“Jamás un equipo jugó un fútbol tan bonito en beneficio de unos gobernantes tan oscuros”, aseguraba el cantante de bossa nova Vinícius de Moraes refiriéndose a los militares, encabezados por el general Artur da Costa, que en 1964 implantaron una dictadura en Brasil y al equipo de fútbol brasileño que ganó el mundial de México de 1970. Lo contaba ayer Toni Padilla en su artículo sobre el cincuentenario de aquella efeméride. A diferencia de muchos intelectuales europeos, De Moraes no tenía ningún problema para expresar públicamente su gran afición al fútbol. De hecho, en 1958 De Moraes ya cantaba la canción A Copa do Mundo para celebrar el primer Mundial de fútbol ganado por Brasil. Eduardo Galeano, el escritor uruguayo que en 1971 publicó Las venas abiertas de América Latina, un libro que marcó a toda la izquierda mundial, también era un gran forofo del fútbol. Debió ser por eso que un día de 2014, un año antes de morir, Galeano se descaró y declaró que no sería capaz de leer de nuevo su libro y que caería desmayado si se viera obligado a recuperar la prosa izquierdista con la que lo escribió, que por otro lado era propia de aquella década convulsa, marcada por el Mayo del 1968 y por las dictaduras latinoamericanas. El seleccionador con el que Brasil ganó todos los partidos de la fase de clasificación del campeonato de 1970, João Saldanha, fue despedido por muchos motivos, entre ellos por su enemistad con Pelé, pero le echaron, sobre todo, porque era militante del Partido Comunista y la dictadura no estaba para tonterías.

Así pues, la izquierda y el fútbol no están reñidos. O planteado de forma más en general: el compromiso político y el fútbol no son contradictorios. Mi maestro, el profesor Josep Termes, lo tenía muy claro y por eso no dudó en escribir sobre fútbol incluso en la revista del Barça (¡a ver cuándo me decido a recopilar sus escritos futbolísticos!), y compartía afición con Manuel Vázquez Montalbán, el comunista futbolero por excelencia. A lo largo de la historia del fútbol ha habido jugadores y entrenadores muy comprometidos políticamente, para bien y para mal. El alemán Paul Breitner, jugador del Bayern de Múnich y del Real Madrid, era un maoísta declarado, mientras que Pepe Reina, por avanzar en el tiempo, es un abanderado de la extrema derecha española vinculada a Vox. El fútbol no sería lo que es hoy en día si los trabajadores de las fábricas de la Inglaterra del siglo XIX no hubieran batallado para transformar un juego amateur, “de caballeros”, en una afición profesionalizada. Si no han visto la miniserie The English Game (Netflix), se la recomiendo. En seis capítulos cuenta la “lucha de clases” entre los representantes de las dos posiciones: Arthur Kinnaird, el gentleman que en aquel momento era conocido como el “primer caballero del fútbol”, y el obrero escocés Fergus Suter, que es considerado el primer jugador profesional de fútbol después de años de luchar para conseguirlo y así compensar el salario que perdía los días que debía jugar.

El fútbol, como las naciones, son inventos humanos que provocan pasiones. Uno puede caer en el recurso fácil, muy propio de algunos intelectuales empanados, de ningunear la importancia del fútbol y de las naciones como elementos simbólicos que sintetizan anhelos e inquietudes

Pero el fútbol es, también, una fábrica de identidades. Este es el aspecto más destacado del nuevo libro del sociólogo valenciano Vicent Flor, quien, además, es director de la Institució Alfons el Magnànim. El libro, publicado por la Editorial Afers, lleva por título Nosaltres som el València. Futbol, poder i identitats. No es una historia del club de Mestalla, sino una interpretación de lo que significa el fútbol como creador de identidad. Flor lo ha escrito casi en clave personal. Ser valencianista, en un sentido deportivo, y también serlo en un sentido político no es fácil en el País Valencià. El valencianismo catalanista se recrea mirando hacia el norte y adhiriéndose al FC Barcelona, espejo del ideal nacional. Hay aficionados valencianos del Barça que cada quince días viajan desde Alacant a Barcelona para disfrutar de noventa minutos de goce futbolístico. Flor es valencianista en los dos sentidos y ha escrito un libro breve, pero muy informado, para demostrar que el fútbol es esto que el periodista Ramón Lobo, un hombre también de izquierdas, designa como “la huella dactilar emocional” de los forofos del fútbol en un libro interesantísimo y a la vez muy militante: El autoestopista de Grozni: y otras historias de fútbol y guerra (Libros del KO, 2012).

Historiar las emociones no es fácil. El fútbol, como las naciones, son inventos humanos que provocan pasiones. Uno puede caer en el recurso fácil, muy propio de algunos intelectuales empanados, de ningunear la importancia del fútbol y de las naciones como elementos simbólicos que sintetizan anhelos e inquietudes, o bien hacer como Flor, y hacerlo bien, además, e interpretar el significado social del fútbol. El fútbol no es el nuevo “opio del pueblo”, a pesar de que la política se apodere a menudo del relato futbolístico, ya sea, por ejemplo, para exaltar el franquismo o bien para oponerse a él. El capítulo que Flor dedica a “la Roja” es de correr la traca. En el fondo, mi amigo Flor, con quien me intercambio mensajes “punzantes” cuando se enfrentan “nuestros dos equipos”, ha escrito este libro para demostrar lo que Termes defendía a capa y a espada: que el Fútbol Club Valencia, a pesar de estar hoy en manos de empresarios de Singapur, sigue siendo aquel club regionalista (por oposición al club nacionalista que sería el Barça) y popular que fue fundado en 1919. El anticatalanismo del FC Valencia es, afirma Flor, un invento de la Transición, paralelo a la batalla política promovida por la “peste azul”. En la biografía novelada de Joan Gamper, El primer capità (Ediciones 62, 2020), Enric Calpena narra como en 1902 se produjo una inesperada confrontación identitaria durante la semifinal de la Copa Coronación que enfrentaba el Real Madrid que presidía el catalán Joan Padrós y el FC Barcelona de la colonia extranjera de la ciudad condal: los espectadores madridistas abroncaron a los blaugrana desde la grada al grito de “¡separatistas!”, reeditando así, sorprendentemente, la acusación que en las Cortes se pronunciaba contra los diputados y senadores de la Lliga Regionalista que el año anterior habían obtenido una gran victoria con la candidatura de los Cuatro Presidentes. La coincidencia no es banal. A pesar de la globalización y de los intentos de convertir a los aficionados en clientes, el fútbol —y Flor pone muchos ejemplos de todo el mundo— sigue siendo un refugio de la identidad y, también, claro está, una forma de renovar las ilusiones por lo menos dos veces por semana.