Todos los pactos son legítimos. Incluso pactar con el diablo. De los 21 concejales que el sábado hicieron alcaldesa de Barcelona a Ada Colau, 11 no son de su grupo. Pero es que, además, 3 son de la derecha unionista que encabeza este señor maleducado —con maneras populistas y clasistas— que se llama Manuel Valls. Desde el primer día que empecé a viajar por el mundo me di cuenta de que Salvador Espriu no tenía razón en su poema Ensayo de cántico en el templo: ¡hacia el norte, la gente no es necesariamente ni limpia, ni noble, ni culta, ni rica, ni libre, ni desvelada ni feliz! Valls es un matón de barrio a quien los empresarios de Barcelona le pagan 20.000 euros netos al mes para hacer el trabajo que ejecutó el sábado. Como es un farol, como parece ser que saben a todos los franceses, en vez de convertirse en el señor de la Casa Gran barcelonesa, se ha tenido que conformar en hacer de sirvienta de la llorica Ada Colau. Me revientan los políticos que son incapaces de conmoverse ante la situación que está viviendo Quim Forn, injustamente encarcelado y que tuvo que aguantar estar encerrado solo durante una hora en un despacho municipal, y, en cambio, hacen que les caiga la lagrimita cuando hablan de su marido o de las niñas. Este tipo de políticos respresentan el individualismo egoísta llevado al extremo. Ya lo decía Tocqueville: el individualismo comporta una separación del individuo respecto de la "gran sociedad" con el fin de refugiarse en compañía de sus "íntimos". Ada Colau está aislada. Cuatro años después de su irrupción en política, todo es simulacro. El 70% de las bases de Barcelona en Comú que aprobaron el pacto con los del 155 y la derecha se traduce en poco más de 400 personas. ¡Los íntimos! Como también se vio en la plaza Sant Jaume el sábado, donde el reducido grupo de supporters era una combinación del viejos comunistas, nuevos funcionarios o de las dos cosas a la vez.

Este grupo de manifestantes notó, supongo que por primera vez a la vida, la presión pública por su actitud, que era bastante provocativa, incluso cuando quisieron arrancar una pancarta que sostenían los Bombers per la República y con la que reclamaban la libertad de los presos. Los que subieron como la espuma con los escarnios, o sea con las acciones de denuncia ciudadana contra una persona del ámbito público hecha delante de su domicilio particular o en sitios públicos donde se la identifica, a menudo con pintadas, cantos o sentadas, no digirieron bien que se les hiciera lo mismo. Iban repitiendo que los independentistas les regalaban odio. Y eso lo decía una gente que, entre otras acciones, una vez justificó que se asediara el Parlament. Todos los comuns que ahora se escandalizan porque los independentistas les dedicaron unos cuantos improperios tendrían que revisar su biografía. Reconozco que me divirtió ver cómo sudaban la gota gorda para mantener la posición. Solo les quedó el recurso de apelar a un "supuesto" 3% aplicado a ERC y a Ernest Maragall. ¡Pobre Maragall, hermano del autor de la famosa acusación! Cualquier cosa antes que reconocer la realidad más cruda. Los sabios, quiero decir a los analistas anticuados, lo justifican diciendo que eso es la política. Y que la política va —tiene que ir— de poder. Quizás sí, pero ahora la gente reclama retornar a una política de ideas en que el fin no justifique los medios. Ada Colau, como Pablo Iglesias, hizo bandera de promover otra manera de hacer política. Y al final han demostrado que son como los de siempre pero con las ínfulas propias de los sermoneadores. Del 2015 hasta hoy, los sueños de los barrios populares se han desmenuzado a la misma velocidad que ICV se ha apoderado de Barcelona en Comú, en una operación parecida, aunque de momento quebrada, que los antiguos convergentes habrían querido aplicar a Junts per Catalunya. Los comunistas, aunque ya no se llamen así, siempre han sido más eficaces organizativamente.

Ahora la gente reclama retornar a una política de ideas en que el fin no justifique los medios

La cara de acelgas de los concejales de los comuns cuando Manuel Valls les recordó quién mandaba era muy significativa. No son tan burros para no saber que la aprobación del primer presupuesto municipal no será fácil. Si lo aprueban con Valls y Ciudadanos, darán la razón a los manifestantes que gritaban "Colau-Valls: la misma casta". Y si buscan el apoyo de ERC, el precio a pagar será muy alto. O tendría que serlo. Colau no tendrá bastante con colgar un lazo amarillo en el balcón. Un lazo, por cierto, que no lucía ningún concejal de su grupo. La política de símbolos solo puede ser un complemento de la política real. Los idependentistes tendrían que saberlo, porque este ha sido su punto débil. Caer en la trampa de los simbolismos para tapar la falta de destreza política. La alcaldesa Colau sufrirá. Ha preferido recurrir a un pacto entre perdedores para mantener el cargo. Esta es una vieja máxima de los políticos del régimen del 78 y, más en general, de los que han puesto en crisis la democracia en todo el mundo. Si alguna virtud ha tenido el procés independentista es que ha rebajado los índices de abstención electoral hasta un nivel residual. A diferencia de la desafección, que es el nuevo fantasma que recorre Europa, en Catalunya la democracia, al menos en términos de participación, funciona. Los comuns no estaban acostumbrados a que los demócratas les desafiaran. Todos los pactos son legítimos, como el derecho de la mayoría electoral de oponerse.