Tal día como hoy del año 1790, hace 229 años, entraba en vigor en Francia la nueva ley de reordenación del territorio, que había sido votada y aprobada el año anterior por los Estados Generales —el equivalente del Parlamento—. Contra la opinión más generalizada, aquella ley fue todavía promulgada y firmada por el rey Luis XVI, cuya autoridad en aquellos momentos ya estaba muy fiscalizada por el estamento burgués revolucionario. El rey no sería guillotinado —proclamación de la República— hasta casi tres más años más tarde. La ley de reordenación del territorio francés liquidaba totalmente la vieja división administrativa de raíz medieval —las provincias— y dividía Francia en 83 departamentos de una extensión parecida, que serían bautizados con el nombre de un accidente geográfico destacado.

Así las cosas, los condados norcatalanes del Rosselló y de Cerdanya, que la monarquía hispánica había transferido al dominio francés como consecuencia de la firma del Tratado de los Pirineos y que entre 1659 y 1790 la administración francesa había denominado "province du Roussillon", pasaban a llamarse "département des Pyrénées Orientales". Aquel cambio de denominación también comportó una ligera modificación de los límites de la provincia: la comarca de la Fenolleda, de lengua y cultura occitana, fue transferida de la "province de Languedoc", con capital en Montpellier, en el "département des Pyrénées Orientales", que mantenía Perpinyà como centro político territorial, y la separaba del Perapertusès, comarca con la que durante siglos había formado una unidad cultural.

También la máxima figura política de la provincia, hasta entonces el gobernador general o intendant, fue reemplazada por un nuevo cargo: el prefecto. Mientras que el primero había sido el representante de la corona francesa en el territorio, con unas amplias atribuciones que no se diferenciaban de las que tenía la misma figura política en las colonias de ultramar, el nuevo prefecto era un simple burócrata responsable de la aplicación punto por punto de las políticas del poder central. A partir de esa departamentalización, el proceso de afrancesamiento en los territorios de lengua y cultura no francesa —más del 50% del territorio— se intensificó. No obstante, el francés, que en 1790 era una lengua desconocida por la inmensa mayoría de la sociedad norcatalana, tardaría un siglo y medio en imponerse.

Imagen: Mapa del departamento de los Pirineos Orientales (1852) / Biblioteca Nacional de Francia