Espero que cuando usted lea estas líneas ya nos hayan dado una alegría: la de que los presos políticos saldrán de prisión en breve. Sinceramente lo espero y todo apunta a que será la noticia principal de este fin de semana.

La defensa de su libertad es la defensa de la Democracia. Porque para defender las ideas debe haber varias y han de tener canales para expresarse, y llegado el caso, puedan materializarse. Ahí reside la enormidad de la convivencia y de la paz social: el hecho de aprender a respetar, de comprender que no siempre tenemos razón y que, a pesar de creer tenerla, hay momentos en los que hemos de transigir (aunque no estemos de acuerdo) para mantener una sana convivencia.

Observo con escándalo y estupor la terrible manera en la que intentan manipularnos. La incesante cantidad de información adulterada que se consume en España. La tremenda manipulación a través de una propaganda llena de prejuicios, injusticias y mala intención. Porque hemos caído en las redes de la absoluta falta de ética. En el más obtuso planteamiento de una realidad deformada. Porque para poder conformar una opinión, un criterio que sea medianamente legítimo, este debe poder tener la oportunidad de fundamentarse en la reflexión, en el análisis y en la contraposición de diferentes ideas.

Cualquier demócrata debería estar escandalizado por lo que estamos viendo en España. Me consta que muchísimas personas lo estamos. Y no, no somos independentistas. 

Adoctrinar, dosificar la información, manipularla hasta hacer de ella algo totalmente inasumible son prácticas que atentan gravemente contra un sistema democrático que debe establecerse sobre los pilares de la justicia y la dignidad de toda persona.

Cualquier demócrata debería estar escandalizado por lo que estamos viendo en España. Me consta que muchísimas personas lo estamos. Y no, no somos independentistas y no nos cansaremos de decirlo. El problema que tenemos en estos momentos es de democracia. De la patrimonialización que está haciendo el nacionalismo español de todo un país, queriendo utilizar sus instituciones, su sistema judicial y toda la fuerza posible contra otro nacionalismo. Y resulta que, en esta “batalla”, desde mi punto de vista, “gana” quien respeta la democracia. Sencillamente. Quien considere que la población debe ser escuchada, que sus argumentos han de defenderse pacíficamente y por la vía establecida desde el acuerdo y el diálogo. Quien asume que nos encontramos ante retos políticos y sociales que jamás pueden abordarse desde la fuerza, el miedo, la mentira y la manipulación.

Defender que se diga la verdad sobre las palabras de Puigdemont y cualquier político de este país es obligado si uno quiere considerar que vivimos en una democracia. Denunciar las manipulaciones de los medios de comunicación, también. Cuestionar decisiones judiciales carentes de fundamentos jurídicos, necesario. Y alzar la voz, incluso y sobre todo, cuando no se tiene ningún interés específico ni personal, como es el caso de tantas personas que, siendo españolas y sintiéndose ajenas a cualquier cuestión nacionalista, defendemos por encima de todo la convivencia, la paz social y las garantías del respeto entre ciudadanos por parte de todo el sistema.

Es de justicia exigir la excarcelación de quienes, a día de hoy, están amparados por la presunción de inocencia que todo ciudadano tiene. Que se encuentran privados de su libertad porque se les considera peligrosos. Terrible e injusto por desproporcionado e hiriente. La justicia ha de ser ponderada, proporcionada y, desde luego, fundamentarse en criterios de equidad, poniendo por encima de todo, ante cualquier atisbo de duda, la garantía de la dignidad y la humanidad. No se entiende de ninguna de las maneras que haya debido encarcelarse a los miembros del Gobierno de Cataluña y, por supuesto tampoco, a ninguno de los Jordis.

En esta batalla “gana” quien respeta la democracia. Sencillamente. Quien considere que la población debe ser escuchada.

Marcada en el corazón tendré la carta de Cuixart que recibí anteayer desde el centro penitenciario donde lleva ya 45 días recluido. Las palabras de un hombre de paz, diálogo y respeto que llegaron en forma de abrazo doblado en un sobre. Porque los demócratas nos enviamos sobres llenos de diálogo, de entendimiento y solidaridad. Y esos sobres ahora se envían desde la cárcel.

Otros utilizan los sobres para meter el dinero de mis impuestos, ese que gano trabajando, cumpliendo con las leyes. Los guardan después en sus carteras, en sus abrigos, en sus bolsos caros. Esos que untan y compran lo que sea menester son los que nos hablan después del cumplimiento de la ley. Y los que son capaces de arremeter con violencia y cárcel contra quienes de ellos quieren separarse.

No, no soy nacionalista. Pero créanme, en la medida en que España no sea capaz de alzar la voz y exigir democracia, justicia y respeto por todos los que considera sus ciudadanos (según el gobierno, tanto los consellers como los Jordis son sus ciudadanos), y también por quienes tienen el derecho y la libertad de considerar no querer serlo, estará perdiendo una terrible batalla: la de luchar por ser cada día más abierta, más flexible y más tolerante. Y esa era la España que a lo largo de la historia fue respetada y querida por aquellos que hoy la miran con recelo y tristeza.