Hace décadas que los vecinos del norte de la Ribera d'Ebre conviven con las centrales nucleares de Ascó. Conviven y viven de ellas. En Ascó como en ningún sitio. Y en menor medida, los pueblos de los alrededores. Flix, Vinebre, Riba-roja d'Ebre, las Moras o la Torre de l'Espanyol. Los torredanos, conocidos como rabosses, suelen decir que en Ascó atan los perros con longanizas por el maná de dinero que fluye en el pueblo como compensación por tener la central. Incluidos cheques regalo de cuatro cifras cada año para cada familia. Con razón, el sancarlense Lluís Salvadó fue uno de los pioneros en plantear un impuesto a las nucleares para favorecer el conjunto del territorio.

Las centrales están a pie del Tormo, la cumbre de la Torre de l'Espanyol que preside la región. Desde allí también se divisa el Ebro y, por todas partes, parques eólicos.

Hay molinos de viento en todas las sierras. Hacen una electricidad limpia, santo y seña de las renovables aunque todos los molinos de Catalunya juntos ni remotamente igualan la capacidad eléctrica de Ascó.

De esta electricidad vive Catalunya entera, la que no tira de combustibles fósiles, que es una amplia mayoría. Da miedo pensar que se hable de emergencia climática y que cada vez que se impulsa un proyecto de renovables haya protestas y contestación en nombre y defensa del medio ambiente. La contradicción es tan notable como la ausencia de molinos de viento en las comarcas gerundenses mientras las del Ebro tienen por todas partes.

Cuando el principal problema medioambiental son las emisiones de CO2 —y no las nucleares— resulta paradójico que en lugar de estar frenéticamente impulsando la sustitución de los combustibles fósiles por renovables asistimos a protestas, por todas partes, como las de contrarios al Parque Eólico del Empordà, lo que también explica por qué motivo Catalunya está en el furgón de cola peninsular en la implantación de renovables.

Cuando el principal problema medioambiental son las emisiones de CO2 —y no las nucleares— resulta paradójico que en lugar de estar frenéticamente impulsando la sustitución de los combustibles fósiles por renovables asistimos a protestas

A Teresa Jordà, consellera de Acció Climàtica, la abroncaron en Roses por haber defendido el Parque Eólico a 25 kms de la costa. El mundo al revés. En todo caso, la tendrían que haber reprobado justamente por no tenerlo ya en marcha. Hablamos de emergencia climática, nos asustamos, nos llenamos la boca para después, a la práctica, actuar como si quisiéramos asistir impertérritos al calentamiento global. Siempre hay un motivo, un pretexto, para evitar que cerca de casa nos pongan molinos de viento. En el Ebro, sí. En el Empordanet, coche, moto y yate quemando gasolina.

El problema de la Ribera es que si mañana apagaran Ascó no hay ninguna alternativa económica. Claro que tampoco para la Catalunya que demanda electricidad.

En los países escandinavos, en la pionera Suecia a la hora de vetar la energía nuclear, se ha producido un giro copernicano, vuelven a apostar por las nucleares. Y no solo para evitar la dependencia energética del gas (y petróleo) ruso, también porque ahora consideran que el mal menor —a pesar de sus riesgos— es la energía nuclear.

Ascó debería cerrar en 2030 después de la enésima prórroga. Al paso que vamos, con la paupérrima implantación de las renovables, que no tengamos que forzar una nueva prórroga en la nuclear de Ascó y no serán precisamente los vecinos de la Ribera d'Ebre los que protesten aunque si fuera por el número de molinos de viento que tienen podrían ser autosuficientes. Ellos, sí.

O Catalunya se pone las pilas —nunca mejor dicho— como país o acabaremos rogando para mantener las nucleares que, por otra parte, es la apuesta profunda de una parte del movimiento ecologista europeo. Eso sí, en el Empordà seguirán sin molinos de viento, no fuera que unas aspas mar adentro les estropeen el paisaje.