Tenemos tanto ruido alrededor, tantas preocupaciones para intentar sobrevivir, que a veces no llegamos a conocer noticias como la que en estos días ha llegado desde Alemania. Supongo que tampoco interesa que se dé a conocer demasiado lo sucedido en Berlín, sobre todo en un lugar como el estado español, donde el ladrillo lleva suponiendo beneficios para bolsillos de los poderosos. 

El Ayuntamiento de Berlín acaba de anunciar la compra de 14.750 viviendas y 450 locales comerciales a las inmobiliarias Vonovia y a Deutsche Wohnen por un valor total de 2.460 millones de euros. Un acuerdo al que han llegado las partes después una larga negociación y que deberá ser refrendada el domingo de la semana que viene por los ciudadanos con pasaporte alemán residentes en la capital. Con este acuerdo, que proviene de una iniciativa popular, las viviendas pasarán a formar parte de las empresas públicas Berlinovo, Howoge y Degewo. 

Esta iniciativa responde a la estrategia asumida por las instituciones berlinesas, concretamente por el Senado, que tiene como objetivo conseguir así regular los precios del alquiler. La coalición del SPD junto con los Verdes y la Izquierda parece dar frutos en plenas elecciones. Esta solución es la que finalmente se ha adoptado ante la problemática que nosotros bien conocemos: el aumento del precio de la vivienda que estaba ya en manos en la mayoría de los casos de empresas privadas. Mientras esto sucede, la oposición brama tratando de buscar todos los tipos de fallos al acuerdo: que si las viviendas no se sabe en qué estado se encuentran, que si el Parlamento no ha sido informado... La cuestión, en definitiva, es gobernar para aportar soluciones ante la encrucijada que nos encontramos: los abusos de las grandes empresas; o ponerse de su lado para protegerlas. 

Hemos caído en la trampa de pensar que por todo hay que pagar. Que incluso debemos seguir contribuyendo a un sistema que nos deja constantemente de lado

Lo mismo que estamos viviendo con el abuso de las hidroeléctricas, donde al final el perjudicado es el usuario, el que necesita la luz para poder mantener sus alimentos frescos, para cocinarlos, para ducharse con agua caliente y tener calefacción en el invierno. El mismo que paga impuestos de los que después emanan las grandes subvenciones para seguir aumentando los multimillonarios ingresos de estas empresas, o para rescatar a una banca que con prácticas usureras se enriquece para que nosotros podamos, sencillamente, tener un lugar donde vivir. 

Hemos caído en la trampa de pensar que por todo hay que pagar. Que incluso debemos seguir contribuyendo a un sistema que nos deja constantemente de lado, que nos utiliza como excusa para tomar medidas en nuestra contra. ¿Tan lejos queda la capacidad de pensar que pueden hacerse las cosas de otra manera? Que se puede generar energía sostenible para toda la población gracias a la luz del sol, a la fuerza del mar, del viento; que podríamos tener todos una vivienda sin sufrir. Que con la riqueza que generamos, si se pensase en el sustento de toda una población, habría de sobra para que nadie pasara hambre, ni frío, ni noches sin dormir pensando en cómo afrontar todo esto. 

Para que no se nos encienda esa bombilla, hace falta que noticias como la de Berlín no aparezcan demasiado. No vaya a ser que exijamos a nuestros ayuntamientos que inviertan el dinero de todos en lo que realmente necesitamos.