Segundo intento fallido de investir president a Pere Aragonès, candidato de ERC y la CUP. El debate del pasado martes resultó menos tedioso que el primero y, también, más clarificador. Parece ser que el candidato ya ha interiorizado que no puede ni humillar ni obviar a los principales dirigentes de Junts, que también lo son del movimiento independentista, como lo es Oriol Junqueras. Esquerra, en cambio, el martes sacó a pasear al portavoz más desagradable que tienen para volver a cometer el error de confundir Junts con CiU. Pere Aragonès y Sergi Sabrià representaron aquel viejo truco policial que se practica en las comisarías. Aragonès adoptó la actitud del policía bueno mientras que Sabrià, de quien todo el mundo conoce, incluso los periodistas, los excesos verbales y las exageraciones, se convertía en el policía malo. Si Esquerra quería transmitir a Junts algo más de confianza, quizás tendría que haber elegido a otro portavoz. La feminización de la política también es esto.

El problema entre Junts y Esquerra no es solo de rivalidad sobre quién manda en el movimiento independentista, sino de relato, derivado de la valoración del momento histórico que condiciona el presente. Pongo un ejemplo. La insistencia de Pere Aragonès que él presidirá el primer gobierno republicano y de izquierdas desde los años treinta, es más que ofensiva. Es una falsedad. ¿Qué es lo que caracterizará a su gobierno para que sea considerado más republicano y de izquierdas que los que presidieron Carles Puigdemont y Quim Torra con la misma coalición de partidos? La retórica propia del izquierdismo que ha empleado estos días Pere Aragonès es algo así como un ridículo matasuegras que no se cree ni él mismo. Basta para corroborarlo con hacer balance de su gestión en el Departament d’Economia o en el de Treball. Pere Aragonès, atrapado por la CUP y sus propuestas irrealizables (el problema no es la renta básica, sino el método para aplicarla y con qué recursos hacerlo), se afana por remedar qué representa hoy Junts y abusa de la metonimia para sembrar confusión. Los lingüistas ponen un ejemplo de metonimia que siempre me ha hecho mucha gracia: “El bocadillo de jamón acaba de irse sin pagar”, dice una camarera al dueño. En este caso, la camarera se sirve del recurso metonímico para tomar el bocadillo de jamón por el cliente, que es quien se ha ido haciendo un simpa. Junts es un partido progresista en cuyo seno conviven socialdemócratas, liberales, ecologistas y democristianos, y, en cambio, los de Esquerra solo aluden a una parte porque la realidad les molesta. Si el Grup Socialista-Units per Avançar es de izquierdas, con el clerical Ramon Espadaler sentado en la bancada del partido del 155, Junts es mucho más que una convergencia de centroizquierda. Es la síntesis del país.

La apuesta por sumar desde fuera tiene que comportar que Junts practique una oposición de verdad, en clave nacional, y para defender que solo con herramientas de estado, con la independencia, se podrá salir de la situación de emergencia y de la decadencia provocada por el centralismo

Negar las diferencias entre Junts y Esquerra no es una buena solución. Cuando se inviste a un presidente, también se vota un programa de gobierno. De momento, Esquerra no ha pactado ningún programa con Junts, porque el acuerdo que blande la CUP, que refrota en la cara de los junteros como quien suelta un escupitajo, solo vincula a los republicanos. Cada grupo tiene sus soluciones para afrontar la emergencia social, la crisis económica y el conflicto con el Estado. Esquerra ha firmado con la CUP un documento que no piensa cumplir, porque no puede cumplirlo si quiere ser un partido fiable y no la reencarnación de José Luis Rodríguez Zapatero, aquel trilero socialista que engañó, primero, a Josep-Lluís Carod-Rovira, y, un tiempo después, a Artur Mas. El 15-M se coció bajo el mandato de Zapatero. Catalunya necesita un buen gobierno y no un pacto para investir un president que se verá condicionado permanentemente por la inestabilidad que comporta la demagogia aplicada a la gobernabilidad. La CUP, que tuvo la cara de dar lecciones sobre si estamos viviendo o no un momento histórico, cuando fue incapaz de atisbar qué habría comportado encerrar en la cárcel a Jordi Turull investido president de la Generalitat, no es de fiar. Esparce tanto o más odio contra Junts que Jéssica Albiach y los comunes.

Puesto que Esquerra ha intentado poner contra las cuerdas al partido de Carles Puigdemont desde el inicio de las negociaciones, cada vez está más claro que, aunque ahora llegaran a un acuerdo programático y estratégico, el infantilismo izquierdista acabaría por provocar un desastre. Hoy se necesita un gobierno fuerte, transparente, que dé confianza a la ciudadanía y a los mercados y que encare la resolución del conflicto con el Estado sin soluciones mágicas. Una cosa es la utopía, de la que no puede prescindir ningún grupo, porque se basa en unos principios éticos y en la defensa de un ideal, y otra acordar unas políticas públicas que no se ajustan a la idiosincrasia del país, a su composición social y al modelo económico de economía de mercado. Nadie tiene el patrimonio de las buenas ideas ni de las buenas prácticas, pero en Catalunya la colaboración del sector público con el privado es un modelo de éxito y lleva años practicándola. ¿A qué modelo responden, por ejemplo, las fundaciones y ONG del tercer sector? La escuela y los hospitales concertados son unos servicios públicos de gestión privada que están muy regulados y funcionan tan bien o tan mal como los de titularidad pública. ¿Tenemos que nacionalizar los hospitales de Berga, Granollers o el Hospital de Sant Pau de Barcelona? Ya advierto, de entrada, que soy partidario de dejar de subvencionar a las escuelas —o a cualquier entidad— que se escude en su doctrina religiosa (católica o musulmana) para separar a los niños de las niñas o a los hombres de las mujeres. Pero un buen gobierno tiene que rehuir las imposturas, en especial si es de coalición. Tiene que actuar por consenso y el presidente que lo dirija tiene que ser suficientemente hábil para conciliar voluntades diversas como si fuera una bisagra.

El gobierno de Pere Aragonès se pretende que nazca con fórceps. La animadversión de la CUP y de buena parte de Esquerra hacia Junts, a lo que hay que sumar las burlas de sus entornos mediáticos y la presión unionista para acabar con Puigdemont, es un mal augurio. Es por eso por lo que cada vez estoy más convencido, y siento que mucha gente también lo ve así, que la única solución es que Junts facilite la investidura de Pere Aragonès, por patriotismo y porque no se puede torturar más a la ciudadanía, pero sin entrar en el Govern. La apuesta por sumar desde fuera tiene que comportar que Junts practique una oposición de verdad, en clave nacional, y para defender que solo con herramientas de estado, con la independencia, se podrá salir de la situación de emergencia y de la decadencia provocada por el centralismo. Si lo que comparten Junts y Esquerra es el ideal, pues que Junts dé los votos a Aragonès a cambio de compartir el espacio común del movimiento independentista, que es el Consell per la República. 62 diputados son suficientes para que Aragonès salga investido el 132.º president de la Generalitat. Ya sé que esto podría propiciar que los comunes cambiaran de parecer y votaran a favor de este gobierno en minoría. Pero entonces ya estaría claro de qué iba tanta retórica. Creo que todo el mundo entiende de lo que estoy hablando. Junts únicamente debe tomar la precaución de poner negro sobre blanco las condiciones de este pacto y mostrarlas a la ciudadanía.