Jordi Carbonell, presidente de ERC entre 1996 y 2004, el 11 de septiembre de 1976, en Sant Boi, pronunció una de las frases míticas de aquellos años de transición política, de debate entre la reforma y la ruptura. “Que la prudencia no nos convierta en traidores", dijo desde el escenario montado por la Asamblea de Catalunya y se convirtió en el titular de aquella jornada. La advertencia de un antiguo luchador antifranquista, entonces independiente, iba dirigida a los que, atemorizados por la fuerza del militarismo franquista, querían pasar página rápidamente del pasado. Uno de los errores de la transición fue la prisa, pero no precisamente por querer acelerar el cambio. Al contrario. El PSUC, aunque era el partido mejor organizado bajo la dictadura, impuso un ritmo, digamos, lento a la transición con la excusa de que había que atraer a los sectores moderados franquistas hacia las posiciones democráticas. Ahora sabemos que lo que se debería haber hecho es escarmentarlos de verdad. Los franquistas se fueron de rositas tras la muerte del dictador.

En agosto de 1976 se constituyó la Comissió Onze de Setembre, integrada por la Assemblea de Catalunya, el Consell de Forces Polítiques y otros grupos que no participaban en esos dos organismos unitarios. El objetivo era conseguir la autorización para celebrar, otra vez, la Diada Nacional. Desde el primer momento las discusiones internas y las negociaciones con el gobernador civil, Salvador Sánchez Terán, fueron difíciles. El gobernador civil era el guardián de las esencias de la legalidad de entonces. El Club Catalonia, liderado por Juan Antonio Samaranch, en ese momento presidente de la Diputación de Barcelona, ​​no secundó la convocatoria por estar en desacuerdo con la referencia al Estatuto republicano en el documento unitario que se debía leer aquella tarde. Samaranch, antiguo falangista, no se había convertido aún en el prócer barcelonés que se vendió después del 92. Era un hombre de la dictadura y por esa razón mucha gente se opuso a que el Estadio Olímpico llevara su nombre. Descartado Samaranch y ya que era necesario que en Sant Boi hablara un conservador, se recurrió a Octavi Saltor, un venerable escritor católico, promotor de la Liga Liberal Catalana, que sin embargo, como quedó demostrado en las elecciones de 1977, no representaba a nadie.

La Catalunya de 2018 ya no es aquella débil y dócil Catalunya de los años 80 que hoy anhelan reconstruir quienes entonces echaban pestes del pujolismo

Se pidió celebrar la manifestación en la Ciutadella, pero el gobierno Suárez vetó la propuesta precisamente por el simbolismo que había intuido Josep Solé Barberà, el abogado comunista que lo había propuesto. Finalmente, Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación, autorizó la manifestación, que tuvo lugar en Sant Boi a propuesta de Josep Benet. Los historiadores tienen predilección por preservar la memoria y en aquella ciudad del Baix Llobregat había sido enterrado, aunque en 1976 nada lo indicada, Rafael Casanova. La plaza donde se desarrolló el mitin estaba llena a rebosar y Jordi Carbonell encendió los ánimos al comparar 1714 con 1939: "Que la prudencia no nos convierta en traidores" —gritaba, mientras la multitud allí reunida se deshacía en aplausos. Fue premonitorio. La “traición de los líderes”, por resumirlo con el título de las densas y acusatorias memorias de Lluís Maria Xirinachs, dejó abierta una herida que el régimen del 78 no supo suturar. Desde los inicios de la democracia, la tónica general de las políticas autonomistas aplicadas por el Estado ha sido la regresión en vez de la superación de los déficits constitucionales.

