Mientras escribo sobre estas teclas son ya 21 millones de personas las que han sido oficialmente registradas como positivos por Covid-19 en el mundo. Hace un año ni siquiera podíamos imaginar que fuéramos a vivir un cambio tan radical y extraño en nuestras vidas. 

Ahora que cada vez que intentamos hacer planes tenemos que acabar diciendo ese “como no se sabe lo que va a pasar”. 

Ahora que las vacaciones son tan extrañas, el futuro inmediato incierto y la normalidad no termina de ser normal. 

Ahora que todos tenemos opinión sin saber del todo lo que estamos viviendo. No hay una sola certeza. 

Ahora es cuando, precisamente, parece que estamos viviendo un nuevo estado de shock. Uno de esos que aquí se han venido llamando “transición”. 

En este preciso momento estamos todos tan descolocados que, anestesiados, somos incapaces de sacar conclusiones, reflexionar o asimilar las graves cosas que están sucediendo. 

Miremos a nuestro alrededor: la extrema derecha calentando el ambiente de manera continua, los medios de comunicación (que ya no se cree casi nadie) poniendo cortinas de humo mientras en España se vive una segunda transición. En la estampa tenemos persecución sin tregua a partidos políticos y a quienes defiendan sus ideas, y al mismo tiempo, inmunidad y absoluta desfachatez. 

Desde fuera se nos debe ver con lástima. El descontrol de la pandemia, el caos político y el rey emérito marchándose mientras le investigan en otro país. 

Los Borbones resultarán ser quienes se carguen la monarquía

El espectáculo que se está dando a nivel internacional con el asunto catalán debería hacerle reflexionar a alguien. No sé si por rigor, por patriotismo, por orgullo o por vergüenza torera. Pero el repaso que están dando a nuestro sistema judicial con la cantidad de errores que se han cometido —que ni un alumno de carrera habría tenido— son para una pensada profunda. 

La gestión de una pandemia de una manera muy, pero que muy cuestionable. Un momento en el que prácticamente todos se han querido aprovechar para sacar réditos políticos, otros para hacer negocio, y hemos visto que los hay capaces de cualquier cosa menos tener a la población cubierta con una sanidad pública —que para eso ha pagado con sus impuestos—, bien informada con unos medios que no se hubieran dedicado a enfangar todo con los juegos —lamentables— de la política; y unos políticos que, en mi opinión, no han estado a la altura, ni de lejos, en la gestión de una situación que se ha cobrado miles de vidas (que de actuar con otras actitudes seguramente habrían podido ser menos). 

Me da igual el partido, me da igual la región. Todos, en definitiva, han intentado obtener réditos políticos con esta situación. Aunque haya sido a base de atacar en lugar de arrimar el hombro y machacar así al contrario. No, no nos merecíamos esto.

Por si esto fuera poco, ahora que hemos visto morir a gente a causa de unos recortes en sanidad, de una inoperancia supina de ciertos responsables, de una falta de capacidad para gestionar las urgencias lamentable, justamente ahora al rey le da por liar otro de sus escándalos. 

Me refiero a la carta que le ha enviado a su hijo. No me refiero a que se haya ido de viaje donde le haya dado la real gana, porque eso puede hacerlo. Y puede seguir fundiendo billetes en cualquier paraíso. Porque de momento le investigan pero nada le impide hacer lo que ha hecho siempre: viajar, escoltado, y disfrutar de su libertad. Esto es algo que algunos no entienden, pero es así. 

Lo que tiene bemoles, en mi opinión, es que remita una carta donde ya da a entender que aprovecha esta circunstancia para quitarse del medio. Y “la circunstancia” es toda la que he descrito antes: su país, sumido en un drama que afecta prácticamente a todos los ámbitos imaginables. Cualquiera diría que ni por agradecimiento a un pueblo que ha tragado con casi todo, habría valido la pena guardarse la carta para otro momento. Quizás para cuando superemos esta pandemia, por ejemplo. Por respeto, sobre todo, a quienes están muriendo por no tener lugar ni medios donde ser atendidos. Por respeto a todos aquellos que se están quedando sin trabajo, sin recursos y sin futuro. 

Eso, el padre. 

Al hijo no se le ocurre nada mejor que pasearse de arriba a abajo, con la reina disfrazada de Zara para que no resulte todo esto tan insultante. Y por ser sensibles se dejan caer por barrios donde las familias lo pasan mal. ¿Nadie tienen cerca para asesorarles desde una perspectiva mínimamente humana? 

No entro ya en la cuestión de la legitimidad de esta monarquía, ni en el hecho de su desconexión absoluta con el presente ni con la democracia. No entro ya en sus posibles corruptelas, en sus inmunidades y privilegios. No entro ya en eso, habrá quien piense que es cuestión de ideología política. 

Ojalá pudiéramos tener un debate social sobre criterios de índole democrática, histórica. Ojalá. De política, de proyectos, de propuestas, de medidas. 

Pero no, resulta que en este país todo se tiene que destrozar y quitar del medio por auténtico derribo. La monarquía no caerá por los motivos tan dignos que hay como para considerar que ya no toca. No. Caerá por vergüenza absoluta. 

Desde esta nueva normalidad se observan las mismas cosas que antes pero con una perspectiva muy diferente. Y estoy segura de que no soy la única que siente que al final todo cae por su propio peso. Se tarda más, es más escandaloso, pero al final, es innegable. Los Borbones resultarán ser quienes se carguen la monarquía, y esto sucederá mientras no hemos sido capaces de defender la mínima dignidad que nos merecemos, aunque sea como súbditos.