1. Asumir la presidencia de tu país es una gran responsabilidad, en especial en un sistema tan presidencialista como el nuestro. La residencia del president de la Generalitat está cargada de historia y las piedras hablan a quienes saben escucharlas. Josep Tarradellas lo sabía, quizás porque era un gran amante de la etiqueta y la pompa, y por eso enseguida que tomó posesión del cargo trabajó para que una simple mancomunidad de provincias que era la Generalitat restaurada volviera a ser la sede del autogobierno y la Casa dels Canonges el hogar del president. El ejercicio del poder tiene su ceremonial. Quizás es por eso por lo que el 132.º president de la Generalitat, el M.H. Sr. Pere Aragonès, el más joven de cuantos ha habido hasta ahora, va siempre de punta en blanco, con traje ejecutivo, corbata y zapatos con suela de cuero. Podría vestir igual pero más moderno, pero eso va a gustos. La moda, como indican los expertos, refleja las costumbres generales y particulares. Es un indicador sociológico.
2. Por lo que parece, en el nuevo Govern proliferarán los trajes sastre y las corbatas. Las camisetas son patrimonio de la CUP. La mediana de edad de los consellers seguramente será la más baja de los últimos tiempos, porque en Catalunya se ha impuesto el edadismo —que es una especie de síndrome de Peter Pan avanzado en el tiempo— y los mayores de sesenta años no cuentan casi para nada. A veces solo se les llama para que hagan de bomberos si las cosas se tuercen mucho. La historia es continuidad y cambio, si bien la generación actual parece que no lo sepa. Cuando se rompe la cadena generacional, se rompe un hilo rojo. Tener un hilo rojo significa estar provisto de unos principios que informan y atraviesan toda una vida y dan sentido a la historia. Las sociedades se debilitan y pierden la memoria colectiva cuando pierden este ovillo vital y social. Bienvenido sea, pues, el nuevo gobierno, hijo todavía del 1-O, porque la alternativa era repetir las elecciones y esto habría sido un desastre.
La desafección del electorado más joven es una muestra que la base no se amplía, sino que se reduce. Cuidado con la posibilidad de que el soberanismo se reduzca por donde empezó a ampliarse
3. El independentismo alcanzó el 51,7% en las últimas elecciones a pesar de perder 713.296 votos (377.694 Junts; 330.280 Esquerra y 5.322 la CUP). A los partidos independentistas debería preocuparles mucho más el segundo dato que el primero, especialmente porque los tres partidos “pescan” votos en los mismos caladeros sociodemográficos y ninguno rompe los contornos de siempre. El sistema electoral que se aplica en Catalunya favorece a los partidos independentistas y por eso estaría bien que los estados mayores de los partidos se pararan a analizar con rigor el resultado de las elecciones. Otro dato que debe tenerse en cuenta para cuando realicen el check balance. Allí donde hubo más abstención el 14-F, el voto a favor de los partidos independentistas fue menor. Es lícito sospechar, por lo tanto, que el electorado no independentista se abstuvo más y eso permitió disimular la bajada independentista. La desafección del electorado más joven es una muestra que la base no se amplía, sino que se reduce. Cuidado con la posibilidad de que el soberanismo se reduzca por donde empezó a ampliarse.
4. El nuevo gobierno no será de ninguna manera republicano, por desgracia. La república catalana no existe y la Generalitat actual es el nombre que recibe la Comunidad Autónoma de Catalunya. En todo caso, el Govern Aragonès estará integrado por republicanos e independentistas que trabajarán —o eso es lo que la gente espera— para separarse de España y constituir una Catalunya independiente en forma de república. Así como un traje dice mucho de una persona, el autoengaño es tan pernicioso para una causa como el autoodio lo es para un país. Por eso es difícil entender el debate sobre tutelas y soberanías. El gobierno Torra fue tutelado por el estado y el 155, como también lo será el gobierno Aragonés si no consigue sacudirse las mordazas mantenidas por el PSOE. Este gobierno es tan autonómico como lo eran los de los presidentes Puigdemont, Mas, Montilla, Maragall y Pujol. Al pan, pan y al vino, vino. Otra cosa es saber qué hará este gobierno para liberarse de la tutela española. Optar por banalizar la República seguro que no es la vía.
5. Política y gestión no son incompatibles. Al contrario. Debería ser el ideal del buen líder. Sería un error oponer la buena gestión de la autonomía a la reivindicación de la independencia y la confrontación con el Estado. La eficiencia gubernamental decantará a más gente hacia la causa independentista que mil proclamas. Ser conseller de la Generalitat debería comportar pasar un test de buen gestor y político, lo que significa saber convertir la gestión en el arma arrojadiza contra los déficits que impone la autonomía. Ante los obstáculos provocados por el centralismo, debe formularse una denuncia. Por cada euro disponible, hay que mostrar un acción real, a la vez que se reclaman los euros escamoteados o directamente mangados por el Estado. El buen gobierno incluye, también, la denuncia implacable y constante del centralismo. El satisfacción tarradellista (que por eso es hoy reivindicado por los socialistas) y pujolista ante cualquier menudencia forma parte de los engaños del régimen del 78 y repetirlo ahora sería condenar Catalunya a la decadencia. El gobierno que iniciará su singladura el próximo miércoles tiene que ser un ejecutivo de gestión y de combate, al tiempo que tiene una clara complicidad con la sociedad civil, lo que incluye, como no podría ser de otra forma, el Consell per la República.