Este lunes Carles Puigdemont y Toni Comín, eurodiputados con todos los derechos reconocidos, permitirán que respiremos un poco mejor. En cambio, para Junqueras, solamente habrá, como ahora y desde hace tiempo, disparate jurídico de togas apolilladas, rencores y patriotismos del Cid, elevado a potencia europea... y prisión. Como para los dos Jordis, Carme Forcadell y Dolors Bassa, y Raül Romeva, Josep Rull, Jordi Turull y Quim Forn. Abrumados por la montaña rusa de informaciones, emociones y reacciones, no se nos permite salir de un estado de choque intensivo y crónico. Mientras tanto, entre recursos y contrarrecursos, decisiones tomadas y tomas de posesión que pueden prometer y prometen (pero que difícilmente nunca cumplen) puede pasar casi de todo. Incluso cosas tan descarriadas de la lógica como un ente administrativo nos quiera dejar sin presidente porque sí, porque le apetece, mientras los despachos, cerrados y enrarecidos, como siempre son, cogen el protagonismo en plazas y calles donde corren los vientos fríos del desconcierto. Este lunes, para muchas personas, será un lunes más del invierno de nuestro descontento (y ojalá se equivoquen).
Se repite mucho, quizás incluso demasiado y de manera obsesiva en momentos como lo que vivimos, el consejo de Antoni Gramsci (1891-1937) de saber compensar "el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad". Un consejo especialmente valioso si se conoce la biografía gramsciana. De orígenes muy modestos, Gramsci era diputado comunista el 31 de octubre de 1926 cuando Mussolini, después de un oscuro atentado en Bolonia del que sale ileso, consigue eliminar lo que quedaba en Italia de democracia y prohíbe los partidos políticos de la oposición y la libertad de prensa. Quien parece ser el autor del atentado, Anteo Zamboni, es un niño: tiene 15 años. Linchado en la calle con 14 puñaladas y un tiro de revólver. Después se dijo que era anarquista. Sin pruebas. Incluso hay dudas de que fuera él quien disparara a Mussolini. El hombre que lo identificó como autor del tiro fue el oficial Carlo Alberto Pasolini, padre del director de cine Pier Paolo Pasolini.
Disueltos los partidos y sin respetar la inmunidad parlamentaria, Gramsci es arrestado el 8 de noviembre, encerrado en prisión y procesado. El 28 de mayo de 1928 lo juzga un Tribunal Especial Fascista creado el año anterior y presidido por el general Alessandro Saporiti. No hay acusación particular, pero sí cinco cónsules de la milicia fascista como jurados. A Gramsci, que comparece con otros camaradas, se lo acusa de actividad conspirativa, instigación a la guerra civil, apología del delito e incitación al odio de clase. No sé si al fin y al cabo se parece a las acusaciones de rebelión y sedición, pero la condena fue de veinte años, cuatro meses y cinco días. Una condena demasiado larga para su salud. No consigue, muy enfermo, la libertad hasta el 21 de abril de 1937. Muere seis días después, el 27 de abril. Sufría la enfermedad de Pott, tisis, arteriosclerosis, hipertensión y gota. Tenía 46 años.
Cuando Gramsci sugería acompañar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad hacía también un llamamiento al análisis sereno de la realidad y la política, que puede no ser nada estimulante. Pero por otro lado, insistía en conservar el impulso ético y en perseguir la Utopía que se escoge desde la urbanidad y se ve como un futuro mejor y compartido. Como porvenir construido en pluralidad, no puede quedar nadie fuera. Ni los que se oponen (los cónsules del fascismo en tiempos gramscianos) que tienen que ser detectados, analizados y contrarrestados. Ni los agentes colectivos para los que no vale esperar, inútilmente, una maduración "natural" de las condiciones objetivas de cambio. Ni se pueden poner plazos, ni se pueden dejar de lado factores de acceleración como la cultura compartida, la equidad construida, la solidaridad que hermana y los derechos que nos identifican y hacen crecer.
No se pueden predeterminar, como si el cambio social fuera un subproducto de la mecánica, plazos de maduración, ni se puede dejar de entrenar en la agudeza y la resiliencia, la inteligencia y la voluntad. Y cuando más nos lleve todo a entender en su magnitud las graves dificultades de la liberación, más habrá que tener en forma y a punto la musculatura de la acción que se permite proteger nuestra propia vía e integridad bajo todo tipo de presiones e incertidumbres. Con la ayuda de la inteligencia, la empatía y el humor tenemos que saber salir fortalecidos desde las situaciones más adversas. Solamente así conseguiremos convertir los sentimientos de frustración, tristeza, ira o desesperanza en alimento proteico para nuestro cerebro y nuestra voluntad. Y podremos escribir, como protagonistas, los acontecimientos de nuestra historia.
Como en todos los deseos de enero, no podemos olvidar el propósito de hacer todo el ejercicio necesario. Y nuestro gimnasio es este tsunami que ya tarda a sugerir nuevas oleadas. Y las alertas solidarias que acompañan los y las CDR perseguidos de manera tan torpe, y las Girona y Meridiana resistentes. Solo así, y con políticas valientes, conseguiremos que "el invierno de nuestro descontento se transforme en un glorioso verano (...) y todas las nubes que pesaban sobre nuestra casa, se tumben sepultadas en las profundas entrañas del océano".