Nuestro viaje al extremo occidental de Sicilia (las provincias de Palermo y de Trapani) ha sido una experiencia muy enriquecedora, que nos ha puesto delante de los ojos, encima de las manos y debajo de los pies los vestigios que explican una larga historia que se remonta a la antigüedad, y que, en el transcurso de los siglos, ha escrito episodios de una extraordinaria trascendencia. Para nosotros resultan especialmente interesantes y atrayentes los cuatro siglos largos (1285-1713) durante los cuales Sicilia formó parte del edificio político catalanoaragonés. La época en que las armas de Sicilia estaban formadas por las cuatro barras catalanas y las águilas Hohenstaufen. Pero la historia de la isla más grande y más poblada del Mediterráneo va mucho más allá de la dominación catalana medieval.

La Sicilia occidental nos ha explicado las luchas entre las antiguas Roma y Cartago por el control del Mediterráneo. La expansión y la desintegración del Imperio Romano. El relevo de la Loba Capitolina a cargo de los enigmáticos bizantinos, de cultura latina, de lengua griega y de expresión artística oriental. El paso efímero de los árabes medievales, de quienes, erróneamente, solemos pensar que su presencia en Europa se limitó a la península Ibérica. La convulsa aparición de los normandos, empresarios de la guerra de origen vikingo que, alrededor del año 1000, crearon el primer reino siciliano independiente de la historia. La etapa catalana, la dominación borbónica, la unificación italiana y, finalmente, el decisivo papel de la isla —¡y de la mafia!— en el desembarque aliado durante la II Guerra Mundial.

Palermo, capital de Sicilia

El primer contacto con la Sicilia occidental lo tuvimos en Palermo. La capital de Sicilia es una sucesión de fotogramas de la historia del Mediterráneo. Palermo nos mostró su antiquísimo puerto, y sus cuatro barrios históricos, dispuestos sobre el terreno a partir de la crucecita formada por los Quattro Canti. Sus mercados tradicionales (Vucciria, Ballarò), con sus puestos (fijos y efímeros) —de fruta, de pescado, de comidas preparadas— plantados sobre calles estrechas y sombrías, con nombres que evocan un pasado catalán (la plaza Olivella, por ejemplo). Y los pequeños restaurantes (osterias, en el vocabulario siciliano, y referido a nuestra palabra hostal), que transportan al comensal a la época del cine italiano de la posguerra.

Palermo. Claustro reinaixentista del Palazzo dei Normanni. Fuente Gabriel Pons
Palermo. Claustro renacentista del Palazzo dei Normanni / Fuente: Gabriel Pons

Y sin embargo, Palermo es más que esta cotidianidad. Es, también, una colosal y enigmática monumentalidad, en ocasiones oculta detrás las fachadas de las casas y del ruido de las calles. Palermo es para zambullirse en ella  y nos "embarcamos" en un bus urbano —ruidoso y cutre— que nos llevó hasta la Piazza Independenza, junto al Palacio de los Normandos, que alberga la sorprendente capilla Palatina, policromada con pan de oro. Muy cerca, nos pudieron sumergir en la cultura funeraria siciliana: las Catacumbas de los Dominicos, unas enigmáticas galerías subterráneas que contienen centenares de cadáveres momificados (los de las oligarquías locales que, entre los siglos XVI y XIX, pagaron auténticas fortunas para conservar y honrar la fisonomía de sus difuntos).

Palermo es para, básicamente, callejearla y descubrirla pausadamente. Escuchar sus ruidos, observar sus colores y oler sus perfumes. Dejándonos llevar por los sentidos, nos adentramos por las calles y placitas de los barrios de Monte di Pietà y de la Albergheria, al ritmo del tiempo que imponen las campanas de los templos y conocimos a los otros grandes testimonios del pasado de la ciudad: la catedral, el Palazzo Pretorio, las iglesias de San Cataldo, de la Martorana y del Gesù. Callejeamos pausadamente y nos pareció que oíamos, todavía, picar sobre los adoquines del suelo las botas que delataban los pasos acelerados de los mercenarios normandos, de los almogávares catalanes o de los lazzari de las primeras congregaciones mafiosas.

Trapani, la huella de los almogávares

Uno de los días de nuestra estancia lo dedicamos a conocer Trapani, una tranquila y deliciosa ciudad marinera situada en el extremo más occidental de la isla. Trapani fue el escenario del desembarque de los almogávares catalanes (1282), que conquistaron la isla y la incorporaron al edificio político catalanoaragonés. Trapani nos mostró el templo de San Lorenzo, convertido en sede catedralicia por nuestro rey Alfonso el Magnánimo. Pero lo más sorprendente lo encontramos en la iglesia del Alma del Purgatorio, que es el refugio de todos los pasos de la Semana Santa trapanesa. El Alma del Purgatorio hace gala a su advocación: es una explosión de aquel dramatismo siciliano de raíz popular expresado a través de aquella magistral imaginería barroca.

