“El Estado está de rodillas ante las élites”. Así es cómo el sociólogo, economista y articulista Andrés Villena resume lo que sucede en España con la ayuda de los altos cargos del Estado, cuyo color político es casi irrelevante. En su reciente libro Las redes de poder en España. Élites e intereses contra la democracia (Roca Editorial), Villena analiza el dominio del sottogoverno español, del gobierno invisible reclutado en universidades, fundaciones, bancos y empresas privadas y públicas durante los gobiernos de José Luís Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, que se da cita en restaurantes de postín de la Villa y Corte. Este gobierno detrás del gobierno actúa como correa de transmisión de las élites con la actitud maquiavélica del zorro o del león, según sean más astutos —los del PSOE— que agresivos —los del PP—. El trasunto de este libro es del poder de los prebostes que influyen en la definición de las políticas públicas y que jamás —o muy excepcionalmente— rinden cuentas ante el electorado y no necesitan de las tan denostadas “puertas giratorias” porque son ellos quienes las impulsan para que giren. Son los “teco” (técnico comercial y economista del Estado) y los universitarios socialistas como Pedro Solbes o Miguel de Sebastián y los abogados del Estado e inspectores de Hacienda —Aznar también lo es— que predominaron en el PP de Soraya Sáenz de Santamaría y Cristóbal Montoro. Basan su dominación en un “consenso restringido” y elitista, potenciado por los partidos. El lobbista de la industria armamentística española y abogado del Estado, Eduardo Serra, representa como ningún otro miembro del régimen del 78, esa intersección, pues “puede presumir de haber sido uno de los pocos dirigentes que ha ocupado altísimos cargos del gobierno y la Administración tanto con la UCD como con el PSOE y el PP”. Villena lo relaciona, además, con la CIA a través del general Vernon Walters y Frank Carlucci, consejero de Seguridad de Ronald Reagan.

La denominada “tecnoestructura” —escribe Villena— “tiende a la homogeneidad ideológica”, lo que queda probado, según él, por las decisiones de política económica aplicadas en los últimos tiempos, “prácticamente independientes del partido en el Gobierno de la Nación”. La ideología puede que les separe pero viven unidos por las sicav que comparten “en el laberinto de la elusión fiscal”. Los altos cargos del Estado constitucional constituyeron una estructura administrativa cuyos orígenes deben buscarse “en los ministros tecnócratas de Franco de los años sesenta”, asiduos del “Clan de La Dehesilla”, un lobby madrileño integrado por políticos, altos cargos y empresarios más o menos demócratas donde también acudían el exministro y destacado miembro del Opus Dei Alberto Ullastres y el banquero catalán Claudio Boada. Los dos fueron gerifaltes del elenco de tecnócratas del franquismo, junto con los también opusdeístas Laureano López Rodó y Mariano Navarro Rubio, el exgobernador del Banco de España que encarceló al padre de Rodrigo Rato por el fraude del Banco de Siero, propiedad de la familia. Cuenta Villena que Ullastres y Boada tuvieron mucha influencia entre los cachorros socialistas y conservadores con mando en plaza a partir de 1978. Les legaron la coartada del “amor a la Patria” para seguir controlando el poder. Al grito de “España se rompe”, esa red de intereses que controla el Estado se afianza y consigue el apoyo de quienes no saben de la misa la media. O sea, los electores, los que aúllan el xenófobo “A por ellos” dirigido contra los catalanes independentistas.  

El poder es, ciertamente, una telaraña que une a los zorros con los leones y a toda esta fauna con las élites que confunden los intereses privados con los de la nación entera

