¿Sabéis por qué llevamos días y días atascados? ¿Por qué no ha arrancado la legislatura? Pues porque los políticos han sucumbido a la prudencia impuesta por los abogados que les asesoran. La política es cosa de políticos y no de sus ayudantes, del mismo modo que la política no puede quedar eclipsada por el calendario judicial. En este país no sólo queremos proclamar la república a las cinco de la tarde como si estuviéramos tomando el té en la cámara de los Lores de Londres, sino que, además, no queremos asumir ningún riesgo después de constatar que el enemigo nos ha dado una o dos puñaladas. Parece que haya quien descubrió ayer que el Estado español está dispuesto a cualquier cosa para preservar la sacrosanta unidad nacional. Algunos dirigentes del soberanismo han pasado de aquel “tenemos prisa” que provocó el choque contra las rocas, al “seamos buenos” actual, que es una actitud inútil y cobarde al mismo tiempo. Los extremos nunca son buenos. Hay margen para hacer lo que ya debería haberse hecho, que es preservar la dignidad de la presidencia de la Generalitat, depuesta por la aplicación arbitraria del artículo 155. Reclamar investir como president a Carles Puigdemont, de la forma que sea y como sea, no es una reclamación personalista. No es un capricho. Puigdemont representa la institución, porque él es el president destituido, y por eso es necesario restituirle la dignidad institucional, que es a la vez la dignidad del pueblo. Pero es que, además, resulta que JuntsxCat ganó las elecciones convocadas por Mariano Rajoy apelando, precisamente, a la legitimidad del president. Rajoy no quiere que Puigdemont sea president, pero lo que no puede ser es que en Catalunya quien no ha ganado las elecciones quiera aprovechar la represión del Estado para “deshacerse” del president. Al fin y al cabo, si se acepta como lo más normal del mundo el 155, Inés Arrimadas tiene más derecho a intentar ser presidenta que cualquier líder del tercer, el cuarto o el quinto partido de la Cámara.

El independentismo ganó las elecciones repartido en tres candidaturas distintas. Obtuvo 70 diputados y la mayoría absoluta en el Parlament. Pero el orden de prelación entre los partidos de este bloque no permite ninguna duda: JuntsxCat (34), ERC (32) y CUP (4). Por lo tanto, el 21-D ganó el grupo que se presentó con el lema “Puigdemont, nuestro president”. JuntsxCat pactó con ERC que a cambio de cumplir la promesa electoral, los republicanos podían proponer como presidente del Parlament a quien quisieran. Eligieron a Roger Torrent, después de que ellos mismos descartaran otros nombres. Pero desde el primer día, Torrent va por libre, como si ERC hubiera ganado las elecciones. No fue así y punto. Quien no esté dispuesto a correr riesgos debería plantearse qué es lo que está haciendo, por lo menos para que no vuelva a pasarnos lo del 28 de diciembre, cuando descubrimos que lo que nos habían vendido como un gran proceso de preparación de la independencia eran tan solo un puñado de informes voluntariosos que no preveían para nada la realidad. El Consejo Asesor para la Transición Nacional (CATN) promovió un gran trabajo académico, con documentos muy buenos, sobre cómo proclamar la independencia, transitando de la ley a la ley, pero no previó la realidad de lo que realmente acabó ocurriendo. En política, es tan importante el texto como el contexto, puesto que de otro modo la política sería una simple filosofada. Y no lo es, como comprobamos en el sinfín de conflictos políticos repartidos por el mundo y que se podrían resolver, en teoría, aplicando simplemente la racionalidad. La conjura de los “responsables” (y no la de los irresponsables, como pretende Jordi Amat) consiguió despistar a todo quisque. Cuando decides dar la responsabilidad del mando a quienes después no tienen que ejecutar las órdenes, jamás funciona. En este caso, se transfirió a los académicos y a los juristas lo que, en realidad, era un problema político y una responsabilidad de los políticos. El PP estimula a los tribunales para que persigan a políticos y líderes cívicos por sus ideas y, por otro lado, recurre a la violencia policial para parar al soberanismo. Da igual si lo consigue o no, la cuestión es dar la sensación de que se está haciendo algo para parar el “separatismo”. El soberanismo ha opuesto a la brutalidad gubernamental toneladas de papel que, finalmente, sólo han servido para incriminar a personas y para poco más. El soberanismo se equivocó de estrategia y debe reconocerlo.

