Dice el diccionario de la RAE en su primera acepción que una persona cínica es aquella "que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas". Dice, también, que la hipocresía es el "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan".

Cuando nuestro ordenamiento jurídico dice que todos somos iguales ante la ley, no sería descabellado pensar que esta sentencia, dicha desde la perspectiva de la realidad práctica, es cínica. Porque, efectivamente, puede entenderse que todos debemos cumplir lo que pone en la ley, la cuestión es lo que dice la ley para cada uno en cada caso. Y la ley no nos contempla a todos como iguales. Por lo tanto, será quizás un error de interpretación el que nos hace pensar que la ley es igual para todos. Porque no es así, y quizás esa máxima no quiera decir eso, sino que, sencillamente, la ley se nos aplica a todos: y habrá que ver lo que la ley nos tiene guardado para cada uno de nosotros.

Y después, cuando una estudia Derecho, ha de saber que la ley se ha de interpretar en base a diferentes principios. Está la literalidad, está la jurisprudencia, están principios sociológicos, están los contextos de cada momento… Así que la ley se aplica en base a lo que se considere en cada momento; y visto está que un tribunal puede declararte culpable y otro absolverte. Tú eres el mismo, los hechos que se valoran también, pero quien ha de interpretar las leyes y su aplicación son personas distintas. Dependerá, entonces, de cómo entienda el que te tiene que hacer cumplir la ley la manera de aplicártela. Ante la ley puede que seamos todos iguales, lo que no es igual es quien te la tenga que aplicar y los criterios que tenga en cuenta.

¿Qué dice la ley sobre el rey emérito? Pues que hasta 2014 todo lo que haya hecho en función de su cargo no se puede juzgar. Es inviolable. La ley así lo establece. Y como a todos se nos ha de aplicar la ley, ya se sabe que a Juan Carlos se la van a aplicar. Una ley solo para él, pero ley al fin y al cabo. Y la forma de interpretarla también es interesante, porque hay quien considera que más allá de los actos que llevase a cabo como jefe de estado, la inmunidad no sería de aplicación. Hay quien entiende que la inmunidad es un escudo que le hace intocable para cualquier cosa. Interpretaciones, amigos.

Entonces habría que saber si el escándalo que ahora sale a la luz, ese de los casi cien millones que le regaló supuestamente un rey árabe y que fueron ingresados en una cuenta en Suiza, respondía a sus funciones como jefe de estado o si, por el contrario, era cosa de ser un ciudadano normal y corriente con amigos generosos. Porque claro, si te hacen ese regalazo como Juan Carlos, habría que pensar en si hubo delito fiscal. Para ello habría que tener en cuenta si es cierto que después se utilizó la ley de amnistía fiscal de Montoro: pero no lo sabremos porque la ley determina que no se puede conocer la identidad de quienes trajeron desde los paraísos fiscales cantidades sorprendentes de dinero. Otra vez, la ley. Se aplica la ley, ¿lo ves?

Si, por el contrario, estos millones pudieran tener que ver algo con las funciones del jefe de estado, nos encontramos con la inmunidad que establece la ley. Otra vez la ley. Se aplica. ¿Lo ves?

Qué curioso callejón sin salida. Haga lo que haga, por donde lo haga, resulta que hay una cobertura que ampara a Juan Carlos. La cobertura de la ley. Y nada se puede investigar porque dicen los letrados del Congreso que abrir una comisión para saber de qué va todo esto va contra la ley. Así que hay que aplicar la ley de nuevo, y en base a ella, no se puede conocer qué ha hecho o dejado de hacer el monarca. Porque aquí se aplica la ley. ¿No lo ves?

Cuando el Rey habla de que se combatirá la corrupción, seguro que lo dice en serio. Y lo dice pensando en que todos tenemos que cumplir la ley. ¿No ves que ellos la están cumpliendo? Pues tú también: cumplir la ley significa que a ti, si te la saltas, te investigarán, te abrirán un proceso judicial y caerá sobre ti todo el peso de la ley. Y la ley para ti o para mí es probablemente la que determine que hay que sancionarnos si nos hemos saltado alguna cosa o hemos hecho lo que no podíamos hacer. Para la monarquía también funciona la ley: lo que ocurre es que ellos tienen otra ley. Y exigen que se cumpla, claro está: porque la ley determina que son inviolables. Por eso es tan importante el cumplimiento de la ley para ellos. Por eso son tan constitucionalistas, precisamente porque la Constitución es el marco que les garantiza que todos cumplimos la ley: tú la tuya y ellos la suya. Lo que pasa es que lo habíamos entendido mal. ¿O pensabas que la ley que se te aplica a ti o a mí es la misma que se les aplica a ellos, los de sangre azul? El problema, si has entendido esto, es tuyo (y mío). No de la ley, que dice muy claro lo que dice.

