Pere Aragonès tenía catorce años en 1996. No era ni siquiera militante de las JERC y no creo que estuviera especialmente politizado, a pesar de que su abuelo hubiera sido uno de los fundadores del PP en Catalunya. Algunos de sus primos eran convergentes. Pero eso pasa en las mejores familias, en especial en la Catalunya periurbana. Los catorce años de los que nacieron en la década de los ochenta no tienen nada que ver con los de quienes nacimos a medianos de los años cincuenta. Están moldeados de otra forma. Ni mejor ni peor. Aragonès no es un hombre con carisma, aún teniendo los modales de un chico de buena casa del Maresme. Le falta sangre, pero se mueve como una anguila. A diferencia del ambicioso Roger Torrent, Aragonès es menos exhibicionista y, por lo tanto, más eficaz. Ahora controla el partido por la vía “vicaria”, y esto le une al president Torra, otro vicario con pinta, precisamente, de lo que era cuando vivía en Suiza.

Les cuesto esto para explicarles que el 28 de abril de 1996, cuando Jordi Pujol y José María Aznar firmaron el pacto del Majestic, Aragonès era un mozo que todavía estaba acabando la ESO. Por lo tanto, como he podido constatar en muchas ocasiones en la facultad con los alumnos que ahora tienen la edad de Aragonès, cuando les mencionas el pacto del Majestic, además de no saber de qué les estabas hablando, si alguno de ellos sabía algo, la opinión era negativa. Aragonès creció en ese ambiente. El Majestic era la culminación de un acuerdo perverso entre la derecha española y la derecha nacionalista catalana. Y punto. Además, en la fotografía oficial de aquel pacto aparecían dos personas que han pasado por la cárcel (Macià Alavedra y Rodrigo Rato), el impulsor del 155 (Mariano Rajoy) y Josep Sánchez Llibre (presidente de Foment), hoy más afín a las tesis de Aragonès que a las de Carles Puigdemont y el president Torra, pero que indudablemente es un espécimen del régimen del 78. Aquel pacto fue, de entre todos los pactos que Pujol acordó con la UCD, el PSOE y el PP juntos, el más provechoso, el mejor trabajado, a pesar de que, puesto que era circunstancial, lo que acordaron no se tradujo en una reforma estructural del Estado. Solo la desaparición de la mili sigue en pie. Las competencias que logró la Generalitat, del mismo modo que Aznar se las cedía, otro primer ministro español se las podía sacar. De hecho, ya hemos podido comprobar que acabó siendo así. Rajoy nos demostró cómo podía hacerse y Pedro Sánchez, con la excusa de la pandemia, ha dado un paso más y ha suspendido, de facto, el estado de las autonomías con el beneplácito de los nacionalistas vascos y valencianos, la izquierda abertzale y ERC. ¡Ole tú!

Pere Aragonès no ha formalizado ningún pacto del Majestic. Sus acuerdos con el PSOE resultan tan baratos como inútiles

El éxito del Majestic no pudo evitar que a partir de aquel momento se iniciara la lenta, pero segura, decadencia del pujolismo, entre otras razones porque en Catalunya el pacto se tradujo en el apoyo parlamentario del PP a CiU y en la defenestración de Aleix Vidal-Quadras y el retorno de uno de los hermanos Fernández Díaz, Alberto, que todo el mundo decía que era el más facha, pero con los años ha quedado claro que de los dos quien era realmente peligroso era Jorge. Pujol habría podido pactar con ERC en Catalunya pero los nacionalistas catalanes siempre han actuado en clave española y no lo hizo. Le criticaron por ello. Yo mismo firmé un artículo con un grupo de periodistas para reclamar un pacto que no pudo ser. Los siete años posteriores al Majestic fueron un calvario para CiU, hasta que en 2003 ERC decidió devolverle a Mas —porque Pujol ya estaba retirado— el menosprecio convergente de 1996. La política catalana jamás fue tan dependiente de España como en aquellos años. Solo se puede comparar con la situación de este momento, posproceso independentista, cuando el nacionalismo español se impone a derecha y a izquierda y la Generalitat es una caja vacía y burocratizada, al frente de la cual están situados una pandilla de inútiles con ínfulas que no saben hacia dónde van. Ni el peor conseller de CiU era tan incompetente como algunos consellers actuales.

Pere Aragonès no ha formalizado ningún pacto del Majestic. Sus acuerdos con el PSOE resultan tan baratos como inútiles. El acuerdo entre el PSOE y ERC para permitir la sexta prórroga del estado de excepción encubierto no es que sea un regalo, es que sencillamente impide recuperar las competencias de la Generalitat usurpadas por el gobierno militarista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. El deber de los independentistas es oponerse con todas sus fuerzas a este gobierno. Los pactos con el PSOE tendrán para ERC el mismo coste político que el Majestic tuvo para CiU, independientemente de las sustanciosas ventajas que Pujol obtuvo para el autogobierno catalán con ese acuerdo con el PP. Quizás no se verá inmediatamente, como tampoco se vio entonces, porque al fin y al cabo Mas ganó siempre las elecciones a pesar de no llegar a ser president, pero aquel estigma persiguió a los convergentes hasta que el proceso independentista hizo que el estado tirara de la manta para mostrar la corrupción del régimen del 78 que correspondía a CDC y así minar al secesionismo. Ahora ERC ha enterrado la posibilidad de que Catalunya sea un estado independiente por la obsesión de aliarse con los nacionalistas españoles de izquierdas. Sin ERC es imposible lograr la independencia, como tampoco se podía lograr sin CiU. Los recursos del nacionalismo español para debilitar al independentismo son hábiles y efectivos. Quizás ERC ganará las elecciones, pero desde ahora están incubando la derrota de mañana. Seguramente no lo ven, porque Aragonès, como otros muchos políticos de su generación, que son muy parecidos a Neymar, individualistas y virtuosos con la pelota en los pies, no tiene ninguna estrategia que desemboque en una Catalunya independiente. El genio del fútbol era Johann Cruyff, que fue un jugador total, el jugador que desde el centro del campo dirigía al equipo para empujarle hacia el gol. Cruyff sabía combinar la táctica con la estrategia. Pujol, y lo digo para que nadie se confunda, era el genio de la política, pero le faltó honradez para llegar a la altura del holandés. Destrozó su obra y, de paso, la de sus descendentes políticos. Pero Pujol no era independentista. Pere Aragonès, con el apoyo de la derecha mediática, la que quiere evitar la independencia como sea, nos propone volver al independentismo del roscón de los domingos y los Aromas de Montserrat. Los herederos de aquel “antes roja que rota” que seducen a Aragonès con los cantos de sirena de la “nueva normalidad”, le apoyan por eso, para retornar a la Catalunya del abuelo del vicepresident. Fascinación y abismo de quien pacta una prórroga sin ni siquiera arrancarle a Pedro Sánchez algo que tenga que ver, por ejemplo, con el cierre de Nissan. Está claro que Sánchez es en Europa lo que Aragonès es en España: dos políticos insignificantes.