El digital especializado en crecimiento urbano Citylab llevaba el otro día un artículo de Richard Florida sobre el declive internacional de las ciudades norteamericanas que tendría que despertar un cierto debate en Barcelona. El autor de The Rise of the Creative Class advertía que, en pocos años, las inversiones de capital riesgo se han desplazado con mucha fuerza hacia las capitales asiáticas y, especialmente, hacia la China.

Según Florida, desde 2012 las ciudades de los Estados Unidos han pasado de concentrar el 70 por ciento de la inversión global en capital riesgo a convocar sólo el 40 por ciento. A través de un grupo de estudios, el investigador de la Universidad de Toronto liga este cambio de tendencia con los nuevos sectores que ha impulsado la investigación tecnológica y también, claro, con el boom que vive la economía del capital riesgo.

Una vez amortizados los negocios centrados en los portales de internet y en las redes sociales, el dinero va ahora hacia empresas relacionadas con la robótica y la inteligencia artificial. El dinero asiático, que hace 10 años cubría un 5 por ciento de la inversión tecnológica en todo el mundo, ahora representa un 40 por ciento. Aunque las universidades americanas son todavía pioneras en investigación, el impulso de China ha empezado a transformar el ecosistema de ciudades hegemónicas en el mundo.

De entrada los americanos habían creído que serían ciudades como Pittburg, Saint Louis o incluso Detroit las que competirían con Nueva York, Boston o Sant Francisco por el pastel de la última revolución tecnológica. La vieja Europa, que repuntó a remolque del estallido de la cultura digital, ha visto descender las inversiones desde 2014. Cada vez es más evidente que las ciudades asiáticas jugarán un papel de primer orden en la carrera tecnológica y, por lo tanto, en la cultura urbana del futuro.

El cambio de paisaje que ha vivido el mundo ha cogido Barcelona con el pie cambiado. Aunque la ciudad todavía vive de las ideas del PSC de Maragall, el consistorio convergente había empezado a actualizarlas. Con Trias, Barcelona escaló en los rankings de ciudades creativas. Figuras como Antoni Vives y Vicent Guallart se movían bien en el mundo de las smart cities y tenían claro que los avances tecnológicos se prueban, se humanizan y se comercializan en las ciudades importantes.

Con su activismo de escaparate, en los últimos años Ada Colau no ha hecho ni ha dejado hacer. Aunque ha fichado personas competentes como Francesca Bria, el equipo que gobierna el Ayuntamiento tiene una idea casi ludita de la vida. En el fondo, en el partido de Colau creen que el discurso de la smart city es una excusa para regalar dinero a la IBM y las ideas más atrevidas sobre la ciudad se encuentran en manos de Barcelona Global, a un lobby de hoteleros y camiseros liderado por La Vanguardia.

La ciudad está perdiendo un tiempo precioso. En las épocas de transición es cuando hace falta estar más atento de no perder trenes. Ahora que el dinero se mueve y las alianzas son tiernas e inestables es cuando Barcelona debería salir al mundo y dedicarse a atraer capital. Las ciudades triunfan cuando están bien situadas en el mapa y saben satisfacer las necesidades de los hombres de su tiempo. La única necesidad de que Colau ha contribuido a satisfacer, con su constitucionalismo de lacito amarillo, es el victimismo de los discursos procesistas y los intereses de los que dicen que aman Catalunya pero hundirían a Barcelona por evitar la independencia.