También hubiera podido titular este artículo los “patriotas de base”. Los independentistas de antes de que el terremoto guerracivilista lo destruyera todo hablaban de los “de abajo”, del pueblo, de los que defendían la nación sin reclamar nada, ni privilegios ni honores, para referirse a la base del movimiento. A los “de abajo” no les era necesario apelar a ninguna unidad estratégica, porque ellos eran la unidad. El común de la gente, patriótica, tercamente alzada, la que realmente llena la historia, no falla jamás. Ni antes ni ahora. Los politicastros, en cambio, llenan las hojas del calendario mientras están vivos. Después nadie se acuerda de ellos. La crisis política del primer tercio del siglo XX no fue menor a la que vivimos hoy. Y las disputas entre los grupos políticos también eran monumentales. En aquel tiempo, Francesc Macià era atacado por extremista porque desde la tribuna del Congreso amenazaba con las consecuencias de un posible estallido de violencia. Pero es que el Estado y la patronal mataban por las calles, a punta de pistola, a políticos y sindicalistas catalanes. Alguien habría podido reclamar quedarse en casa ante un desbarajuste tal, Macià pidió lo contrario.

“El miedo es una de las innumerables formas de la ignorancia”, escribió Josep Pla el 20 de junio de 1924 para defender las posiciones supuestamente “intransigentes” de Francesc Macià, que entonces estaba dispuesto incluso a coger las armas. El miedo es una reacción bárbara, incivil, que, cuando es cerval, provoca que quien lo coge acabe tomando decisiones irracionales. Macià solo tenía miedo de los políticos. No es que el escritor ampurdanés comulgara con los postulados del viejo coronel, pero le valoraba la pasión que transmitía, la conexión que l’Avi tenía, como quien tiene un don, con los “de abajo”: “Macià es el hombre que está de acuerdo con el tono natural de la opinión pública catalana. Macià —concluía Pla— es la única esperanza”. Y lo fue incluso cuando tuvo que claudicar ante las presiones de los federalistas de su partido, ERC, que le exigieron, como si fuese hoy, que renunciase a la República catalana. Macià siempre fue la esperanza y el símbolo —interno e internacional— del nacionalismo catalán. Cuando murió, el día de Navidad de 1933, el luto paralizó Catalunya y el corresponsal de The New York Times, que desconozco quién era, envió una series de crónicas sobre los efectos de su muerte en el seno de ERC, que se debatía a batacazos entre los diversos sectores, y sobre el gentío, más de un millón de personas, que llenaron las calles de Barcelona para homenajear al presidente que acababa de morir. En los años treinta un millón de “patriotas de abajo” era una multitud tan grande como las más de dos millones de almas que fueron a votar el 1-O.

La democracia es, por definición, la expresión del pluralismo y las sociedades modernas son resultado del conflicto, social o nacional, de la lucha de los “de abajo” contra los “de arriba”

Ayer las calles de Barcelona volvieron a llenarse con la masiva participación de los “patriotas de abajo”, de la gente “de base”, que año tras año mantiene viva la reivindicación de la libertad y del derecho a la autodeterminación, mientras los partidos se pelean y la agenda política catalana queda contaminada por los intereses de la agenda española. Y no porque, como sería lógico, resolver el pleito catalán forme parte de un conflicto español, sino porque por lo que parece lo más importante, cuando menos para una parte de los politicastros, es la unidad de la izquierda española mientras el PSOE repite a diestro y siniestro que está dispuesto a seguir ejerciendo la tiranía contra el independentismo pacífico. Solo la desvergüenza, del estilo que usó la semana pasada Jordi Pujol en el Círculo Ecuestre, puede justificar ciertas actitudes. Los “de abajo” están para otras cosas. La movilización soberanista lleva tiempo superando el 3,5% de la población que está considerado la barrera para conseguir el éxito de una protesta, según el estudio de Erica Chenoweth y Maria J. Stephan Why Civil Resistance Works: The Strategic Logic of Nonviolent Conflict (Por qué funciona la resistencia civil: la lógica estratégica del conflicto no violento), de 2011. Pienso que hemos superado con creces ese porcentaje y todavía no ha obtenido los efectos terapéuticos y victoriosos que ya ha logrado en Hong Kong, Sudán o Puerto Rico, como destacaba Antonio Pita en un reportaje en el El País. La clave del éxito es mantenerse “resiliente frente a la represión”, aclara Stephan, lo que traducido a nuestro caso significa que debemos persistir en la desobediencia y en la confrontación pacífica. El enemigo a abatir por nuestra parte es más fuerte que otros títeres de la escena internacional, pero es igualmente vulnerable.

Lo que realmente perturba es que un diario intransigentemente españolista como El País, contrario al diálogo con la mayoría independentista, tenga el estómago de publicar un reportaje para enaltecer, precisamente, “la eficacia de movilizar al menos a un 3,5% de la población” para conseguir que triunfe la democracia en los tres países mencionados. O todos moros o todos cristianos. Presionar, incluso con mentiras, el gobierno español —con editoriales, artículos y falsedades varias—, alimentar la xenofobia contra los catalanes porque existe un 48% de independentistas y un total de un 80% de ciudadanos que simplemente reclaman votar —¡solo votar!— es cínico. En los casos que menciona el reportero ha quedado demostrado que antes de acatar la Constitución —que esos países también tienen—, se debe tener en cuenta a las personas. Si se hiciera así, incluso se resolvería el argumento falso —un hit de todos los Onze de Setembre— que la sociedad catalana está dividida. Lo está tanto como las demás. Ni más ni menos. Solo los regímenes totalitarios aspiran a la unanimidad. Por eso coinciden en propagar la idea de la división social los viejos —y nuevos— comunistas con los antiguos franquistas, repartidos entre los partidos del trifachito. La pinza de los años treinta que se repite. Todavía no han aprendido que la democracia es, por definición, la expresión del pluralismo y que las sociedades modernas, como decía el famoso barbudo, son resultado del conflicto, social o nacional, de la lucha de los “de abajo” contra los “de arriba”. No tenemos a disposición a ningún Macià, si bien la base, el pueblo, los de abajo, confían en Carles el Gran, el Astuto, como lo denomina el amigo Jordi Galves, siempre que concurre a las urnas.