Cuesta evitar la satisfacción... incluso para los más críticos. Es la impresión que dan estos presupuestos que hoy ha presentado el conseller Giró en nombre del Govern de la Generalitat. Una Generalitat presidida por un exconseller de Economia que sufrió, y mucho, las prórrogas anteriores. La del 2018 fue inevitable por la demora en la elección de president. La del 2019 es más complicada de explicar y fue muy frustrante, al producirse en plena recuperación. Incluso la aprobación de los presupuestos del 2020 resultó desafortunada, empequeñecida por el estallido de la pandemia. Y la última, la prórroga del 2021, ha sido inevitable en pleno confinamiento y se ha complicado por la convocatoria electoral y el retraso en la formación de gobierno. ¡Cuatro años con un solo presupuesto! No se puede gobernar bien así. Todo se tiene que improvisar o se tiene que retrasar. Puedo imaginar la alegría del president y la del conseller de Economia. Pero, cuidado, escribo como si la aprobación estuviera garantizada y no lo está en absoluto. La presentación en sociedad da una inyección de optimismo, sobre todo cuando el anteproyecto de presupuesto está cargado de buenas noticias. Sin embargo, sólo hay que escuchar a los portavoces parlamentarios para entender que todavía queda un camino lleno de duras negociaciones y quizás amargas decepciones.

Tantas prórrogas y un impacto de la dimensión de la pandemia y el confinamiento hacen que sea más fácil que en el pasado hacer unos presupuestos expansivos, vista la contribución de fondos extraordinarios. Vehicular presupuestariamente la recuperación económica consiste en dar buenas noticias a todo el mundo. Ya veremos cuánto durarán, pero ahora mismo son buenas noticias para todo el mundo. Lo repito, porque creo que es el elemento más distintivo de las cuentas que se han presentado en el Parlament. Se había contemplado el interés de hacer unas cuentas para el 2021 que incorporaran los nuevos ingresos que iban llegando a la Generalitat. Si no fuera por el coste político que implica presentar, discutir y obtener la aprobación de unos presupuestos, habría sido una buena idea. Pero no es el caso. Unos presupuestos están siempre muy politizados y a menudo se votan o se rechazan independientemente de su contenido. Se necesitan unas circunstancias muy especiales para no ser rechazados. Estamos en este punto. Es raro, pero ahí estamos.

Que ERC esté implicada en dar la luz verde a la tramitación de los presupuestos generales del Estado tendría que tener la consecuencia de obtener lo mismo del PSC y de los comunes en el Parlament de Catalunya, al menos por si es necesario dar luz verde a la tramitación y no devolvérselos al Govern. Esta disponibilidad, bastante transparente, condiciona la acción de la CUP, que difícilmente querrá aparecer como la mala de la película. Ahora bien, la militancia cupaire es imprevisible, mejor dicho, no actúa según los parámetros habituales. Se lo tendrá que pensar muy bien antes de dar un paso que mostraría que es prescindible. Quedarse votando con Vox, PP y Ciudadanos sería muy raro, especialmente si PSC y los comunes se abstienen y dejan tramitar los presupuestos.

Hace tiempo que no había un incremento de gasto tan cargado de significación en todas las dimensiones de lo que muchos llaman dar respuestas a las necesidades de las personas en el presente y con proyección de futuro

¿Viviremos un nuevo episodio de presión a la CUP? Sin duda. Yo escribo con este objetivo: explicar de la manera más comprensible posible que estamos ante unos buenos presupuestos y que, si hay que escoger un motivo de bronca política, hay otros más adecuados que estos presupuestos.

Repasemos algunas de estas virtudes (repasarlas todas sería demasiado largo):

En primer lugar, el presupuesto del 2020 ya se quedó corto, y el del 2021 ni existió. El anteproyecto del 2022 es como si viniera después de dos prórrogas. Es expansivo, como no podría ser de otro modo. Incluso muy expansivo. Si el próximo año no se pudiera aprobar un nuevo presupuesto, este sería una buena base de partida para una prórroga. He aquí unos buenos motivos para aprobarlo. Quién sabe cómo será el próximo presupuesto. ¿Podrá volver a ser expansivo, o ya estará contaminado por el ánimo restrictivo que puede aparecer a partir del 2023? Esta perspectiva, desdichadamente, no se tiene que desdeñar a la hora de permitir que estas cuentas puedan desplegarse.

En segundo lugar, el talante expansivo llega a todas las partidas, pero a algunas más que a otras. Las más beneficiadas tendrían que ser del agrado de cualquier formación política más orientada a la izquierda. Sobre todo las políticas de bienestar social, en el sentido más amplio ―salud, educación, servicios sociales―, salen muy reforzadas. La promoción de la vivienda social cambia de dimensión, más que duplicando los recursos que se dedicaban a ello. Es el cambio más llamativo en términos de prioridades de gasto alcanzando una dimensión muy respetable. ¿Quién querrá rechazar este paso adelante que nos acerca a los niveles de los países de la Europa socialmente avanzada?

En tercer lugar, y por su significación, es digno de mención que ―¡finalmente!― se haya prestado atención a la gratuidad de la educación preescolar, concretamente la de los dos años. ¿Sería mejor que fuera toda la preescolar? Sin duda, pero es un comienzo bastante contundente. Hacía años que se hablaba de ello y finalmente se ha concretado. También es un cambio histórico. Hace tiempo que no había un incremento de gasto tan cargado de significación en todas las dimensiones de lo que muchos llaman dar respuestas a las necesidades de las personas en el presente y con proyección de futuro.

Como decíamos, son buenas noticias para todo el mundo.

 

Albert Carreras, Economistes pel Benestar