Leyendo este libro me vinieron a la cabeza otros dos, publicados con anterioridad, que se centran en Catalunya y que, a diferencia de lo que ocurre con el de Villena, la carga ideológica de sus autores no es tan evidente ni tan cargante. El primero lo publicó en 1999 La Campana, entonces una editorial independiente y ahora en manos de la multinacional Penguin Random House, y su título era 6 milions d’innocents (menys uns quants espavilats). Su autor se escondió durante años bajo el seudónimo Col·lectiu J.B. Boix, aunque en realidad se trataba del abogado Francesc Sanuy, un antiguo socialista, que luego participó en los gobiernos de Jordi Pujol, que murió en 2017 con 80 años. La cultura y los conocimientos de Sanuy apabullaban y en sus columnas o en sus comentarios radiofónicos siempre metía el dedo en la llaga. Publicó su columna en el diario Avui, con dicho seudónimo, hasta que el verano de 2004 el propietario real del periódico, La Caixa, presionó para dejarle sin voz. Lo consiguió. Cuando la prensa está en crisis y depende del crédito de quien se siente amenazado, las críticas resultan incómodas. El Mundo y El País hubieran actuado igual. David Jiménez cuenta en El director (Libros del K.O., 2019) los secretos e intrigas que vivió este exdirector de El Mundo cuando en abril de 2015 sustituyó a Casimiro García-Abadillo, quien a su vez había sustituido a Pedro J. Ramírez en enero de 2014. Ese dicho que se aplica a los economistas y que les advierte de “que sale muy caro quitar la música cuando todo el mundo está bailando”, puede aplicarse perfectamente a cualquier profesión que de vueltas alrededor del poder. Los periodistas no son ninguna excepción. A veces incluso se convierten en mayordomos de las estructuras funcionariales que Pierre Bourdieu denominó la “nobleza del Estado”, aunque en realidad sus miembros sean tan delincuentes como el comisario Villarejo.

Los condicionantes sociales de los altos cargos de la administración determinan sus opciones ideológicas. La administración española —el deep State— está dominada por individuos con apellidos ilustres, lo que les permitió transitar de la dictadura al régimen constitucional sin solución de continuidad. Dichos apellidos se repiten sin interrupción desde tiempos remotos. Los aristócratas abundan en el PP, conectados con la Casa Real y el comercio de armas. Ahí están los Prado y Colón de Carvajal, los Morenés o los Argüelles —que incluso dan nombre a un barrio de Madrid—, ligados a Eduardo Serra en el papel de conseguidor y puente entre facciones ideológicamente opuestas. El rancio abolengo en el PSOE es civil. El “Clan Intermoney” —que es el nombre de la sociedad de inversión patrimonial compartida por todos ellos— no necesita títulos nobiliarios. Los Calvo-Sotelo, por ejemplo, han dado ministros conservadores y socialistas e incluso un fascista bien conocido, que se casaron con los Bustelo o los Arenillas, como ocurrió con la exministra socialista Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, casada con Carlos Arenillas, número dos de la CNMV. Dicho matrimonio comparte sicav con David Vegara, otro alto cargo socialista —hijo de un antiguo catedrático de la UAB y maragallista de primera hora—, quien hoy en día es miembro del consejo de administración del Banco Sabadell, y cuya esposa, Carmen Balsa, en 2006 era la jefe de gabinete de la ministra Cabrera y en la actualidad lo es de otra ministra socialista, Nadia Calviño. El poder de los Fernández Ordóñez, los Arias Salgado o los Garrigues Walker es incuestionable, como también lo fue el del banquero Luís Ángel Rojo, un personaje central en esta historia subterránea del poder en España, que conecta la derecha con la izquierda o al revés, porque da lo mismo.

Este aspecto del libro de Villena, centrado en la endogamia del poder, me llevó hasta otro libro, publicado en catalán y que ya comenté en esta columna. En 2017, un desconocido y anónimo Roger Vinton publicó La gran teranyina. Els secrets del poder a Catalunya (Edicions del Periscopi), un libro muy prolijo, prologado por el periodista Andreu Barnils, en el que se cuentan los dimes y diretes de algo más de 1.600 integrantes de las buenas familias catalanas que están unidas por el dinero, los matrimonios, las herencias y la corrupción cuando sus próceres se cruzan con la Administración, del Estado o autonómica. En algún caso, sus bancos —en especial el Sabadell y La Caixa— y algunas empresas sirven para dar cobijo temporal a los altos cargos del Estado que deciden amasar dinero en las empresas privadas que favorecieron cuando dirigían la Administración. El poder es, ciertamente, una telaraña que une a los zorros con los leones y a toda esta fauna con las élites que confunden los intereses privados con los de la nación entera, sea cual sea esa patria falsamente querida. En un libro que va de más a menos, como en el futbol, Villena concluye que los altos cargos conservadores y socialistas de la Administración integran “una red cohesiva de influencias que necesita de la continua circulación interna y colaboración de sus miembros”. En resumidas cuentas, el Régimen del 78.