Decir que vivimos en una democracia consolidada no es falso: porque “esta democracia” se ha consolidado a base de pasar por encima del pueblo

Quizás el problema lo tengamos precisamente con la ley. Con la manera de hacerla. Con quienes redactan las normas para que éstas sean precisamente así: diferentes para cada quien, distintas para cada cual.

Y podríamos pensar que la ley en su día se redactó para garantizar que quienes después llegasen y se pusieran a hacer más leyes, nunca pudieran modificar la principal, la que establecía el marco de todo el funcionamiento de un sistema que protegería siempre a la monarquía y beneficiaría a quienes estuvieran de acuerdo en que todo fuera así. Dicho de otro modo: dejarlo todo atado y bien atado era esto. Precisamente la redacción de normas que tuvieran como objetivo blindar una serie de instituciones que soportaran los envites de cualquier forma democrática de neutralizarlos. Los porcentajes parlamentarios, la ley electoral, la propia Constitución, están milimétricamente pensadas para que unos se perpetúen, sean inmunes, inviolables e incuestionables mientras otros se partan la crisma intentando ventilarlo todo.

Y para eso precisamente se establecieron las maneras de elegir a quienes dirigen todo: desde el sistema judicial, desde las fuerzas y cuerpos de seguridad, desde el ejército, desde las licencias para los medios de comunicación, la tributación, las leyes penales y penitenciarias… Todo, por mucho que pueda ser enmendable, tiene un límite: un muro blindado que no permite que lo más fundamental sea tocado. Y esto, evidentemente, se hizo para que unas cuantas familias vivieran tranquilas, a “cuerpo de rey”, sin que los demás pudieran cuestionarlas. Dejaron bien fijados los pilares de un sistema desigual, injusto y explotador, porque tuvieron cuarenta años para diseñarlo. Si estabas de su lado, todo venía rodado. Si estabas en contra, te destrozabas (o destrozaban) la vida.

La aparente “normalización” de todo esto mediante un engaño más, llamado “Transición” fue la mentira que tejieron con la colaboración cómplice de quienes nos hicieron creer que representaban al pueblo sin privilegios. Esos que hoy se pasean en yate y se indignan cuando se plantean modificaciones que tiendan a democratizar este tinglado que montaron. Esos “padres de la Constitución” que negociaron y pactaron para que la cosa quedase disimulada y no hubiera que rendir cuentas sobre toda la barbarie cometida desde un golpe de estado y una dictadura aberrante.

Y como todo en esta vida, al final las cosas se saben, lo triste es lo que podemos hacer ahora que se destapa todo ante nuestros ojos. No creo que sea casual que Corinna tenga que denunciar a Juan Carlos fuera de España. Porque cualquiera que sepa de qué va esto ya asume que en el reino no hay nada que se pueda hacer para plantarles cara. Porque aquí las leyes se cumplen, y hay quien quiere hacernos creer que porque las leyes se cumplen vivimos en un estado de derecho y democrático. Lo meten en el mismo paquete. Y es cínico e hipócrita.

Porque un estado de derecho también se puede decir de un sistema autoritario y dictatorial. ¿O no tenía leyes el régimen franquista? Decir que la ley nos iguala a todos es falso. Y tener leyes no nos garantiza vivir en democracia ni en un sistema “justo”. La cuestión está en la manera de hacer las leyes y los límites que en ese proceso existen. Y si fuera esto una democracia plena, a través del proceso legislativo se podría acabar con las inmunidades, con las amnistías anónimas y garantizar, blindando las leyes, que nadie jamás podrá hacer normas para ser inmune o inviolable. Eso sería una democracia y eso sería, efectivamente, garantizar que todos seríamos iguales ante la ley, una ley igual para todos.

Decir que vivimos en una democracia consolidada no es falso: porque “esta democracia” se ha consolidado a base de pasar por encima del pueblo. Está muy consolidada. Claro que sí. Otra cosa es si se ha consolidado a base de destrozarse a sí misma y quedar meramente en el imperio de una ley que aplican quienes por encima de todo tienen claro que el rey es intocable.

Todo esto es un galimatías, efectivamente. Porque para eso lo hicieron: para que fuera imposible deshacer el ovillo. A no ser que se monte semejante pifostio al que ha venido ocurriendo cada dos por tres en este país: hasta que los tontos de nosotros nos damos cuenta de que los listos se acaban cuando decidimos tener que dar pasos contundentes. Y claro, los demócratas queremos jugar siempre con las normas de la democracia y del derecho: y así nos va, porque estamos atrapados por las normas que ellos hicieron, y que si cuestionamos, seremos nosotros los “golpistas”, los “antisistema” y los “traidores”.

Hipocresía y cinismo instalados hasta el tuétano. Dígame usted cómo salir de esta.