Cuando Carbonell murió, el 22 de agosto de 2016, el Govern presidido por el MHP Carles Puigdemont llevaba poco más de medio año en funcionamiento, tras el famoso paso a un lado de Artur Mas, estrujado por la CUP. Los compañeros de partido de Carbonell, integrados en Junts pel Sí, repitieron una vez y otra la mítica frase de 1976 para resaltar, supongo, que ellos se mantendrían firmes en la defensa de una hoja de ruta que debía conducirnos a lo que pasó el 27-O, que no fue otra cosa que la proclamación de la República catalana, siguiendo el mandato del 1-O. Dudar del otro es uno de los deportes favoritos del independentismo. Pero hay unionistas catalanistas que se han especializado en sermonear a todo el mundo, por ejemplo Jordi Amat, ese ensayista que tacha de irresponsables a los que defienden un proyecto político simplemente porque conlleva riesgos. Poner al mismo nivel las formas autoritarias impuestas por el PP al Estado de derecho y el independentismo es un insulto. Es, al fin y al cabo, justificar la violencia, la inequidad, la arbitrariedad, las mentiras y la xenofobia promovidas por el PP y por los medios de comunicación españoles. ¿De qué irresponsabilidad está hablando este hombre? Incluso un político tan conservador con Churchill sabía, en 1945, que el mundo estaba cambiando más deprisa de lo que podían cambiar ellos y, por lo tanto, que el gran error de los conservadores sería aplicar al presente los hábitos del pasado. La Catalunya de 2018 ya no es aquella débil y dócil Catalunya de los años 80 que hoy anhelan reconstruir quienes entonces echaban pestes del pujolismo.

"Que la prudencia no nos convierta en traidores", cabría repetir otra vez, pero aplicándolo a los que nos han empujado contra las rocas y ahora reclaman "realismo"

"Que la prudencia no nos convierta en traidores", cabría repetir otra vez, pero aplicándolo a los que nos han empujado contra las rocas y ahora reclaman "realismo", en una feliz coincidencia entre unionistas y arrepentidos. Es legítimo tener miedo ante la represión que aplica el Estado contra los dirigentes políticos y de la sociedad civil del soberanismo, pero la acción política no puede quedar subordinada al temor sobre qué nos pasará individualmente. Hay que asumir las consecuencias de lo hecho y de cómo se ha hecho. Y si alguien no puede resistir el tirón, debe optar por retirarse de la primera línea. Este no es momento para los timoratos. Hay que saber defender lo ganado y no aceptar, por lo menos de entrada, las condiciones de rendición que buscan el Estado y el unionismo. Es por ello que el MHP Puigdemont, destituido ilegalmente, como quedó claro en el recurso interpuesto por el Parlament contra el 155, tiene que afrontar el debate de investidura sin miedo. Una vez investido, si vuelve a ser destituido o los partidos unionistas recurren a argucias reglamentarias para impedir su investidura, ya se verá cuáles son las opciones. Es por ello que la constitución de la Mesa del Parlamento y el debate de investidura son dos caras de una sola moneda. Separarlo es una trampa que haría perder la legitimidad que hoy está en manos de los soberanistas.

Prescindir de la legitimidad republicana que representa el president Carles Puigdemont y su Govern, al final nos convertiría en traidores

Tiempo habrá para determinar si hasta la aplicación del 155 hemos vivido una fase naíf del procés, como indican algunos articulistas ligados al pasado y que recomiendan calma desde los diarios unionistas, o bien si ha quedado demostrado que por lo menos la mitad del pueblo de Catalunya está dispuesta a mantener sus posiciones. La idea de legitimidad dio la victoria a JuntsXCat en detrimento de ERC y la CUP. Esta legislatura, que será larga, no lo duden, porque hay que rehacer el autogobierno, sin embargo, no será normal porque arranca con una gran anormalidad, que es que el Estado quiere alterar la voluntad popular impidiendo que el líder de la mayoría soberanista sea investido president. Será una legislatura presidida por el conflicto, de eso tampoco les quepa duda. Argumentar lo contrario sería engañarse o bien demostraría que habría triunfado el viejo autonomismo de la mano de quienes ahora piden prudencia. Necesitamos que se constituya pronto el nuevo Govern para empezar la remontada, pero al mismo tiempo debemos preservar la legitimidad, porque prescindir de ella, prescindir de la legitimidad republicana que representa el president Carles Puigdemont y su Govern, al final nos convertiría en traidores al espíritu del 1-O y el 27-O. Jordi Carbonell lo tendría hoy tan claro como lo tuvo en 1976.