocíamos de hace lustros y que presentaba desajustes que, de haber sido resueltos cuando tocaba, habrían favorecido la incorporación de mucha más gente a la nueva práctica. Pero si nos tenemos que guiar por el cuidado de los autónomos que han tenido hasta ahora nuestros césares de Madrit y de la plaza Sant Jaume, ya podemos huir por piernas. Porque como sabemos los sufridísimos 3,5 millones de profesionales que arrastramos este estigma, de nosotros sólo se habla en las campañas electorales cuando ya se ha agotado el tiempo dedicado a las becas comedor y al calentamiento planetario.

Si las medidas de control de los derechos y la calidad del trabajo por parte del gobierno central son las mismas que las que hemos podido disfrutar los autónomos en las últimas décadas, ya podemos prepararnos

Actualmente, un 85% de autónomos paga la cuota mínima a la Seguridad Social, con lo cual tendremos que trabajar un total de 35 años para garantizarnos la mitad de la pensión media (conformando un maravilloso retiro de 650 euros). Por si fuera poco, la mayoría de prestaciones sociales y de expedientes que el gobierno ha aprobado son ajenos al modus vivendi de los autónomos, que nunca osamos coger la baja ni parar de trabajar, y no porque tengamos pocas ganas de utilizar nuestra magnífica sanidad, sino por el simple motivo de que bajando la persiana mucho más de una semana no tenemos asegurada la confianza de los contratantes. Además, el gobierno PSOE-Podemos ha tenido la brillante idea de aguarnos algo más la fiesta y nos quiere impedir desgravar los planes de pensiones. Al fin y al cabo, medidas que no sólo te alejan de hacerte autónomo, sino que te mueven a sumergirte en el mundo del dinero negro.

Regulando el teletrabajo únicamente a las personas que hagan un mínimo del 30% de su jornada semanal a distancia y por un periodo no menor de tres meses no se está fomentando un cambio real en la dinámica de trabajo entre profesionales y contratantes. Simplemente, favoreces la picaresca de enviar a los trabajadores a casa justo por debajo de este porcentaje. Paralelamente, y espero equivocarme, si las medidas de control de los derechos y la calidad del trabajo por parte del gobierno central son las mismas que las que hemos podido disfrutar los autónomos en las últimas décadas, insisto, ya podemos prepararnos. De hecho, esta tampoco es una buena legislación para los empresarios, especialmente los pequeños y medianos, que han hecho lo imposible por mantener el máximo número de puestos de trabajo y que ahora pueden verse obligados a dedicar gastos extra a recursos a veces innecesarios.

Si tenemos en cuenta que, nos guste o no, el mundo tenderá a que los trabajadores ya no ingresen pasta de una sola fuente, sino que la precariedad los obligará a buscarse la vida en varias empresas, la condición de autónomo pasará a ser mucho más habitual y, por lo tanto, el teletrabajo será una realidad incuestionada para muchos habitantes de Occidente en los próximos años. Si me tengo que guiar por la propia experiencia, de momento el Gobierno ha sido incapaz de asegurar a los autónomos del Estado unos mínimos de dignidad por lo que se refiere las condiciones de trabajo y la jubilación, por no hablar de eso de la desconexión digital (el derecho a no estar permanentemente disponible fuera de horarios de oficina) que, aparte de una expresión muy bella, resulta una quimera inalcanzable que nadie tiene la valentía de controlar. ¿Si eso ha sido y es así para los autónomos, alguien cree que el Gobierno tendrá bastante fuerza para controlar millones de trabajadores más?

Insisto en que me encantaría equivocarme, pero eso de la legislación del teletrabajo suena a brindis al sol. Sólo habría una forma de asegurar la implantación, si me permitís la demagogia de hacer un ejercicio bien risible: imaginad que un 50% de la clase política fuera condenada un solo año a ejercer como autónomo. ¡Sólo un añito, sólo doce meses! Quizás después de pasar por la experiencia sus señorías de nuestros parlamentos dedicarían unas horitas a trabajar en una legislación que, aparte de bien escrita, alguien tuviera el valor de controlar como dios manda. A falta de eso, seguiremos esperando, y continuaremos felizmente saqueados por la administración de turno. Si te incorporas ahora, jovencito lector, recuerda: yo a tu edad ya teletrabajaba. Y no te lo aconsejo, criatura.