Del aniversario pasado por agua con el que el soberanismo celebró la declaración de independencia del 27-O, sorprende la emergencia de Jaume Asens como una figura clave en el primer tiempo casi improvisado del exilio catalán. Hace pocos días sabíamos, por ejemplo, que el actual tercer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona (y reconocido penalista) acompañó a su amigo Toni Comín al sur de Francia justo el día de la primera reunión del Govern en que se solidifica la posibilidad de abandonar el país para evitar la prisión, y también hemos conocido el papel clave de Asens en la configuración de un equipo de defensa donde ha participado su colega Boye. Sospecho que el rol del político comú todavía va más lejos de estos detalles importantes, pero es indiscutible que la aparición de Asens en este instante guarda una intención política nada casual: insistir en la empatía del mundo de los comuns con la represión estatal del soberanismo.

Ello también explica la visita de Pablo Iglesias a Lledoners (acompañado precisamente por su íntimo Asens) y la nueva pinza de ERC y los comuns quieren perpetrar en Barcelona, primer experimento para exportar el bi-partido progresista en todo el país. Paradigmáticamente, todo este nivel de aproximación y de affair contrasta con el hecho de que Elisenda Alamany y el ala más soberanista del partido de Colau haya querido remarcar la falta de ambición soberanista de la formación, preludio de una posible fuga y más que probable acercamiento a los republicanos. Junqueras, que pretende renacer como un nuevo Pujol del independentismo autonomista, planearía un movimiento parecido al que ya hizo con Ernest Maragall y Toni Comín, ambos provenientes del entorno más catalanista del PSC: absorbiendo a los díscolos de los comuns, Esquerra compraría disidentes y ahorraría así una gran crisis en su hipotético futuro socio de gobierno. Todos contentos.

A ERC y Podemos ya le va bien solidificar su matrimonio mientras el mundo de Puigdemont y de la recién nacida Crida se radicaliza

Toda operación tiene su nivel íntimo de propaganda, y no es casual que este nuevo acercamiento del independentismo autonomista y el entorno podemita haya coincidido con la publicación del libro de charlas entre Pablo Iglesias y Enric Juliana. Hace días escuchaba a los dos protagonistas en chez Basté, y debo afirmar que el capataz de Podemos es tremendamente hábil en blanquear el régimen estatal para hacerlo más amable. Iglesias, por ejemplo, se dedicó a recordar que gente como Arrimadas, Casado o Albiol, beligerantísimos en sus declaraciones sobre la situación en Catalunya, en privado acostumbran a ser casi unos ositos de amable racionalidad incluso tendientes a admitir soluciones de tercera vía para con el conflicto con el independentismo. En esto, el jefe podemita es un madrileño como Dios manda: su especialidad, ya lo sabemos, es seducirte con impostada simpatía y unas cañas para todos.

A ERC y Podemos ya le va bien solidificar su matrimonio mientras, al menos a nivel retórico, el mundo de Puigdemont y de la recién nacida Crida se radicaliza. Todo este movimiento es fantástico para España: primero, porque crea un nuevo centro progresista de raíz autonómica y, paralelamente, porque sitúa a Puigdemont en la radicalidad y todavía hace más evidente su posición de outsider desde el exilio. Ésta es la nueva voluntad del aparato estatal: que Iglesias pacifique Catalunya, que el exterior se radicalice hasta morir en el olvido y que, poco a poco, los catalanes blanqueen el régimen español que les rompió la crisma el 1-O. Como siempre, sólo tendrán éxito si te zampas la mentira. Tú mismo, ya sabes.