"El plan de Iberia ampliará la brecha entre Barajas y El Prat en la larga distancia", leo este jueves en el diario La Vanguardia. El subtítulo es aún más interesante: “La aerolínea hace una gran apuesta por Madrid y deja Barcelona para Level”. Evidentemente, la noticia no es ninguna sorpresa. La apuesta estratégica por Madrid por parte del gobierno del Estado y de las grandes empresas es estructural, un objetivo esencial. Ampliar el aeropuerto de El Prat sin cambiar las reglas de juego (modelo de gestión, libre competencia, capacidad de decisión) no servirá para nada. De hecho, seguramente Catalunya no necesite ampliar el aeropuerto de El Prat, sino que Catalunya necesita una aerolínea nacional, un objetivo totalmente alcanzable con un puñado de empresarios determinados y el apoyo institucional de la Generalitat de Catalunya. ¿De qué servirá tener un aeropuerto más grande si Aena sigue alterando las decisiones de las compañías? Más del 70% de pasajeros que aterrizan en Barcelona lo hacen en aerolíneas de bajo coste, mientras que en Madrid no superan el 25%. ¿Alguien cree que esto es por casualidad? Claro que no. Barajas es el aeropuerto de Estado y El Prat es para los turistas de sol y playa. Por cierto, la ampliación proyectada no será un camino de rosas, puesto que Catalunya todavía no ha cumplido las condiciones ambientales que la Comisión Europea le impuso durante la última ampliación, hace más de dos décadas. ¿Por qué la UE debería ahora aprobar una nueva ampliación, si las promesas ambientales anteriores no se llevaron a cabo? En Bruselas ya van entendiendo que no somos gente de fiar.

El pasado año, las illes Balears recibieron 18,7 millones de turistas, casi un 5% más que el año anterior. Teniendo en cuenta que el archipiélago tiene 1,2 millones de habitantes, durante el pasado año llegaron 15 turistas por cada autóctono. No es solo insostenible; es un suicidio colectivo, que se traduce en un empobrecimiento de la población general, en un fuerte bajón de la calidad de vida, en una crisis hidrológica y en una emergencia habitacional. Lo paradójico es que las propias autoridades que espolean esta huida hacia adelante toman medidas paliativas, como la limitación de coches que pueden circular por Mallorca, Eivissa y Formentera. En vez de afrontar la enfermedad, solo combaten algunos síntomas, lo que no provocará ningún cambio de tendencia ni modelo. Balears ha apostado y sigue apostando por un modelo económico basado en el turismo de masas y en la construcción sin límites, que provoca el enriquecimiento desorbitado de una minoría a costa de condenar a las futuras generaciones.

¿De qué servirá tener un aeropuerto más grande si Aena sigue alterando las decisiones de las compañías?

Catalunya recibió en 2024 un total de 32 millones de turistas. La cifra es menor que en Baleares, pero la tendencia está al alza. En Barcelona ya hemos tocado techo, y los ciudadanos que no tenemos ningún interés concreto en este negocio vemos más problemas que beneficios. Un aeropuerto con mayor capacidad servirá, básicamente, para atraer a más y más turistas, y para atender a estos turistas habrá que traer más y más mano de obra con sueldos bajos y escaso valor añadido. Y para alojar a todos estos trabajadores habrá que construir más y más viviendas. Nuestro modelo económico no se basa únicamente en el turismo de masas y en la construcción, pero se le parece cada vez más. Mientras tanto, la industria se esfuerza por progresar en medio de un laberinto de trabas burocráticas que afectan a su competitividad. Por ejemplo, en estos momentos ya es improbable que se construya nunca la tan anunciada planta de baterías coreanas en Mont-roig del Camp, debido a varios recursos interminables contra las modificaciones urbanísticas necesarias. También hemos sabido ahora que la empresa papelera Miquel y Costas se ha visto obligada a renunciar a las ayudas que ya tenía adjudicadas por el retraso de la Generalitat de Catalunya en dar los permisos para construir una planta de biomasa en La Pobla de Claramunt. Encontraríamos muchos otros ejemplos.

En este contexto, yo no estoy necesariamente en contra de la ampliación del aeropuerto, sino que estoy en contra de ampliar la tercera pista porque sí, sin más explicación que un argumentario propagandístico bien elaborado que pretende darnos gato por liebre. Los defensores de la ampliación del aeropuerto sostienen que se necesitan vuelos directos y sin escalas desde la otra punta del mundo para atraer a inversores con valor añadido. Como dogma argumental está muy bien, pero esa teoría no se sostiene; en Catalunya llevamos décadas recibiendo inversiones enormes (ahora precisamente se cumplen treinta años de la apertura de Port Aventura) con el aeropuerto actual, e incluso llegaban cuando no teníamos la T1, que se inauguró en 2009. Un inversor extranjero que quiera ganar dinero en nuestro país no dejará de hacerlo si para venir aquí tiene que hacer escala en Múnich o en Madrid, del mismo modo que vienen millones de turistas haciendo escala en Múnich o en Madrid. A lo mejor aquí hay algo que no se nos ha explicado bien, por los motivos que sean. Pero si la ampliación del aeropuerto debe servir para profundizar en un modelo económico fallido que nos empobrece, que echa a nuestros jóvenes de nuestros barrios, que amenaza nuestra identidad y que agota nuestros recursos, para mí no hace falta lo hagan y que dejen tranquilos a los patos de la Ricarda y el Remolar.