Mi sobrino Francesc está en la prisión. En Brians 1. Lo detuvieron el viernes, entre las 8 y las 9 de la noche en la plaza Urquinaona con Trafalgar. Las furgonetas de la Policía Nacional subían a toda velocidad por la calle de Jonqueres y allí mismo, sin que ninguna de las personas que estaban allí los hubiera increpado o violentado, empezaron a zurrar a los jóvenes. Tres policías se abalanzaron contra una chica, que después he sabido que tenía 22 años y que ahora también está encarcelada en Wad-Ras. A mi sobrino le abrieron la cabeza, lleva nueve puntos de sutura, lo vejaron, lo apalearon. En fin, la cosa más normal del mundo, según dijo el expresident Mas en el FAQS, porque los policías no son monjes. El mal de un político es no saber escuchar la voz de la gente. Y Mas se ha equivocado siempre. Un hombre al cual la gente, incluyendo estos jóvenes maltratados, le ha pagado todas las multas por mera solidaridad, por camaradería, tendría que tener más empatía por los jóvenes independentistas que estos días han sido masacrados por la policía. Los jóvenes independentistas no son delincuentes, señor Mas; son patriotas que se enfrentan a la injusticia.

Con más de 500 heridos, los dirigentes políticos catalanes no pueden hacer como el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, encubridor de torturas, según el TEDH, que se traslada a Barcelona para visitar a un policía hospitalizado. Lamento las lesiones de este policía y de cualquier otro agente policial. Condenada está la violencia, pues. Pero por eso mismo, porque no me cuesta condenar la violencia, puedo alzar la voz contra la brutalidad de las fuerzas de orden público. El siempre lúcido —y cínico— José Manuel Gracía-Margallo el sábado hizo uno de sus tuits esclarecedores sobre qué se estaba produciendo en las calles de Barcelona. Según el exministro y ahora eurodiputado del PP,  “Lo que se está dilucidando en Cataluña es la pervivencia de España como Nación”. Acompañaba la sentencia con el típico icono de la rojigualda. Por si no había quedado claro, escribe la palabra "nación" con mayúsculas. Los españolistas lo tienen claro, y los jóvenes independentistas, también, por eso la batalla es dura. En la calle, la unidad popular es total, sólo enturbiada por los ataques de oportunismo de Gabriel Rufián y su séquito. En los dos palacios, en el de la Generalitat y en el del Parlament, la tónica general son las puñaladas. Decepcionante y triste.

El coraje de mi sobrino, y de tantos otros jóvenes que, como él, defienden el derecho a reclamar de verdad la independencia y no vivir de reclamarla, puede destrozarles la vida

Estos días turbios, tensos, de fiebre amarilla y de negrura represiva, es necesario que reclamemos a los políticos que hagan su trabajo. Quien no esté a la altura del momento, acabará, esta vez sí, en la "papelera de la historia". Los poderes españoles quieren escarmentar a los jóvenes independentistas catalanes, actuando contra ellos, atemorizando a los padres y a los familiares para volver al desierto dictatorial, que duró cuarenta años porque la frase preferida de los parientes era "niño o niña, no te metas en política". En la España franquista las calles eran un gran cementerio, en la España constitucional las calles se han convertido en una muestra más de que la democracia está en peligro, como muchos lugares del mundo, ya lo sabemos, pero eso no es ningún consuelo. Un energúmeno, un pobre hombre, director adjunto del diario El Mundo, incluso el viernes reclamaba por Twitter que el Gobierno desplegara al ejército en Catalunya, supongo que para convertirla en un nuevo Tiananmen: "¿Y el ejército? ¿Qué más debe ocurrir para aplicar el estado de excepción?". Lo que un periodista tendría que reclamar es averiguar la verdad y no comportarse como un partisano que difunde los comunicados del gobierno de turno.

Se puede ser unionista y demócrata. Conozco a unos cuantos, pero son pocos los que tienen la osadía de alzar la voz para defender a los jóvenes masacrados por la policía. Los hay que son tan poca cosa que te llaman en privado para ofrecerte apoyo, eso tan catalán de guardar las formas, y son incapaces de saltarse el relato de su grupo. De pensar y actuar por ellos mismos. Soy independentista, he apoyado a grupos políticos que ahora están en el Govern, pero eso no me ha impedido nunca ser crítico con su actuación, como lo estoy haciendo ahora. Mi atrevimiento, que no gusta nada, sólo tiene consecuencias pequeñas, intrascendentes, si preferís, que pasan por la marginación, las descalificaciones o el "no te equivoques de enemigo", escrito como una amenaza. El coraje de mi sobrino, y de tantos otros jóvenes que, como él, defienden el derecho a reclamar de verdad la independencia y no vivir de reclamarla, puede destrozarles la vida. A mi sobrino no lo desanimaré, lo abrazaré cuando pueda y me sentiré orgulloso. Ahora se trata de buscar imágenes que prueben que las acusaciones policiales son una pura invención. Una manipulación. ¡Ya es gordo que tengamos que volver a otros tiempos, a la negra noche, cuando en España gobierna el PSOE! En los estados de derecho serios, la presunción de inocencia es sagrada. Es la prueba del algodón de la democracia.