1. El pesimismo lleva a la decadencia. El pesimismo abre la puerta a la depresión. Si en las personas deprimidas la tristeza profunda genera pensamientos negativos por falta de razonamiento intelectual, cuando hablamos de política el pesimismo es el primer síntoma de que se ha entrado en un callejón sin salida. El procés independentista se ha acabado, por lo menos de la manera como se había entendido durante la década pasada. No me molesta coincidir con el ministro de la Presidencia español, Félix Bolaños. El PSOE ha conseguido imponer a Esquerra, mediante la intermediación de los abertzales, una vía de colaboración que excluye la independencia de Catalunya. La mala digestión de los hechos de octubre de 2017, que los republicanos interpretan como una derrota, les condiciona. Su pesimismo es como el árbol que no les deja ver el bosque. Dejémoslo aquí. La historia pondrá a todo el mundo en su sitio. Ahora ya sabemos, y costó bastante saberlo, hasta qué punto el Seis de Octubre de 1934 fue resultado de una competición interna de Esquerra. Pasan los años y el ADN destructivo se transmite de generación en generación. Es un estigma republicano que ahora se encubre bajo una disciplina partidista propia de los partidos leninistas y por los silencios que impone el temor a perder el trabajo. Es un comportamiento muy humano pero descaradamente antipolítico. A Junts, por hablar de otro partido con los mismos vicios, le costará mucho plantearse una crisis de gobierno, algo que no estoy reclamando en absoluto, por la tontería de obligar a los conselleres a abandonar el escaño. Si salen del Govern, se quedan a la intemperie.

2. Al día siguiente del teatro que representaron los ministros del PSOE y los consellers de Esquerra en el Palau de la Generalitat, el ministro Bolaños declaró en RAC1: “La acción política de un gobierno no puede condicionar al siguiente” y, por lo tanto, la continuidad del diálogo dependerá de los resultados de las próximas elecciones. El ministro aseguró que con la evolución de la negociación demostrarán que es “útil” y sirve “para que Catalunya normalice su situación”. Este es el objetivo: “normalizar”. El ministro expone en voz alta lo que todo el mundo sabe. Esta mesa de diálogo no es entre el Estado y la Generalitat, sino entre partidos. Es por eso que no se entiende el psicodrama que organizó el president Aragonès cuando Jordi Sànchez le comunicó quién asistiría en nombre de Junts. Pedro Sánchez, que sigue las doctrinas de Iván Redondo sin el coste de tenerlo a su lado, no quería de ninguna forma tener sentados delante a dos ex-presos políticos. Por lo que parece, Roger Torrent, a pesar de su ego expansivo, no representa lo mismo que los dos Jordis de Junts. El miércoles por la mañana el expresidente del Parlament estaba en el TSJC para afrontar la demanda de la Fiscalía por desobediencia al Tribunal Constitucional, y a las cinco de la tarde se sentaba, como si fuera lo más normal, a dos metros escasos de quien lo había ordenado. Nadie se inmutó, ni siquiera el interesado. El encausado y el conseller iban vestidos con la misma americana por la mañana y por la tarde para saludar a un Pedro Sánchez pletórico. Y eso a pesar de que en octubre de 2019 Sánchez puso en marcha la vía judicial, contra él y toda la mesa del Parlament, para parar la acción política, como antes lo había hecho Mariano Rajoy, del independentismo. La “normalidad” es esto. Como también lo es volver a las puertas giratorias de antes, cosa que ya han hecho dos ex-altos cargos de Esquerra (contraviniendo incluso el código ético promovido por ellos): Josep Ginesta (ahora secretario general de PIMEC) y Miquel Gamisans, contratado por un grupo de presión integrado por antiguos políticos del PP y del PSOE para mercadear con los fondos europeos Next Generation.

El temor ha sido toda la vida uno de los aliados más fieles del poder. La creación de atmósferas de miedo es muy eficaz, incluso cuando son artificiales, para desarticular al adversario

3. La inicialización que reclamaba ayer Jordi Barbeta en su columna semanal empezó bastante tiempo atrás. Solo los interesados conocen los términos del acuerdo entre Esquerra y el PSOE para conseguir los indultos. Costará mucho averiguar las concesiones de los presos para recibir un indulto parcial, pero es evidente que Esquerra no propone ahora lo mismo que antes de 2017. El giro ha sido tan radical, que es legítimo sospechar que no fue porque sí, por una simple maduración política. Ha habido otros motivos, además de los provocados por el miedo, que en estos momentos no conocemos. Tener miedo es legítimo humanamente. A mí también me resulta difícil entender qué piensa una persona que se inmola, como hacían los monjes budistas o más tarde han hecho los terroristas islamistas, para defender una idea. Pero actuar en política con miedo solo abona el temor colectivo. El temor ha sido toda la vida uno de los aliados más fieles del poder. La creación de atmósferas de miedo es muy eficaz, incluso cuando son artificiales, para desarticular al adversario. Y uno de estos artificios es, por ejemplo, que solo se podrá negociar con el PSOE y por eso ahora es el momento adecuado. Parece mentida que Esquerra no haya aprendido que Felipe González organizó los GAL para acabar con el conflicto vasco y, en cambio, que Aznar negoció con ETA sin reparar en nada. El ADN socialista también se hereda. Además, históricamente, Catalunya ha obtenido más réditos negociando con el nacionalismo español conservador en el poder que cuando han gobernado los jacobinos nacionalistas (liberales, republicanos o socialistas).

4. Es cierto que un fracaso político se rectifica con un cambio de planteamiento. Repetir las mismas acciones no es una opción. Pero una cosa es planificar una nueva estrategia para conseguir la independencia y otra muy distinta abandonar el objetivo. Conseguir la independencia en la Europa occidental no es fácil. En realidad, son muy pocas las independencias logradas durante el siglo XX: Noruega (1905), Irlanda (1919, que la Gran Bretaña aceptó en 1921), Islandia (1944) y Malta (1964). En la Europa oriental ha habido muchas más, pero también más problemáticas, salvo en el caso de la última partición de Checoslovaquia (1989) y de la separación de Finlandia de Rusia aprovechando la Revolución bolchevique. Yo no soy de los que van diciendo por ahí que los dirigentes del 1-O nos engañaron. No lo creo. No he creído jamás que fueran de farol con la amenaza de proclamar la independencia para conseguir, simplemente, que el Estado se sentase en una mesa de negociación. Al contrario. Había una clara voluntad de dar el salto definitivo. Incluso el Estado lo percibió. Lo que falló fue la teoría, diseñada por el exvicepresidente del Tribunal Constitucional, el profesor Carles Viver i Pi-Sunyer, que era posible llegar a la independencia transitando de la ley a la ley. Cambiar la legalidad solo es posible si tienes a tu lado una fuerza coercitiva. La vía Viver era copiada de la Transición. Aun así, adolecía del defecto de no tener en cuenta, y no era un aspecto menor, que incluso en el caso español la Transición estuvo a punto de naufragar a manos de los militares y del propio Rey. El clímax fue el 23-F. Aunque lo acabaran juzgando, los dirigentes del procés sabían cuál era la posición del major Josep-Lluís Trapero. Se le juzgó para escarmentarlo, para inocularle de una vez por todas el temor del dios Estado. Ha aprendido la lección. También Esquerra. En las próximas elecciones sabremos cuánta gente sostiene que el 2017 fue el “1919 irlandés” de los catalanes y cuánta apoya regresar a la nada.