Tal día como hoy del año 1640, hace 379 años, todos los miembros de los tres brazos estamentales (la máxima representación política del país) se reunían en el Palau de la Generalitat, y votaban dirigir una última embajada al virrey hispánico, exigiéndole que detuviera la oleada de saqueos, incendios y crímenes que cometían los soldados hispánicos acuartelados en Catalunya, y castigara a los culpables. Desde que en 1635 había estallado la guerra entre las monarquías hispánica y francesa, la frontera entre Catalunya y Languedoc había sido convertida –a propósito– en uno de los principales escenarios de aquel conflicto.

El conde-duque de Olivares –ministro plenipotenciario del rey hispánico Felipe IV– había desplazado 40.000 tercios de Castilla al Principado, que en virtud de una ley medieval, tenían que ser alojados y mantenidos por la población civil catalana. En el tráfico hacia el frente de guerra, los soldados hispánicos siempre actuaron de la misma forma que lo habrían hecho en tierra enemiga; y esta sería la mecha que –después de gravísimos incidentes previos– encendería la Revolución de los Segadores (7 de junio de 1640). Y sería, precisamente, a partir de la revolución popular catalana, que los soldados hispánicos emplearían toda la fuerza y la violencia contra la población civil.

No obstante, las anotaciones en los Dietaris de la Generalitat, revelan un estado de tensión creciente que apunta claramente hacia el conflicto bélico. Poco antes, Felipe IV había desautorizado –y casi cesado– al virrey conciliador Gil de Manrique; y, en cambio, había acreditado para estas funciones a Pedro Fajardo de Zúñiga –marqués de Los Vélez– y a su ejército de 20.000 tercios. Los Vélez pronto se haría un nombre: las brutales masacres que ordenó en Tortosa y en Cambrils (camino de Barcelona) se habían convertido en el único mensaje que la monarquía hispánica enviaba a los catalanes.

Mientras tanto, los catalanes negociaban secretamente con la monarquía francesa. Y esta sería otra de las causas que provocaría el estallido definitivo del conflicto. Cuando Juan de Garay –comandante militar hispánico en la plaza de Perpinyà– fue informado de que los catalanes y los franceses negociaban una alianza; ordenó encarcelar, sin tener autorización de la Generalitat, las personalidades más destacadas de Perpinyà: era la gota que colmaba el vaso. La no respuesta a las advertencias catalanas provocaría que Pau Claris, presidente de la Generalitat, ordenara poner en marcha la recta final de las negociaciones con Francia; que se firmarían, tan sólo, siete días más tarde.