Estamos inmersos en un tiempo de intolerancias. El ascenso de la extrema derecha por todas partes es solo un síntoma de la deriva que se está imponiendo. No toda la extrema derecha es igual, evidentemente. En Francia, por ejemplo, tiene medio siglo de historia, aunque al principio fuera un grupo minoritario. En España, incluyendo Catalunya, la extrema derecha estaba refugiada, primero, en el seno del PP y después se puso a cobijo de UPyD y de Ciudadanos. Los ultras fueron creciendo con acciones judiciales, especialmente en Catalunya, en defensa de una españolidad nacionalista y xenófoba, hasta que en 2019 Vox se convirtió en la tercera fuerza parlamentaria española. Pero en Catalunya la extrema derecha ya existía. Josep Anglada, un antiguo militante de Fuerza Nueva, lideraba un partido ultra y españolista, Plataforma per Catalunya, que en las municipales de 2007 obtuvo diecisiete concejales en toda Catalunya. Lo han contado mejor que yo podría hacerlo ahora el profesor Sergi Pardos-Prado en Xenofòbia a les urnes: Sobre com la reacció contra els immigrants es transforma en resultats electorals (2012), y, recientemente, Xavier Rius Sants en Els ultres són aquí. De Plataforma per Catalunya a Vox (2022).

La peculiaridad de la extrema derecha española es, precisamente, su origen. Sus raíces se adentran en el franquismo, que fue la dictadura que provocó una profunda mella en la historia contemporánea española. A pesar de la zafiedad represiva, la dictadura de Primo de Rivera fue una broma comparada con el régimen criminal instaurado por Franco en 1939. El franquismo consiguió transformar la mentalidad de muchos españoles y, en Catalunya, en buena parte se cargó el espíritu emprendedor de otros tiempos, cuando el emprendimiento sustituía al estado y las luchas sociales hacían avanzar el país, a veces con espasmos violentos. El adocenamiento de muchos catalanes, incluyendo los que provenían de la oposición, marcó la reanudación constitucional parlamentaria de 1978. Es por eso por lo que la Generalitat de Catalunya es una mala copia del estado español, el empresariado actúa como si todavía existiera el Instituto Nacional de Industria, los sindicatos dependen del sistema y la sociedad civil vive, mayoritariamente, subvencionada, como la prensa. La prensa libre no existe cuando depende económicamente del poder. Qué lejos que se ve ahora la reclamación de Enric Prat de la Riba, hecha el día de la inauguración de la Escuela de Funcionarios de Administración Local en el año 1914, para “preparar y formar unos cuadros administrativos cultos y competentes”. Se trataba de evitar así de que Catalunya se convirtiera un simple trozo de estado.

El 15-M murió al pisar la alfombra roja. El independentismo sin lactosa se convertirá en un sucedáneo del autonomismo si sigue la misma senda

El 15-M y el independentismo catalán emergieron como reacción ante este estado de cosas. Un par de años atrás, el periodista Daniel Bernabé declaraba, con motivo de la presentación de su libro La distancia del presento. Auge y crisis de la democracia española (2010-2020): “Ahora, el 15-M carece totalmente de importancia, nadie se acuerda de él". En Madrid, el pabellón de Vistalegre se llenó a tope para escuchar las arengas de un Pablo Iglesias con ilusión. Después de su paso por la vicepresidencia del Gobierno, se vio obligado a refugiarse en la comodidad del comentarista que, como todo el mundo sabe, siempre tenemos razón en todo. A lo largo de los diez años que analiza Bernabé, que coinciden con la década soberanista catalana, han llenado Vistalegre a rebosar Rosa Díez y UPyD, Pablo Iglesias y Podemos, y, cuando los otros dos grupos populistas empezaban a declinar, Santiago Abascal y Vox. El 15-M se ha diluido entre las bambalinas del poder y, paradójicamente, se ha convertido en el último bastión que sostiene el régimen del 78. No ha planteado ningún embate de verdad contra el régimen monárquico corrupto. Podrían haber luchado en serio por la República, pero no lo han hecho. Podemos y sus sucursales no han dado respuesta a la energía acumulada antes, cuando una gran multitud les apoyaba.

El independentismo catalán es el movimiento de ruptura más importante que se ha dado en España desde el fin de la Guerra Civil. Estamos hablando de más de ochenta años. El independentismo sí que ha puesto en cuestión el régimen del 78. La saña con la que el Estado reprime el independentismo demuestra hasta qué punto los gerifaltes del régimen se sintieron —y se sienten— amenazados. El Estado creyó más en la independencia de Catalunya que algunos de los dirigentes independentistas. Se ha pagado un precio muy alto por la osadía. Ningún dirigente del 15-M pasó por la cárcel ni se vio obligado a exiliarse. Y cuando un diputado suyo ha sido inhabilitado, Podemos le ha abandonado sin problemas. Al revés, el interesado se ha quedado solo y se ha ido del partido. Algunos dirigentes del 15-M se convirtieron en figuras relevantes de la política española gubernamental y no se ha notado su influencia, a pesar de la retórica solidaria, para evitar la persecución a la que se ha visto sometido el movimiento independentista. La experiencia ha sido tan decepcionante, que Pablo Iglesias se cortó la coleta como hacen los toreros cuando se retiran. La fiesta se ha acabado. Cuidado con que el independentismo no caiga muerto en la misma playa.

Hemos entrado en el 2022 y la represión sigue. Entretanto, el conseller Joan Ignasi Elena se muestra tan contradictorio como la estafa que fue el llamamiento del Tsunami Democràtic para ocupar el aeropuerto. El independentismo gubernamental alimenta con una mano el movimiento popular con la retórica de siempre y con la otra manda a los Mossos d'Esquadra para que disuelvan manifestaciones como la de la Meridiana. Y que conste que yo soy de los que creían que Meridiana Resisteix habría tenido que replantearse cómo continuar la movilización. El 15-M murió al pisar la alfombra roja. El independentismo sin lactosa se convertirá en un sucedáneo del autonomismo si sigue la misma senda. Hay quien así lo querría y por eso escribe declaraciones de amor a la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso desde las páginas de uno de los diarios de la extrema derecha española. Un independentista decente no se lo permitiría jamás. El independentismo desmovilizado y sin un pensamiento sólido convertirá Catalunya en un oasis recuperado por los aprovechados. Un suicidio colectivo. Esa no es la Catalunya de los defensores del 1-O.