Hay mensajes especialmente irritantes, incluso insultantes, en el discurso de Pedro Sánchez sobre Catalunya. Notablemente cuando pontifica sobre conceptos como la “convivencia entre catalanes" o la "igualdad entre españoles" que dice defender. Son mensajes que hacen disparar no pocas alarmas. ¿Qué estrategia esconde la recreación de estos tópicos, y no solamente cuando los utiliza en una perversa yuxtaposición? ¿Hasta qué punto su uso no delata planteamientos que trabajan subterráneamente contra la convivencia y contra la igualdad supuestamente reclamada?

Cuando Sánchez intenta vender que el llamado "problema catalán" es un tema de "convivencia" entre catalanes, de hecho está reproduciendo esa absurda encapsulación que pretende la UE del tema al considerarlo un asunto "interno" de España. Una especie de muñecas rusas con los ojos tapados. Además, Sánchez hace el ridículo cuando intenta mostrarse ajeno o neutral ante el tema porque todo el mundo puede ver que es de todo menos neutral. Juega claramente a favor de los suyos, de aquellos que Leopoldo Calvo Sotelo un día calificó de "los nuestros", los que estarían llamados a "desnacionalizar" Catalunya (sin tener en cuenta, sin embargo, que la operación en cierta manera no prosperaría).

No. Cuando el Sr. Sánchez últimamente ha visitado Barcelona, ha venido a atizar la confrontación, no a sembrar convivencia. Él ha visitado a "sus" heridos en el hospital. No a los ciudadanos heridos. Él ha hecho condecorar a los enviados a Catalunya al grito de "a por ellos", no a los "ellos", es decir nosotros. Él no ha tenido vergüenza de hacer gala de un comportamiento inmoral, entre electoralista y descaradamente "serbio", en el trato a propios y extraños. Lo cual, si hubiera justicia, tendría que contar con la reprobación de unos órganos internacionales tan competentes como ausentes. Digámoslo claro. Él no busca la reconciliación ni la convivencia entre catalanes sino la rendición de la mayoría soberanista y su castración química constitucional en la línea que propone el actual PSC. En contraste, los soberanistas, haciendo gala de un arraigado sentido de la convivencia, en todo momento han querido que el futuro de Catalunya fuera decidido entre todos los catalanes, que hubiera mucha más pluralidad en los medios públicos catalanes que en los de Madrid y que el civismo y la no violencia prevalecieran, como así ha estado.

Pretender que las expectativas y el imaginario colectivo catalán sean iguales que los de los extremeños o los leoneses, por ejemplo, es irreal

Tengamos presente, por otra parte, que cuando el líder del PSOE recurre a estos conceptos, no hace nada más que recoger de pleno un discurso largos años tejido en Catalunya por los fracasados Albert Rivera y Ciudadanos. Un discurso vergonzoso ―compartido a veces incluso por Pablo Iglesias― basado en la negación lerrouxista de la nación catalana y en el combate a sus derechos y rasgos diferenciales. Muchos viejos militantes catalanistas del PSC ven incrédulos la siniestra alianza de Iceta con los grandes introductores de la crispación y el insulto en la política catalana, llegando a ir regularmente a las manifestaciones de la mano de los que amenazaron con montarnos un "Ulster". ¿Cómo puede el Sr. Sánchez hablarnos, pues, de convivencia?

Con respecto al abuso del concepto de "igualdad entre españoles" que dice Sánchez que promueve, la dosis de cinismo sigue siendo antológica. Salta a la vista cuando pretende que sean iguales cosas que simplemente no lo son. Pretender que las expectativas y el imaginario colectivo catalán sean iguales que los de los extremeños o los leoneses, por ejemplo, es irreal. El otro día un bibliotecario del Maresme me lo ilustraba de la siguiente manera: "Pretender equiparar la bibliografía sobre nacionalismo catalán con la de cualquier otra comunidad autónoma ―incluso la de todas las comunidades (menos la vasca) en conjunto― es como comparar el Amazonas con el Manzanares". No hay igualdad posible porque, tal como denunció Gonzalo Boye en juicio del MH President Torra, los símbolos de los españoles son sagrados (lengua, rey, ducado de Franco, bandera) mientras que los de los catalanes (lengua, lazos amarillos, esteladas, historia) no son tenidos en cuenta para nada. Digámoslo claro: un español no tiene presos políticos ni exiliados políticos por razones territoriales. Un catalán sí. Un español puede ver su selección oficial en la TV. Un catalán ni tiene. Un español puede ser juzgado en su idioma. Un catalán, con dificultades. Cualquier comunidad española puede relacionarse con las autoridades escocesas. Catalunya no (según las órdenes del obseso Borrell). Un español puede disfrutar de un cine en lengua propia. Un catalán a duras penas. Un español puede sentirse nacionalmente representado por las instituciones que marca la Constitución. Un catalán difícilmente. Un español no será forzado a cambiar de idioma por un agente de la autoridad. Un catalán constantemente. Un español puede disfrutar plenamente de su nación, presente en cada artículo de la Constitución. La nación catalana ni siquiera figura. Un catalán sufre la supresión por parte del TC de derechos y competencias de su Estatuto que otras comunidades pueden seguir disfrutando plenamente. Un catalán tiene que ver su hecho nacional sometido a un desprecio mediático constante sin que ningún juez intervenga. Un español, raramente, por no decir nunca. Todo hace irrisible que alguien pretenda que los catalanes se sometan a un principio de "igualdad" que, en realidad, no es otra cosa que el aniquilamiento de la igualdad real dentro de un marco de "convivencia" fake impuesto por un Estado nada neutral.