En su libro de aforismos Juan de Mairena, Machado introduce una sentencia que, en el refranero castellano, se ha convertido en popular: “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”. Me acojo a la sabiduría del “profesor apócrifo” de Machado para excusarme del imperdonable pecado de dar la razón a Isabel Díaz Ayuso, sea tal señora la encarnación del famoso héroe de la Ilíada, o la que cuida de los cerdos. Es indiscutible que Ayuso se mueve en una rueda permanente de provocaciones y estridencias que reduce el debate político a la simple bronca. En esta tesitura, resulta muy difícil dar crédito a nada de lo que dice el personaje, pero el hecho es que a menudo dispara con bala de precisión, y, para nuestra desgracia, somos los catalanes los que estamos en la diana.

El último espectáculo de su vodevil dantesco ha sido el ultraje a las lenguas que hablamos millones de personas y que, mientras no lo revirtamos, formamos parte del Estado que dice defender. En este punto prescindo de la cuestión interna del PP y del tactismo cainita que practica Ayuso con Feijóo, al que convierte en prisionero del relato que impone desde la presidencia de Madrid: le dinamita cualquier tentación de centralidad. Prescindo de ello, aunque la guerra dentro del partido es materia golosa. Y tampoco hay que explicitar demasiado lo evidente: que el PP tiene una obsesión enfermiza especialmente con el catalán, y que pese a necesitar tejer alianzas con vascos y catalanes, no puede evitar hacer de escorpión de la fábula, y clavarnos el aguijón. Ayuso, pues, ha hecho de Ayuso en las tres derivadas: tocar los bemoles a Feijóo, creándole un problema añadido con los catalanes y vascos; marcar paquete propio, as usual, y escenificar su provincianismo castizo elevado a categoría de colonizadora de sainete. Política del ruido y el espectáculo, desgraciadamente eficaz.

No sé qué es más ofensivo, si una provinciana pepera haciendo de sí misma o la hipocresía de los socialistas de turno

Sin embargo, aunque la patética pataleta de Ayuso da la dimensión del grado de bajeza de la política española, hay que detenerse en la verdad de lo que dice. "España no es un estado plurinacional", ha soltado con histriónica gestualidad, y ella y su vestido rojo se han ido de la colonia. Rápidamente, los Illa y compañía han aprovechado la ocasión para maquillar un poco su españolismo y defender el catalán ante la ignominia pepera. Pero, si me perdonan la osadía, no sé qué es más ofensivo, si una provinciana pepera haciendo de sí misma o la hipocresía de los socialistas de turno, que nos ríen las gracias mientras utilizan todas las instituciones catalanas para erosionar nuestra identidad. No es Ayuso desde Madrid quien trabaja para anular el carácter nacional de Catalunya, sino Illa desde el Palau de la Generalitat, y eso sí que es efectivamente lesivo.

Cuando Ayuso dice que España no es plurinacional, tiene toda la razón y no entiendo la escandalera. El Estado de las autonomías nació para destruir el carácter nacional de las naciones históricas que integraban el Estado, y la pantomima de la reunión de presidentes en Barcelona no es otra cosa que remachar el carácter autonómico que nos otorgan. O no hemos entendido nada de lo que ha significado la democracia española desde la Transición. Lentamente se han ido rebajando las expectativas de soberanía de Catalunya, y a estas alturas la Generalitat no es más que el Govern de una diputación grande, que se esfuerza por asomarse entre distintos reinos de taifas. Ayuso ha venido a tierra conquistada y nos ha recordado que somos una tierra conquistada. Es decir, no ha sido condescendiente como los amigos de la Illa de turno, que tienen la misma percepción de Catalunya, pero nos dan palmaditas en la espalda. ¿O alguien cree realmente que Illa se preocupa más por el catalán que Ayuso? ¿De verdad? ¿El señor del “Lérida”, el de la defensa de las sentencias del TJSC sobre la escuela catalana, el del 155 integral?

Que dejen de levantarnos la camisa. Las reuniones del café para todos son la evidencia de un Estado que, desde la Transición, trabaja para regionalizar a nuestra nación, y convertirla en una peculiaridad española. Entre Ayuso, que nos enseña los dientes, y Illa, que nos sonríe mientras nos españoliza, solo hay una diferencia: la primera es perversa, pero auténtica; el segundo es igualmente perverso, pero disimula.