Daniel Sirera es un superviviente de la política que ha pasado por casi todos los peldaños de la cosa nuestra catalana. Criado en las Nuevas Generaciones del PP en Barcelona, fue un jovencísimo diputado en el Parlament, después concejal en el Consejo Municipal de Barcelona y también un brevísimo presidente de los populares (y senador en Madrit) antes de que Alicia Sánchez-Camacho le robara el trono gracias a una sucísima campaña del clan Fernández Díaz. Después de una pequeña travesía por el desierto, el PP acabó regalándole uno de aquellos cargos en el Consell de l’Audiovisual de Catalunya de los cuales nadie tiene ni folla sobre de qué van (pero que comporta una retribución anual de 104.000 pepinos). En febrero del año pasado, en lo que se podía haber convertido en un adiós definitivo a la tribu, Sirera fichó como director de gabinete del presidente del PP valenciano, Carlos Manzón. Pero Alberto Núñez Feijóo le pidió que fuera candidato a la alcaldía y Sirera, disciplinado, decidió volver a casa.

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La fidelidad de Sirera en el PP implica una resistencia que no siempre se le ha agradecido. Llegó a dirigir los populares catalanes porque el núcleo madrileño de Zaplana y Acebes se cansó de un candidato demasiado filocatalanista como Josep Piqué. Sirera representaba una opción un tanto más dura que el exministro de Aznar, pero la Operación Catalunya también funciona de puertas adentro, y la costra de los eclesiásticos lo destrozó sin demasiada piedad. De hecho, Sirera no era la primera opción de Feijóo, que primero había pensado en Dolors Montserrat como candidata a la alcaldía (pero la eurodiputada vive muy contenta haciendo aquello que hacen sus señorías en Bruselas; es decir, poca cosa) y después también se intentó camelar a algún antiguo presidente de Foment de Treball y algún bellísimo alto ejecutivo barcelonés. Cansado de negativas, el gallego acabó confiando en este "hombre de la casa" que ahora tiene la patata caliente de salvar un partido que en Catalunya corre un peligro más que real de extinción.

Ahora que el procés ha perdido intensidad y friquismo, el PP ya no necesita a un candidato medio loco como Josep Bou; y Sirera hará bastante bien el papel de sensato

La afirmación no es descabellada. Hace tiempo que la dirección central del PP da por muerto a su capataz en Catalunya, Alejandro Fernández (injustamente, a mi entender, porque los salvó de la desaparición en las últimas elecciones del Parlament). Sin embargo, en el ámbito municipal, la mayoría de las candidaturas del PP están conformadas por listas fantasma rebosantes de militantes de otras regiones de España y, en muchos casos, los populares han sufrido una fuga de nombres más que relevante hacia Valents. Así pues, Sirera se enfrenta al reto de reflotar un partido que no siempre lo ha tratado con estima. Efectivamente, de mejorar los dos concejales que tiene en Barcelona, puede acabar ganándose la estima de quien corta el bacalao que, como pasa siempre, vive en Madrit. Ahora que el procés ha perdido intensidad y friquismo, el PP ya no necesita a un candidato medio loco como Josep Bou; y Sirera hará bastante bien el papel de sensato.

En este sentido, tiene gracia ver como, más que querer destronar a Colau, Sirera ha hecho bien urdiendo una campaña que básicamente arremeterá contra la complicidad de Collboni con la alcaldesa y que criticará iniciativas como las supermanzanas solo por el hecho de que Xavier Trias las ayudó a mantener (también insistirá a menudo, buscando al elector del Upper, en el supuesto independentismo del convergente). Al fin y al cabo, Sirera sabe que tiene que robar votos a Convergència y aprovechar que su candidato no acaba de dispararse en las encuestas. Es así como el popular no para de repetir que la ciudad está sucia, que hay un déficit de agentes de policía en las calles y que el brillo del olimpismo barcelonés ya no se huele ni en el mismo Palau Sant Jordi. Su obsesión con la policía no es meramente punitiva: su padre Baldomero fue intendente mayor de la Guardia Urbana y todavía viaja por la ciudad con su casco.

Sirera lo hará bien, no solo porque conoce bastante bien la ciudad y quién sabe si ampliará el par de concejales actuales, sino también porque comparte con los españoles que, con respecto a eso tan pesado de Catalunya, la solución, al final, siempre la tiene que acabar poniendo la pasma.