Habemus president y Albert Rivera y los suyos hiperventilan. Pocas veces una reacción causa-efecto se apreció de manera más clara y obvia en la siempre difusa política española. Ha quedado claro que la designación de Quim Torra representa una buena noticia para quienes buscan soluciones y una pésima novedad para quienes solo quieren alimentar el lío y repartirse las ganancias de los liantes.

En Madrid a los de Rivera les basta con que no esté imputado para apoyar a un candidato del mismo PP al que declaran podrido y desahuciado por la corrupción. En Barcelona, además de no estar imputado ni encarcelado, el candidato tiene que tener el Twitter limpio y un certificado de buena conducta firmado por el cura de su parroquia. 

Queda claro que a Ciudadanos solo le vale el lío en Catalunya. A más lío, más votos. Es su único principio y su única estrategia. Las soluciones les producen pánico y ataques de histeria electoral. Su programa político como fuerza más votada se reduce a condenar cuanto hagan todos los demás, independentistas o no. En el mundo naranja solo hay un color bueno: el suyo.

Han ganado quienes defendían que lo prioritario pasaba por recuperar las instituciones y negociar desde ellas

La hiperventilación de Ciudadanos ha alcanzado proporciones tan épicas que, ahora, hasta Mariano Rajoy deviene cómplice de colaboracionismo con los nacionalistas y sospechoso de delito de lesa patria. La denuncia de Rivera sobre un supuesto pacto entre Rajoy, el PNV y ERC para dar una solución a la situación catalana, además de merecerse varias entregas monográficas en el Cuarto Milenio 3 de Iker Jiménez de puro paranormal, refleja hasta qué punto la polarización que moviliza la política en Catalunya ya no se produce tanto entre independentistas y no independentistas, sino cada vez más entre liantes hiperventilados y solucionadores pragmáticos.

Carles Puigdemont ha ganado la batalla pero va camino de perder la guerra. Él quería elecciones y no va a haberlas en el corto plazo. Designar al candidato supone un premio de consolación que dura lo que tarde el nuevo president en descubrir que los Mossos se le cuadran a su paso y al de nadie más y lo que les lleve a los socios del PDeCAT y ERC a ocupar los despachos y empezar a manejar de nuevo la maquinaria del poder.

El dilema estratégico que bloqueaba al nacionalismo se ha resuelto. Han ganado quienes defendían que lo prioritario pasaba por recuperar las instituciones y negociar desde ellas. Han perdido quienes propugnaban mantener la estrategia del conflicto para forzar una negociación con el gobierno español. Sólo queda por comprobar si semejante victoria es definitiva y eso solo el tiempo lo dirá.