En 1966, José Luis Moreno (1935-2016), de nombre artístico “José Luis y su guitarra”, anunció el lanzamiento de un sencillo llamado Gibraltar. La canción, musicalmente infame, supuestamente narra pasajes de la historia con la intención de recordarle al mundo la españolidad del Peñón y defenderla. Más que de una canción, cuyo estribillo era “Esta es la verdad, la pura verdad, esta es la verdad sobre Gibraltar”, se trataba de otra de esas tretas propagandistas del régimen de Franco, azuzando el nacionalismo cutre de entonces. Franco estuvo a punto de participar en la Segunda Guerra Mundial. Si finalmente no lo hizo fue, según cuenta Manuel Ros Agudo en “Preparativos secretos de Franco para atacar Gibraltar (1939-1941)”, porque las contrapartidas territoriales que exigía por su participación (Marruecos francés, Oranesado en Argelia y una ampliación de la Guinea española) no le fueron garantizadas por escrito por sus socios del Eje. Según se había previsto, la entrada en guerra de España se debía iniciar con un ataque por sorpresa contra Gibraltar. Ros demuestra en su artículo que Franco llevaba más de un año preparando un ataque exclusivamente español contra la colonia británica. No se salió con la suya.

La reivindicación franquista del Peñón, ese ¡Gibraltar español! coreado por las masas enardecidas en la plaza de Oriente, no era algo nuevo. Desde el siglo XVIII, poco después de que España se viese obligada por el tratado de Utrecht de 1713 a ceder a Inglaterra el peñón de Gibraltar, la reivindicación es inmediata. Desde entonces Gibraltar ha sido siempre el más importante e imprescindible punto de referencia del nacionalismo español. Lo explicó estupendamente Isidro Sepúlveda Muñoz en el artículo “Instrumentalización nacionalista del irredentismo español: Gibraltar y el nacionalismo español”, publicado en 1996 en una buena revista italiana que ya no se edita, Spagna contemporánea. En ese artículo, Sepúlveda ofrece una detallada reconstrucción de los diferentes argumentos de varios políticos e intelectuales en favor de la reconquista del Peñón. Su conclusión era que Gibraltar fue uno de los pocos temas sobre los que no había disenso entre las distintas corrientes ideológicas españolas. La “vida sigue igual”, por resumirlo con otra melodía de los tiempos franquistas. Josep Borrell, el locuaz y mentiroso ministro socialista, defiende las mismas majaderías que viene defendiendo el ultranacionalismo reaccionario español desde la “humillación” posterior al fin de la Guerra de Sucesión española que implantó en España la monarquía de los Borbones. La guerra no acabó ahí, pues siguieron las hostilidades hasta julio de 1715, cuando el marqués de Asfeld tomó Palma de Mallorca, para quebrar el mundo foral de la Corona de Aragón.

Si el nacionalismo español no fuese tan gallardo y agresivo, tan ultra, se hubiera dado cuenta de que se pueden compartir muchas cosas sin necesidad de pertenecer al mismo estado

El nacionalismo español es profundamente historicista. La persistente reivindicación del peñón de Gibraltar y el tinte radical de esa demanda le ha perjudicado mucho. Si damos crédito al estudio Bordering on Britishness del antropólogo y catedrático de Sociología en la Universidad de Essex, el gibraltareño Andrew Canessa, España perdió la batalla emocional y política en Gibraltar desde el momento en que la agresividad franquista puso en guardia a sus habitantes. Los gibraltareños no se sienten españoles, que es lo que pasa cuando una comunidad consigue resistir a las agresiones de un estado-nación hambriento de grandeza. Antes de la guerra civil española las relaciones culturales, de parentesco y económicas era muy profundas. Un tercio de los matrimonios se producían entre hombres gibraltareños y mujeres españolas. Franco les quiso españolizar y cuando no lo consiguió les quiso aislar. Hoy Gibraltar es un territorio de la “comunidad británica”, según expresión del Gobierno de Londres, cuya población, incluso la que tiene parientes en España, está harta del nacionalismo español. Muchos gibraltareños sólo hablan inglés para afirmar su identidad y no sólo por despecho.

El éxito sesentero de José Luis terminaba así: “Han pasado los años por el Peñón y la bandera inglesa ondea al sol, mas a pesar de todo, el mundo no ha olvidado que Gibraltar será siempre español... mas a pesar de todo, el mundo no ha olvidado que Gibraltar será siempre español”. La UE queda advertida, aunque me parece que ha quedado claro que los 27 se han pasado por el forro la advertencia del cantante pop español. Theresa May también ha hecho otro tanto con las exigencias del partido unionista norte-irlandés, su aliado en Westminster, que le exigía medidas que evitasen lo inevitable, que los Acuerdos de paz de 1998 siguiesen vigentes y por lo tanto que la reunificación irlandesa siguiese su curso natural. Si el nacionalismo español no fuese tan gallardo y agresivo, tan ultra, se hubiera dado cuenta de que se pueden compartir muchas cosas sin necesidad de pertenecer al mismo estado, ni adoptar la nacionalidad impuesta por otro. No da para más, y del mismo modo que a los falangistas la reivindicación de lo castizo castellano les permitió “nacionalizar” a Loyola, a los ultranacionalistas actuales les va el blanco y negro de José Luis con su guitarra.