El electorado convergente ya no existe. Esta medianoche dará comienzo la penúltima campaña electoral del año y cuando conozcamos los resultados de las elecciones municipales y europeas, entonces quedará claro lo que digo y quizás empezará la última batalla. La carrera para llegar en primera posición al Palau de la Generalitat. Si el equilibrio de fuerzas cambiara tan radicalmente como se dice, tampoco sería extraño acabar con la legislatura y convocar elecciones anticipadas para abrir una nueva etapa y aclarar un poco el panorama. La sensación de provisionalidad va en contra de los intereses independentistas, pero, sobre todo, va en contra del país.

Si damos crédito a las encuestas, ERC tiene muchas probabilidades de conseguir bastantes alcaldías que antes eran un feudo seguro de los convergentes. Lo tendrán fácil allí donde la vieja CiU ha resucitado y enseña la patita tras el camuflaje de las nuevas siglas. En otros lugares, en cambio, allí donde la lógica del 21-D impuesta por el entorno Puigdemont sigue viva, Esquerra seguramente sufrirá más o incluso perderá. Ni un solo independentista quiere volver al pasado. El electorado catalán tiene desde hace algún tiempo el paladar muy fino y ya no acepta gato por liebre. De este cambio radical parece que no se hayan dado cuenta los abonados al marketing político, quienes insisten en mandar mensajes electorales vacíos de contenido y tangencialmente emocionales. La realidad ha cambiado mucho en muy pocos años. El electorado antiguamente convergente y hoy netamente independentista ya no se traga acríticamente que un señor como Carles Campuzano, que pasaba por ser el más independentista y el más socialdemócrata de CDC, haya buscado refugio debajo las faldas de la patronal catalana Foment después de vivir del momio durante años. Vieja política en estado puro. Y esta falsedad, la madre de un amigo mío, convergente de toda la vida, ya no la acepta. Mi amigo, que siempre recurre al ejemplo de su madre para apelar a la moderación, en estos momentos no sale de su asombro porque su madre lo ha avanzado en todos los sentidos.

Existe un espacio muy amplio, que no cubre nadie, que no se siente representado por nadie y que desconfía de los partidos tradicionales

ERC ganó las elecciones del 28-A, a pesar de la tibieza de su discurso, porque es todavía mejor garantía que según quien. Los sospechosos habituales cansan. Solo Puigdemont es capaz de resistir la embestida de Oriol Junqueras. Conserva el halo del presidente que ha sabido dar esquinazo a la represión para derrotar unas cuantas veces al Estado. Si el grupo apadrinado por Puigdemont perdió las elecciones del 28-A fue porque el desorden en este sector es tan enorme y los vicios tan evidentes, que ni los más confiados estuvieron dispuestos a regalar nada a Jordi Sànchez, cuyo discurso, cuando intervino en la campaña, no acababa de ligar ni con el de Laura Borràs ni con el del president Puigdemont. Así es difícil generar empatía y ganas de votar con la misma euforia que se votó el 21-D. El electorado fiel al 1-O frunce el ceño cuando oye según qué cosas. Como le decía Humpty Dumpty a Alicia a través del espejo del país de las maravillas, “la cuestión es saber quién manda”.

Si la candidatura de Puigdemont tiene éxito (y para mí, con suerte, saldrá elegido solo él), al president se le acumulará el trabajo. Tendrá que tomar una decisión y recapitular. Acabar con todo y limpiar la casa. Porque su problema no es que sea más radical que Junqueras y que haya perdido el apoyo de la gente, que es la teoría que defiende la nueva tercera vía, ahora encabezada por antiguos profetas del hemos ganado. No, el problema de Puigdemont es de organización. El president no tiene tras de sí ningún partido —salvo los restos del antiguo PDeCAT que genera alergia entre los puigdemontistas que jamás fueron convergentes— que represente la marea independentista que cautivó a las clases medias y que son contrarias tanto a repetir los experimentos del tripartito como a volver a la plácida autonomía de los ladrones. Además, me dice otro amigo, soberanista de primera hora, en las actuales circunstancias parece que lo importante es tener escaño en Madrid y dejar a Catalunya sin liderazgos. Esto no pasaba ni en las épocas más autonomistas de Pujol.

Es razonable pensar —en privado lo reconoce— que Maragall prefiere un pacto con Ada Colau e incluso con el PSC, si es necesario, antes que con Artadi, a quien Esquerra siempre señala como representante recalcitrante del espacio convergente. Esta campaña será corta pero intensa. Al día siguiente del 26 de mayo habrá que arremangarse para encarar lo que todavía está por venir. Existe un espacio muy amplio, que no cubre nadie, que no se siente representado por nadie y que desconfía de los partidos tradicionales. Muerta la Crida, por incomparecencia, quizás será necesario promover un espacio político independentista, republicano, ecologista y feminista que dirija gente que esté más preocupada por transformar el país, por reformarlo, que por ocupar un cargo. Hay políticos, como le reprochó el president Quim Torra a Inés Arrimadas en su despedida como parlamentaria catalana, que solo son silencio. Nada. Los hay, en cambio, que provocan el silencio de los demás. Los acallan por esa pereza de pensar Kant reprochaba a los no ilustrados.