Estrasburgo bajo un sol de justicia. Se ve movimiento dentro y fuera del complejo de edificios de la UE. El Parlamento Europeo está rodeado por los manifestantes catalanes que protestan por el intento del gobierno español de impedir la proclamación efectiva como eurodiputados de Oriol Junqueras, Toni Comín y Carles Puigdemont, el político más odiado porque jamás se rinde. Prescindiendo del dramatismo del momento, la escena es casi festiva. Una celebración democrática para denunciar el abuso del poder. Mientras los manifestantes protestan, el establishment europeo se reparte los cargos entre las tradicionales familias políticas, todas ellas dañadas por la corrupción. Lo prueba que dos de los políticos propuestos para ocupar altas responsabilidades ejecutivas en la UE, Josep Borrell y Christine Lagarde, han sido investigados y sancionados, a pesar de que la prensa ahora lo pase por alto, por sus malas prácticas. Se llevan diez años entre ellos y aun así actúan igual. Son ese tipo de políticos que la gente normal aborrece. Si no fuera que el ascenso de la extrema derecha asusta más a la ciudadanía que los trapicheos de estos sátrapas, estaría bien imitar a los demócratas de Hong Kong y ocupar pacíficamente las instituciones de la UE para echarlos. El Brexit y Farage son la gran excusa de los poderosos para impedir la crítica contra una UE elitista, rancia y profundamente conservadora incluso cuando los “socialdemócratas” y los “liberales” consiguen “colocar” a sus peones en puestos destacados.

Se han ampliado los estados miembros de la UE pero la desconexión de las instituciones europeas de los ciudadanos es total

El martes a mediodía, en la avenida del presidente Robert Schuman de Estrasburgo, las banderas al viento de los catalanes llegados de todo el país desbordaban el espacio previsto y eran un símbolo de libertad. Las banderas que ondeaban de los mástiles oficiales casi la desteñían. La Europa de los estados se está deteriorando rápidamente en contra de las virtudes que le encuentran analistas de la talla de Daniel Innerarity, que ayer publicó un artículo para elogiar el enredo europeo para elegir a los cargos de máximo nivel. Las carencias que deberían corregirse son tantas y tan trascendentales que los vítores por una UE con algo de pluralismo interno y una gobernanza compleja son completamente injustificados. El demos que sostiene la UE ya no es el pueblo soberano, a pesar del dinero que nos cuesta el Parlamento Europeo y las dos sedes que tiene, pero los ciudadanos europeos son cada vez más críticos con unos políticos que se muestran indiferentes a la voluntad popular. Antonio Tajani, hasta el pasado martes presidente de la Eurocámara y antiguo portavoz del primer político populista europeo de los últimos tiempos, Silvio Berlusconi, se ha comportado como un lacayo al impedir que los tres eurodiputados catalanes perseguidos por España pudieran sentarse en su escaño. Borrell ha sido premiado con un cargo que ya había ocupado Javier Solana, un político de su quinta ya retirado, a pesar de haber protagonizado una gran estafa electoral al ser elegido y dimitir a continuación, mientras se impide el paso a Junqueras, Comín y Puigdemont. La respuesta de la UE a los más de dos millones de personas que les votaron —de las cuales 10.000 se desplazaron hasta Estrasburgo para que se les escuchase— es la indiferencia. La UE da la espalda al voto popular. “La solidaridad de hecho” que reclamaba Schuman en 1950, cuando se puso en marcha la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA), y que debía permitir la construcción de una unión europea real, se ha ido diluyendo por la base en manos de los burócratas. Se han ampliado los estados miembros de la UE pero la desconexión de las instituciones europeas de los ciudadanos es total.

La democracia se tambalea en todas partes por la acción autoritaria que se ha apoderado de muchos políticos, de derechas o de izquierdas. El comportamiento autoritario de Borrell ante las preguntas incómodas de un periodista es idéntico a la arrogancia tramposa y embustera de Donald Trump cuando intimida a intelectuales, artistas o políticos con tuits ofensivos. ¿Cuál es la diferencia entre la amenaza del gobierno español al Open Arms con multas de hasta 901.000 euros si rescata inmigrantes “ilegales” del Mediterráneo con la deshumanización trumpista de la frontera —fortificada con un muro— entre los EE.UU. y México? La devaluación del voto de los catalanes después de la victoria electoral de los independentistas, con formulismos de dudosa legalidad, se asemeja al intento de Erdogan de retener la alcaldía de Estambul anulando las elecciones que había ganado la oposición y obligando a repetirlas con historias inventados. También es verdad que el castigo que ha recibido el primer ministro turco ha sido severo y espectacular.

No sé cómo acabará la batalla legal que ha planteado Puigdemont para convertirse en eurodiputado a pesar de la oposición del establishment español. Deseo que acabe bien y que lo que ya fue reconocido por el BOE —¡qué ironía! — no lo estropee la conchabanza de los poderosos y los pactos bajo mano. Hay que estar preparados por si ocurre, pero solo los enemigos de la democracia y los sectarios —que en Catalunya abundan tanto como en España— pueden alegrarse de ello. La UE está a punto de falsificar la democracia de una parte de ciudadanos europeos que desean un estado propio. Hay que hacer caso a Carne Ross, fundador y alma de Independent Diplomat, cuando recomienda a los movimientos de liberación nacional que no se rindan jamás. El nombre del juego es resistir. Resistir como en Vietnam.