La pasada semana Esquerra reclamó a Junts que el acuerdo de gobierno debía cerrarse antes del próximo sábado, 1 de mayo. No creo que lo consiga. A pesar de la cumbre de Lledoners, el pacto, sea cual sea finalmente, todavía necesita un tiempo de maduración. Zygmunt Bauman observaba que el culto contemporáneo a la satisfacción inmediata ha provocado que mucha gente haya perdido la capacidad de esperar. Hoy en día todo el mundo tiene prisa. Los negociadores habían seguido hasta ahora la pauta de no avanzar en una cuestión hasta que no se resolviera la previa. En Lledoners se saltaron la norma y abordaron cómo debería ser la estructura del nuevo Govern, que era una de las exigencias de los republicanos, puesto que lo consideraban imprescindible. En una negociación, la cuestión del organigrama normalmente es la consecuencia de la filosofía que se ha pactado y no siempre acaba bien si los cimientos son débiles, como se vio en el proceso de fusión —y que los puritanos me perdonen la comparación— entre el Banc Sabadell y el BBVA. La sensación del Sabadell que el banco madrileño (antiguamente vasco) quería aplicarles una OPA fue determinante para que la operación se fuera a pique. El mundo de la política no es muy distinto al de los negocios, dado que también gestiona intereses y, por lo tanto, cuotas de poder.

El error de la negociación para formar un gobierno conjunto después de las elecciones forzadas de 2017 fue, precisamente, empezar por el final, por el reparto de responsabilidades y del presupuesto. Los negociadores de Junts dieron por supuesto que ellos y Esquerra compartían estrategia y que no era necesario dedicarle tiempo sobre lo que ahora es, razonablemente, cuando menos en mi opinión, motivo de controversia. La cuestión no es tanto escribir negro sobre blanco lo que ya se pactó en 2017 sobre el Consell per la República y la hoja de ruta, como pactar los mecanismos que permitirán evaluar el cumplimiento de lo pactado. Las disfunciones del anterior Govern de coalición, que actuó con total descoordinación y con mucha deslealtad entre los distintos departamentos, no debería repetirse en el Govern que salga de esta negociación. Encontrar la manera de suavizar las tensiones y optimizar la gestión del día a día no es fácil, en especial si vienes de una cultura de guerra civil permanente. Esquerra odia a Junts con la misma intensidad que les necesita después de no haber conseguido golear electoralmente al partido de Carles Puigdemont. El sectarismo de Junts hacia Esquerra tampoco es menor. Por lo tanto, si estuviéramos hablando de un conflicto nacional, al estilo del estado español con Catalunya, en la negociación entre Junts y Esquerra haría falta que participara un mediador independiente.

Por encima del reparto de responsabilidades, el Govern también debe ser fuerte para dar seguridad a la población, castigada por un año de pandemia, con un paro juvenil disparado, una economía debilitada y unos servicios públicos cada vez más deteriorados por falta de financiación y de una buena gestión

Catalunya necesita un Govern fuerte, políticamente coherente y administrativamente eficiente. Por eso es conveniente que cambien muchas de las caras del ejecutivo actual. En Esquerra habrá movimientos, algunos motivados por un imperativo ético y otros porque el curso de la vida conlleva que emerjan nuevos liderazgos. Junts, en cambio, puede caer en la tentación de decidir que repitan como titulares de las conselleries el 20% que representan los consellers encarcelados. La minoría postconvergente. Si Junts quiere que la renovación que Esquerra ya ha ido haciendo sea creíble, tendrá que dar voz al 70% de la militancia que encumbró a Laura Borràs como candidata a la presidencia de la Generalitat. Las caras que haya en la fotografía del nuevo Govern también son importantes. Junts asegura preferir quedar fuera si no se logra un “buen acuerdo”, argumento que comparto, pero también habría que aplicarlo para renovar a los consellers actuales de la mayoría de los departamentos, que están más que gastados y ya no transmiten ningún tipo de confianza. En política, la forma es también el fondo, si no se quiere repetir el método Lampedusa.

Por encima del reparto de responsabilidades, lo que en el seno de los partidos es muy importante, el Govern también debe ser fuerte para dar seguridad a la población, castigada por un año de pandemia, con un paro juvenil disparado, una economía debilitada y unos servicios públicos cada vez más deteriorados por falta de financiación y de una buena gestión. Es urgente que el Govern aborde una reforma del sector público, que es por donde se va el grueso del gasto de la Generalitat, para que la ciudadanía vuelva a confiar en él. El modelo administrativo de la Generalitat, que es una mala copia del del Estado, lleva en crisis muchos años. Lo sabemos porque en las estanterías de los despachos de los consellers y secretarios generales reposan un montón de informes y libros blancos que explican con mucho detalle cuál es el mal que carcome la administración y le resta eficiencia, así como cuáles son las soluciones que hay que aplicar. El diagnóstico está hecho y solo habrá que afinarlo algo más si lo que se quiere realmente es avanzar. El problema, pues, es otro. Se necesita una generación de políticos —y de momento no veo a nadie que apunte maneras— con un fuerte y valiente espíritu reformista. La extrema derecha se beneficia de este déficit, porque ofrece soluciones simples y populistas ante la incapacidad de los políticos “convencionales” de aplicar medidas mediante reformas legislativas sucesivas que se traduzcan en cambios reales que favorezcan la eficiencia.

Es la hora de Esquerra. Los electores le otorgaron la primacía con 30.000 votos más que Junts. El 21-D fue exactamente a la inversa. El Govern presidido por Quim Torra ha sido un desastre por el acorralamiento externo y por las zancadillas internas. Esquerra digirió muy mal la derrota de 2017 y Junts sufrió las consecuencias de ello. Es normal que Junts, vistos los problemas derivados de tener dos gobiernos en uno, reclame ahora muchas más garantías para no repetir lo que sufrieron en carne propia y que ha provocado que el independentismo haya perdido, conjuntamente, medio millón de votos. Que el unionismo haya perdido el doble no es ningún consuelo. Esquerra y Junts tienen más deudas con el electorado que los electores con los dos grandes partidos que han demostrado no tener un gran liderazgo. Se atribuye a Tolstói una idea que muy a menudo es cierta: “Todo el mundo quiere cambiar el mundo, pero nadie quiere cambiarse a sí mismo”. Empecemos por aquí.