Trapani. Catedral de San Llorenç. Fuente Gabriel Pons
Trapani. Catedral de San Lorenzo / Fuente: Gabriel Pons

Trapani es también un refugio de calma. Su barbacana de tramontana (el paso de ronda sobre la muralla de mar que llaman así desde la época de la dominación catalana) es pura esencia de mediterraneidad. Y las casas, los callejones y las placitas abrigadas detrás son el testimonio de otra época, cuando la vida —en Trapani y en todas partes— era más sencilla. Eso no quiere decir que aquella gente, de hace uno, dos, tres siglos, renunciara a los placeres de la vida. La soleada y calurosa Trapani es, paradójicamente, la capital siciliana de los helados. Los mejores helados de Sicilia son los de Trapani (digan lo que digan en Taormina o en Módica), y no quisimos dejar pasar la ocasión para entrar en una de las heladerías más tradicionales de la ciudad, junto al Palazzo Senatorial, y regalar al paladar una fabulosa terrina de panna, de ciocolatto, o de los dos sabores.

Corleone, la capital de la mafia

Corleone nos interesaba mucho. Queríamos saber por qué las familias más poderosas de la mafia siciliana —desde la II Guerra Mundial hasta hace cuatro días— habían salido de este pequeño pueblo de montaña. Y nos lo explicó el silencio que impone el desfiladero que discurre al lado del pueblo, la vía de comunicación que, desde tiempos inmemoriales, une el sur y el norte de la isla. En la estratégica Corleone entramos en la casa de una antigua familia mafiosa que, a caballo entre los siglos XIX y XX, había sido una de las más poderosas de la parte central de la isla. Y después visitamos el cementerio del pueblo, para contemplar los panteones de otras poderosas familias mafiosas (los Navarra, los Provenzano, los Riina) y las fotografías —en riguroso blanco y negro— sobre aquellas silenciosas lápidas.

Corleone. En|A la casa de una de las famílies més poderosas de la màfia local a principios del siglo XX. Fuente Gabriel Pons
Corleone. En la casa de una de las familias más poderosas de la mafia local a principios del siglo XX / Fuente: Gabriel Pons

Corleone nunca decepciona. Cuando llegamos, a media mañana, el pueblo estaba vacío. Daba la impresión de que sus vecinos se habían marchado, de buena mañana, a trabajar a los inacabables campos de cereal de los alrededores. Sin embargo, desde el primer momento, percibimos que todos los ojos del pueblo nos miraban desde detrás de las ventanas. Y que todos los pasos de los escasos vecinos que se movían por las calles seguían nuestros movimientos. En la actualidad Corleone ya no es el centro de la mafia siciliana, pero los forasteros todavía son vistos con desconfianza. Es el peso de la historia. Por cierto, en Corleone, en el Pastificcio Russo, nos sirvieron los mejores cannolis de Sicilia.

Ficuzza, la Suiza siciliana

Una rama de los Borbones españoles ocupó el trono de Sicilia durante dos siglos (XVIII y XIX), hasta que Garibaldi —el héroe de la unificación italiana— los echó a patadas. Pero mientras estuvieron, construyeron varios palacios, para su disfrute particular, naturalmente. Uno de estos, bastante desconocido pero muy ilustrativo, es el pabellón de caza de Ficuzza, construido justo en medio de un paraje natural de una gran belleza paisajística que, actual y popularmente, es denominado la Suiza siciliana. En Ficuzza buscábamos una explicación más al nacimiento y evolución de la mafia, y la encontramos en aquella espectacular y lujosa residencia "de fin de semana", que contrastaba con la sencillez —y en ocasiones, la miseria— de las casas de la clase popular.

Cefalù, 'Cinema Paradiso'

Otro de los días de nuestra estancia lo dedicamos a conocer Cefalù, el complemento a escala de Trapani. Y el pueblo donde se han rodado los exteriores de varias películas. La más conocida, Cinema Paradiso (1988). Pero en Cefalù nos esperaba una sorpresa impagable. Nos introdujeron en la casa y en la cocina de una familia local. Y la Rosamaria Messina, de Cefalù, nuestra anfitriona y una extraordinaria cocinera (¡tomad nota!), nos enseñó los secretos de la preparación de la caponata siciliana. En su mesa degustamos la mejor pasta de Sicilia. Fue una buena manera de culminar nuestro viaje de descubrimiento de la Sicilia cotidiana y a la vez profunda. Aquella Sicilia oculta detrás los manidos eslóganes turísticos y los perjuicios infundados.

Cefalú. Playa del puerto viejo. Fuente Gabriel Pons
Cefalù. Playa del Puerto Viejo / Fuente: Gabriel Pons