Lo único que puedo escribiros hoy es: ¿hasta cuándo aguantaréis esta tomadura de pelo? Ayer el Parlament de los del ni-un-pas-enrere y de los implementadores de la República no tuvo suficiente fuerza para reprobar a Felipe VI, ni tan siquiera para (re)aprobar el derecho de autodeterminación que, al fin y al cabo, ellos mismos se han negado sistemáticamente a ejercer. Sinceramente, queridos lectores: ¿cuántas pruebas más necesitáis? ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a soportar esta farsa? Lo más fácil sería ensañarse con Esquerra, que ya nos ha dado pistas de por dónde irán los tiros del futuro pactando con el PSC: ¡Con el PSC del malvado 155 y del bailongas Iceta! Pero también podríamos hablar del PDeCAT, de ese partido que sustenta a un president que tiene la desfachatez de coquetear con la unilateralidad mientras no puede asegurar ni el simple acto de permitir votar lo que quiera a su antecesor en sede parlamentaria.

Respondedme, sinceramente y sin miedo: ¿qué mas debe pasar? ¿Hasta cuándo podréis miraros al espejo votando a unos parlamentarios que prometieron restituciones cuando sabían perfectamente que acatarían todas y cada una de las sentencias de la judicatura española? ¿Cómo pretendéis que revoquen al monarca español, hijitos míos, si cada día le regalan su espantosa pleitesía a cambio de nada? ¿Cómo queréis, my god, que alguien tenga la osadía de aplicar el derecho de autodeterminación cuando los partidos se enzarzan encantadísimos de ver quién carga con las imputaciones del juez de turno? Al menos la sordidez política siempre conlleva algo de claridad: con estos políticos no hay nada que hacer. Unos líderes que no pueden desobedecer ni una interlocutoria que no permite el voto a un parlamentario electo nunca estarán dispuestos a luchar por la independencia de Catalunya. No, amigos míos, con esta gente, simplemente, la cosa no chuta.

Pero lo peor de todo es que los políticos de la obediencia no solo se están condenando a ellos mismos. Lo más dramático de esta situación es que la actual casta independentista manchará la paciencia y el talento de cómo mínimo dos generaciones de catalanes que, de forma totalmente comprensible, se desencantaran de los quehaceres públicos ante este espectáculo tan lamentable y se dedicarán volterianamente a alejarse de la política y a cultivar su pequeño huerto. Finalmente lo han conseguido: no han logrado que dejemos de ser independentistas, que ya tendría su mérito, sino que han querido debilitarnos para robarnos el alma. Si lo hubieran intentado en serio y no lo hubiesen conseguido, habríamos hecho lo imposible para salvarlos. ¿Pero hacer más sacrificios por una panda que no sabe ni defender a nuestros diputados electos? Lo siento, pero la próxima vez que pidan paciencia o que desfilemos en una Diada los mandaremos al carajo.

Con esta gente, insisto, no queda margen. No hay nada que hacer, a no ser que te animes a no zamparte más humillaciones y dejemos de mirárnoslo todo desde la barrera para substituirles de forma urgente. Han perdido cualquier legitimidad, se han reído en nuestras caras y han malbaratado la sangre de nuestras abuelas. ¿Qué más tienen que hacer? Te lo repito: ¿cuánto más bajo tenemos que caer para que abras los ojos y les retires la confianza? ¿Te enfadas todavía conmigo por escribir algo tan básico? ¿De veras? Reacciona, querido lector, o nuestros hijos nos dirán, con toda la razón del mundo, que fuimos una generación de mierda a la que engañaron por cuatro chavos mientras sesteábamos. Reacciona, lector, porque no podemos morder el polvo con más indignidad. Espero que ahora lo tengas claro, porque no sé que más tiene que pasar par que despiertes. No lo sé, de veras te lo digo.