Ayer supimos que los miembros de la ANC han votado a favor de impulsar unas primarias republicanas. La consulta telemática se realizó entre el 22 y el 25 de julio, acabó con el 87,8% de los votos secundando la propuesta que el secretariado nacional ya había tramado a inicios de julio y los 11.304 votos participantes la convirtieron en el plebiscito con mayor éxito de la historia de la entidad cívica independentista. Al lector, acostumbrado a manifestaciones de récord Guinness en que los participantes se cuentan por centenares de miles de personas, le puede parecer una cifra muy baja. Sin embargo, en cualquier caso, esta consulta de la ANC supera de mucho a performances de la partitocracia como las primarias de chichinabo del PDeCAT en Barcelona, que ganó Neus Munté con un total de 600 participantes, o los 519 votos que encumbraron a Alfred Bosch como candidato de ERC en la capital, una lucha electoral —por desgracia— con un solo candidato.

La parsimonia con que se han escogido los candidatos barceloneses no solo desnuda la farsa con que los partidos fingen muscular la democracia interna, lo cual no es noticia, sino sobre todo la falta de competencia y debate programático con la cual los candidatos independentistas tienen que enfrentarse antes de ser escogidos. Eso no es bueno ni para los partidos, que se muestran podridos y elefantinos, ni para sus electores, adormecidos en una fidelidad improductiva. Las primarias indepes son importantes no solo porque obligarán a los candidatos de los partidos a salir de la siesta con que se los ha escogido, sino también porque sus electores, viéndolos contrastar sus propuestas con otros, también se volverán más exigentes. A su vez, el sistema abierto de elecciones garantizará que cualquier persona que tenga vínculos culturales o (¿por qué no?) intereses económicos en una ciudad pueda concurrir.

Esto que os explico vale para cualquier ciudad o villa del país, pero es especialmente apropiado en lugares como Barcelona, donde el independentismo se juega su futuro. Ahora que Francesc-Marc Álvaro dice que no somos hegemónicos (después de haber escrito pomposamente, hace meses, que "habíamos ganado"), asegurar la capital a una coalición independentista surgida no de la unidad forzada, sino del debate contrastante sería una magnífica noticia. Tanto da quién lo haya propuesto, aunque si lo ha hecho alguien inteligente como Graupera la cosa todavía suscita más enfado entre los partidos y los pasmarotes que los gobiernan; la idea es clara, distinta, fomenta el debate y la participación y, sobre todo, en un país que se ha avezado a las derrotas, tiene la decencia de ser una idea ganadora. No se trata de celebrar las primarias para que no ganen Colau o Valls, sino para que gane el mejor independentista posible.

De momento, los partidos solo han llamado a la ANC cuando tenían que llenar la calle y cuando necesitaban pasta para pagar fianzas. Muchos deberían leer esta victoria rotunda del sí en las primarias como una ventana de oportunidad (¡puf!) para empezar a regenerar el mundo del independentismo. Yo quiero ver en un debate a un barcelonés cualquiera cómo se enfrenta con Munté y Bosch, especialmente para recordarle a la primera lo que decía de que el 1-O no había sido un referéndum y preguntarle al segundo qué es exactamente lo que ha hecho desde que es concejal, aparte de buscarse un asesor de imagen para superar el retrato que hacían de él en el programa Polonia. Pero a mí no me hagáis caso que soy un frívolo y eso de las primarias será algo mucho más exaltado. De momento, la sociedad civil ha hablado. Ahora solo falta que los partidos no quieran acudir a las municipales del 2019 a perder.

De momento, conociéndolos y visto el resultado del procés, no tengo ningún tipo de esperanza. Mucha gente dedica muchas más energías a rentabilizar derrotas que a celebrar victorias.