Algunos lazos amarillos que cuelgan de las solapas de ciertos políticos se están convirtiendo en sogas contra la independencia y, sobre todo, son sogas para colgar y estrangular a Puigdemont

No volvamos a incurrir en el error de transferir a no se sabe quién las decisiones que tienen que tomar los políticos. Lo cierto es que al soberanismo le conviene un baño de realismo; pero al mismo tiempo debe eliminar a quienes impidan la vuelta a la “normalidad” republicana. Dos millones y pico de personas reclaman a los políticos que se dediquen a su trabajo. Un día le dije a un destacado político soberanista que todo el mundo tiene el derecho a equivocarse, pero no a equivocarse eternamente. Hablábamos de la corrupción y de la incapacidad de los políticos para tomar decisiones dolorosas cuando de lo que se trata es de desprenderse de los compañeros que están acusados de prácticas corruptas o bien de asumir ellos mismos la responsabilidad de la negligencia de los otros, aunque haya sido por omisión. Podríamos ser muy injustos, me replicó. Quizás sí, respondí; pero si finalmente se demuestra que aquella persona no ha cometido ningún delito, ya regresará a la primera fila de la política. En este país, cuando ya has sido señalado, la “pena del telediario” no te la ahorra nadie. Por lo tanto, más vale adaptarse a lo que hay y actuar con la lógica de la realidad, tal y como es la realidad. Los electores soberanistas no permitirán que los líderes del proceso se equivoquen de nuevo. Como está pasando con los partidos que no han sabido barrer la corrupción de su entorno, por lo que cada vez son más irrelevantes, el partido soberanista que provoque que el procés descarrile otra vez lo pagará electoralmente, ahora o más adelante.

¿Quién está interesado en repetir las elecciones? Diría que nadie. Ni siquiera Ciudadanos. Todos los grupos saben que optar por repetir las elecciones provocaría un fuerte desgaste en ambos bloques. Por lo tanto, vivamos en el mundo real y que los políticos se dediquen al trabajo que les es propio. Y quien tenga miedo, repito, cosa humanamente muy comprensible, que se retire y se dedique a plantar y cuidar geranios. Los errores estratégicos soberanistas se multiplican, hasta el punto de que el presidente del Parlament ha tomado una decisión absurda, por miedo a desobedecer al nuevo statu quo, que es interponer una demanda ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) para que adopte medidas cautelares de protección del candidato Puigdemont, acompañándola de las alegaciones que la Cámara ya ha presentado al Tribunal Constitucional, y que sólo ha firmado un letrado del Parlament, el ex secretario general de ERC Joan Ridao. Con estas medidas se pide al Alto Tribunal que no admita a trámite el recurso del Gobierno español contra el debate de investidura de Carles Puigdemont. En vez de hacer política, Torrent ha aceptado el marco mental del enemigo, del enemigo que promueve el encarcelamiento, el exilio o la inhabilitación de políticos. Tomando este camino, Torrent dilata la investidura de Carles Puigdemont con una argucia jurídica que sólo es un brindis al sol y que, además, es una decisión que no debería haber tomado de forma unilateral (¡y ya van dos!) porque choca frontalmente con la estrategia de legítima defensa del president. Es mucho más grave esa decisión que la recriminación televisiva del cuñado de Junqueras a Puigdemont por no sé qué llamadas que el president no hizo. Algunos lazos amarillos que cuelgan de las solapas de ciertos políticos se están convirtiendo en sogas contra la independencia y, sobre todo, son sogas para colgar y estrangular a Puigdemont. Cuando un político triunfa es porque ha sabido sumar el sentido común con la capacidad de liderazgo. No todo el mundo sirve para eso, no todo el mundo cumple este requisito, por muy honorable que sea, en especial si miente.