1. La gota que colma el vaso. Esquerra y JuntsxCat, la paciència s’ha acabat” (lo escribo en catalán porque, si no, la rima no tiene sentido). Este era uno de los eslóganes que gritaba una pareja subida en una camioneta que abría la manifestación del pasado sábado en defensa de la lengua catalana. La manifestación agrupó a poca gente, teniendo en cuenta la trascendencia de la cosa. Si mal no recuerdo, solo vi políticos vinculados a la CUP. No es extraño. Al fin y al cabo, es el único partido de la mayoría del 52% que no avaló el pacto cuatripartito para reformar la ley de política lingüística. La manifestación era algo más numerosa que las que convocaba la izquierda independentista en los años noventa, pero no mucho más.

¿Eso quiere decir que el empuje popular demostrado antes de 2017 se ha deshinchado? La alta abstención independentista en las elecciones del 14-F fue la prueba real, y no un indicio demoscópico, que el desengaño se había apoderado de la gente. Para los que ya acumulamos unos cuantos años, el ambiente actual tiene algunas similitudes al de los años ochenta del siglo pasado, cuando el cambio democrático en España ya había decepcionado las expectativas de una juventud que anhelaba liberarse definitivamente del franquismo. Si entonces se decía que el desengaño lo había provocado un tipo de nostalgia sintetizada en el lema “contra Franco se vivía mejor”, ahora parece que el independentismo viva mejor contra el PP y Vox.

2. La mala digestión de la derrota. Una de las razones que provocó que el procés acabara en un sonoro fracaso fue la incompatibilidad de caracteres entre los dirigentes de los dos grandes partidos políticos. Disponemos del testimonio de los protagonistas, en forma de todo tipo de libros de memorias y anecdotarios, para saberlo. La buena gente lo ha ido asimilando a golpe de decepción, una vez superado el falso optimismo de los que, en 2015, después del éxito del 9-N, ya proclamaban que se había ganado no se sabe qué. Era mentira. Como en otros muchos procesos políticos, el independentismo no se ha dicho la verdad. No es que los políticos del 1-O hayan mentido, puesto que si lo hubieran hecho, querría decir que, además de inútiles, son perversos, sino que no se han dicho la verdad ni a ellos mismos.

No se desanimen y hagan ustedes mismos la digestión de la derrota que los partidos no han sabido hacer. El futuro no está escrito y pronto todos los responsables del 1-O habrán abandonado el escenario

Uno de los spin doctors de Vladímir Putin, en 2016, escribió que “la posmodernidad muestra que la llamada verdad se reduce a creer. Así pues, creemos en lo que hacemos, creemos en lo que decimos. Esta es la única manera de definir la verdad”. Y esto vale para los rusos, pero también para los españoles y, desgraciadamente, para los catalanes. La mala digestión de la derrota la ha provocado que los partidos del 52 % (todos, porque no se salva ni uno) creen en su verdad y esto les impide mantenerse unidos. No vale la pena que ponga ejemplos porque desde 2012 es evidente que ha sido así. Los que predijeron que no se volvería al mundo autonómico se equivocaron. Se ha vuelto a él, pero en peores condiciones.

3. El peso de la sociedad civil. Lo he escrito otras veces y me reitero en la idea de que otro de los grandes inconvenientes del procés vivido en la década soberanista fue la dependencia de las organizaciones de la sociedad civil de los partidos. Creo que fue el amigo Francesc Roca quien señaló que los partidos políticos son empresas de servicios globales. Compran y contratan servicios, por donde a menudo se cuela la corrupción, y proporcionan trabajo a gente fiel, esté capacitada o no para el trabajo encomendado. En Catalunya, esto es así desde hace años. Por eso el llamado sottogoverno es tan determinante a la hora de tomar decisiones. No es que sus integrantes se jueguen el sueldo, sino el estatus. La posición de influencia, porque la mayoría ya se ha espabilado para convertirse en funcionarios (lo acabamos de ver en el Ayuntamiento de Barcelona con la participación en un concurso oposición del concejal de los comuns Eloi Badia y de su pareja, Tatiana Guerrero, hasta ahora asesora de la tenencia de alcaldía de Derechos Sociales).

En la anterior legislatura se creó el cargo de viceconseller de la Presidència per al Desplegament de l'Autogovern y comisionado del 155, que ocupó Pau Villòria. Se supone que su tarea era evaluar los estragos de la aplicación de la intervención de la autonomía. ¿Alguien de ustedes tiene constancia de lo que hizo aquel viceconsejero? No, claro que no. Aquel nombramiento respondía más a criterios “laborales” que políticos. El viceconseller presentó un informe en el Parlament en enero de 2019 y ahora resulta que el Acord Social per a l’Amnistia i l’Autodeterminació, una plataforma de nueva creación propuesta en su día por el president de la Generalitat, Pere Aragonès, tiene la intención de redactar un informe parecido. ¡Venga informes! Me recuerda a los muchos que se han pagado con dinero público sobre la reforma de la administración y que no han servido para nada. Esta es la enésima plataforma de la sociedad civil incentivada por los partidos, diga lo que diga su portavoz, el exdiputado de la CUP David Fernàndez. La foto de familia del día de la presentación de la plataforma le desmiente, porque estaba repleta de antiguos dirigentes partidistas. La creencia convertida en verdad.

4. Fracasos que son victorias. He leído una entrevista con el excelente novelista vasco Kirmen Uribe. Está de gira mediática para presentar su último libro, La vida anterior de los delfines (Seix Barral). Esta es la historia de un escritor que se traslada a Nueva York para escribir una tesis sobre la relación entre dos feministas históricas, Rosika Schwimmer y Edith Wynner. Es la historia de un fracaso múltiple. ¿A quién no le gusta hablar de fracasos que después son victorias?, se pregunta Uribe. El narrador, Uri, que como en su anterior novela es el mismo novelista, hace muchas reflexiones políticas sobre el momento histórico que está viviendo en los EE.UU. Cuenta como la era Trump fue devastadora, sobre todo porque la oposición era muy débil y estaba desorientada. En realidad, la oposición contribuyó al engaño planificado desde la Casa Blanca.

Algo parecido ocurrió en España durante el mandato de Mariano Rajoy. El PSOE no fue una alternativa al PP en el conflicto catalán. Más bien fue el complemento. El cómplice necesario. Probablemente, el fenómeno no era una novedad, porque los socialistas siempre han apoyado a la derecha desde la aprobación de la ley orgánica de armonización del proceso autonómico, más conocida como LOAPA. Que a Esquerra y a Junts les sea más fácil pactar con el PSOE porque consideran que es un partido demócrata en términos relativos, no significa que lo sea en términos absolutos y, todavía menos, que no haya tenido responsabilidad en la represión del independentismo. No se desanimen y hagan ustedes mismos la digestión de la derrota que los partidos no han sabido hacer. El futuro no está escrito y pronto, quizás habrá que decir por suerte, todos los responsables del 1-O habrán abandonado el escenario. Cuando se pierde una lucha y se asume bien la derrota también se puede estar ganando.