Nadie duda ya de que el 26 de junio habrá elecciones en España. Durante meses hemos mantenido una animada conversación entre quienes apostaban porque finalmente habría un acuerdo de gobierno (porque creían razonablemente en ello, o porque lo deseaban, o por ambas cosas) y quienes desde el principio presintieron el desenlace electoral como el más probable. Hasta los más voluntaristas del primer grupo han abandonado ya toda esperanza: las taquillas de apuestas se cerraron hace al menos dos semanas. Es como conocer el final de una serie con varios episodios de antelación. Estos minutos de la basura –nunca mejor dicho– se están haciendo eternos.

Dos hechos certifican la inexorabilidad de las elecciones: 

Desde la famosa cita triangular del 7 de abril entre el PSOE, Podemos y C’s, no se sabe que nadie haya vuelto a reunirse con nadie para negociar. Este último fin de semana antes de la decisoria ronda de consultas con el Rey debería haber sido frenético, pero ha resultado ser el más amargamente plácido desde el 20 de diciembre. 

Pablo Iglesias asistió a aquella reunión con el propósito de reventarla al día siguiente en una de su postineras ruedas de prensa. Y a continuación, con el remedo de consulta a las bases le colocó a su partido un cinturón de castidad y tiró la llave al río para evitar tentaciones de última hora. Así que por el lado del llamado “gobierno de cambio”, la historia se acabó aquel día (si es que alguna vez hubo historia). 

Por el lado de Sánchez y Rajoy no ha habido nunca nada que hacer, ya se sabe. Y el penúltimo regate de Rivera proponiendo un presidente de consenso, que podría haber tenido algún sentido hace dos meses, se ha tomado ahora como lo que es: un brindis al sol. 

El penúltimo regate de Rivera proponiendo un presidente de consenso se ha tomado ahora como lo que es: un brindis al sol

El otro síntoma inequívoco de que se cerró el chiringuito de los pactos y se abrió el de las elecciones es que vuelven a inundarnos las encuestas. Aún no hemos enterrado a la legislatura más corta y más triste de la democracia y ya se hacen quinielas sobre la siguiente.

Los pronosticadores de turno auguran un resultado electoral muy parecido al del 20D, y de ahí deducen mecánicamente que se reproducirá el mismo bloqueo político. No es por enmendar la plana a los que más y mejor saben, pero a mi modesto juicio ambas presunciones son dudosas.

Primero, no está ni medio claro que necesariamente se vaya a repetir el resultado del 20 de diciembre. Segundo, aunque los datos fueran parecidos, con cambios muy ligeros en los porcentajes –y sobre todo en la distribución de los escaños– se puede alterar por completo el escenario de las posibles mayorías de gobierno; y tercero, incluso con un resultado idéntico al anterior, de ninguna manera va a repetirse la misma estafa política si a estos dirigentes les queda un gramo de instinto de supervivencia.  

En términos puramente electorales, los factores que más pueden influir para cambiar las cosas son:

La participación. Ha sido históricamente el elemento más discriminante de los resultados electorales en España. Aquí un 60% de los ciudadanos vota siempre; un 20% no vota jamás; y hay un 20% que a veces vota y a veces no. Pues bien, del comportamiento de esos votantes ocasionales (hablamos de casi 7 millones de personas) depende mucho. 

Una mayor participación beneficia a la izquierda y la abstención conviene a la derecha

Es cierto que los precedentes valen menos con un marco de partidos distinto y en una circunstancia tan excepcional como esta. Pero en el estudio que ha hecho público Llorente y Cuenca se dicen tres cosas: a) que “son más participativos los habitantes de los grandes núcleos urbanos y los que tienen estudios superiores”; b) que “el electorado más movilizado parece ser el del PP y el menos motivado el del PSOE”; y c) que “se observa una fuerte movilización en el espacio de la derecha”. Lo que, de confirmarse, corroboraría una verdad histórica en nuestra sociología electoral: que una mayor participación beneficia a la izquierda y la abstención conviene a la derecha. 

Los ingredientes de la decisión de  voto. En las elecciones del 20D no se votó pensando principalmente en elegir a un gobierno: prevaleció la necesidad de expresar en las urnas un estado de ánimo colectivo tras ocho años de crisis económica y de descomposición política. Pero si vamos a votar de nuevo en junio será porque con aquel resultado ha sido imposible formar un gobierno, y es probable que esta circunstancia pese en el ánimo de los votantes y cambie sus prioridades. Si se vota en otra clave subjetiva, puede cambiar el sentido del voto.

La arquitectura de las alianzas electorales. Aquí todas las incertidumbres están en el espacio a la izquierda del PSOE. ¿Qué ocurrirá con las confluencias de Podemos en Catalunya, en la Comunidad Valenciana y en Galicia? Algo sabemos con seguridad: que con la fórmula electoral usada en diciembre, las confluencias no pudieron tener sus propios grupos parlamentarios en el Congreso, lo que para ellas es trascendental. Así que den por hecho que esta vez van a inventarse otra cosa, aunque sea un artificio jurídico. 

La confluencia de Podemos con Izquierda Unida podría hacer cambiar de destino cerca de treinta escaños

Y además, está la cuarta confluencia: la de Podemos con Izquierda Unida. Un hecho que podría hacer cambiar de destino cerca de treinta escaños (aunque no todos en dirección hacia la nueva alianza). Un ejemplo: Hay 27 provincias en las que se eligen entre 4 y 7 escaños. En ellas es decisiva la lucha por el tercer puesto, que puede marcar la frontera entre obtener escaño o quedar fuera del reparto. La posible confluencia Podemos-IU no sólo resuelve en casi todas ellas lo del tercer puesto, sino que en algunas abre la lucha con el PSOE por la segunda posición.   

El cuarto factor influyente es la coincidencia de las elecciones generales con las autonómicas de Galicia, algo que cada día parece más probable. 

El mencionado estudio de Llorente y Cuenca, usando una metodología de gabinete de análisis, proyecta una posible distribución de escaños en las 52 circunscripciones si se confirmara su estimación global de resultados (que se parece mucho a la de otras encuestas que se han publicado esta misma semana). ¿Qué pasaría en Catalunya? 

En política hay errores, hay cagadas, hay disparates… y más allá de todo eso está lo de Artur Mas

Según este ejercicio, En Comú obtendría 10 escaños, perdiendo dos en Barcelona. ERC retendría sus actuales 9 diputados. El PSC llegaría a 9 escaños, ganando uno en Barcelona. Ciutadans pasaría de 5 a 8 (dos más en Barcelona y uno más en Girona) y Democràcia i Llibertat (ex CDC) proseguiría su descenso a los infiernos: ahora perdería dos escaños más (uno en Barcelona y otro en Girona) y se quedaría con sólo 6 diputados en el Congreso, su peor resultado de la historia. Recuerdo que en las generales del 2011 CiU obtuvo 16 escaños. De 16 a 6 en cinco años, y esto no para de bajar. En política hay errores, hay cagadas, hay disparates… y más allá de todo eso está lo de Artur Mas.