Es buena señal que desde la conselleria de Salut se reconozca —cuando no hay suficiente atención primaria ni para atender a todos los nuevos los infectados de la covid y cuando, de nuevo, se llenaban las salas covid de los hospitales y se vuelven a ocupar las camas de las UCIs— que en salud pública se han cometido errores graves.

Sí. Siempre es buena señal que se reconozcan los errores. Pero es una señal mucho peor, casi imperdonable, que se hayan cometido. Porque la ola era previsible y nos ha desbordado mientras oíamos, a diario, a médicos y científicos alertar de la rapidez de contagio de la variante delta. Y acto seguido asistíamos, día sí, día también, a las horas de más audiencia de los medios públicos y privados, a los agravios y exigencias de grupos de presión defendiendo abrir el ocio nocturno y ampliar horarios y terrazas que devoran el espacio público bajo el mantra "yo controlo" (que se ha convertido demasiado pronto en gritos de "ayuda, que no puedo controlar nada"). Sociólogos y amistades daban argumentos buenistas sobre la necesidad de vivir la música en directo en festivales de miles de espectadores donde no se podía garantizar ni distancia ni mascarilla. Pero lo que es peor: cuando en los controles de las PCR para entrar se detectaban contagios, ni se garantizaba hacer seguimiento ni se vigilaban las cuarentenas. La gente joven, nos decían, lo bastante mal lo ha pasado con las restricciones, y ahora era momento de dejar que se desahogaran en viajes de fin de curso (que nadie sabe cómo se han organizado) y en botellones en las playas. Y mientras iban cayendo regulaciones (incluso la mascarilla en el exterior) Los locales de ocio nocturno miraban con celos a los botellones salvajes porque la bolsa de su negocio no tintineaba como querían, mientras el nuevo Govern quiere contentar a todos y sobre todo, no culpabilizar a los jóvenes, en un acto de fe en la magia potagia que nunca ha servido para nada en salud pública.

el nuevo Govern quiere contentar a todos y sobre todo, no culpabilizar a los jóvenes, en un acto de fe en la magia potagia que nunca ha servido para nada en salud pública.

En el viejo Govern se cometieron auténticos homicidios en residencias de tercera edad, y nadie entonó siquiera (flojito) un mea culpa. Ahora se reconocen los errores, sin embargo, ¿y qué? Las regulaciones revierten mientras el personal sanitario, de atención y cuidados está agotado. No hay propuesta de enmienda real, y aunque no lo reconocemos, nos parecemos cada vez más al Madrid de Ayuso y también (pobre National Health Service, quién te ha visto y quién te ve) a la política sanitaria de Boris Johnson. Quien salga adelante de la epidemia, quizás podrá salir inmunizado. Quien no, que la tierra le sea leve.

¿Sabe cómo está la sanidad a pie de calle, en la atención de las personas enfermas de afecciones comunes, conseller Argimon? Le explico unas "anécdotas" de estos últimos días: un enfermo de setenta y muchos años, afectado gravemente por lumbalgias casi invalidantes que le han generado problemas intestinales y que lleva cinco semanas tomando Nolotil, a dosis cada vez más altas por prescripción médica y sigue sin encontrar ninguna mejora, se trasladado finalmente al CUAP con febrícula y mucho dolor, y de aquí al hospital de zona. Sin una analítica ni una radiografía le dan el alta al cabo de cuatro horas con una inyección (?) intramuscular y un cambio aparente de medicación: ahora le han recetado Metamizol... Que es el principio activo del Nolotil.

No se puede tratar así a la gente enferma, señor conseller. En otro caso, no puede el médico de urgencias, por teléfono, pedir que un enfermo sea trasladado al hospital y no pueden los auxiliares de la ambulancia preguntar si ha pasado visita el médico y negarse a hacer el traslado para no "apreciar [ellos] motivos clínicos". Y nadie tendría que sentir la impotencia —después de sortear mil obstáculos y conseguir la promesa de que una persona enferma que ha cambiado de residencia, tendrá ambulancia para ser atendida de urgencia en el Hospital Clínico, donde la llevan desde hace mes de 40 años— si el especialista hace una petición de visita... Y cuando la petición de visita llega, es para 2022.

Catalunya, la neoautonomía dialogante y pactadora, se queda sin profesionales, absolutamente necesarios, mientras la gente más cualificada se busca trabajo, reconocimiento, un sueldo digno y mejores condiciones de trabajo, donde sea... con la amargura de que este "donde esté" no está aquí.

Catalunya, esta nación europea donde se abre (nos dice Lluís Llach) una etapa de neoautonomismo, es la zona europea donde se concentra el vórtice de la transmisión, es la zona pintada en tonos más oscuros en los mapas de occidente. Una nación con una ínfima dotación de enfermeras, médicos, investigadoras, en la que faltan fisioterapeutas, trabajadoras y psicólogas sociales, y donde es necesario que se aborden seriamente las enfermedades mentales y todos los cuidados y atenciones que haga falta para quien sufre las secuelas de la covid y de tantas enfermedades invisibilizadas (y privatizadas). Catalunya, la neoautonomía dialogante y pactadora, se queda sin profesionales, absolutamente necesarios, mientras la gente más cualificada se busca trabajo, reconocimiento, un sueldo digno y mejores condiciones de trabajo, donde sea... con la amargura de que este "donde sea" no es aquí.

Sabemos que la sanidad y la enseñanza públicas son herramientas de cohesión fundamentales, las grandes niveladoras de la desigualdad. Por eso mismo, y porque va de democracia y de creer de nuevo (ni que sea un poco) en las instituciones, un Govern "neoautonomista" no se redime diciendo que hace una buena gestión. Sobre todo, cuando no la hace, ni sobresale en el refuerzo de una sanidad puntera, ni de una enseñanza de calidad, ni en la defensa de la lengua.

El gran error puede acabar siendo que, para imponer el "neoautonomismo" se acabe deshaciendo la convivencia.