Tal día como hoy del año 58 antes de Cristo, hace 2.079 años, en Roma, nacía Livia Drusila (también conocida como Julia Augusta), que sería esposa ―en segundas nupcias― de Cayo Octavio Augusto, primer emperador de Roma. Según la tradición romana, su padre Marco Livio Drus la casó, en primeras nupcias, con Tiberio Claudio Nerón (42 a.C.) con el propósito de reforzar las alianzas políticas entre las dos familias. Sin embargo, pasados tres años (39 a.C.), conoció a Cayo Octavioo, que posteriormente sería el emperador Augusto (27 a.C. a 14 d.C.). Según la misma tradición romana, Octavio se enamoró locamente y forzó el divorcio de Tiberio y Livia, para casarse con ella (39 a.C.).

A partir de aquel momento, Livia fue la principal consejera de Octavio en su fulgurante carrera. Cuando Octavio derrocó la República y se proclamó emperador (27 a.C.), se desplazó a Tarraco, junto con Livia y los hijos que esta había tenido con Tiberio, para dirigir las campañas militares que tenían que completar la conquista romana de la península Ibérica. Durante los dos años que residió en la ciudad (26 a.C. a 25 a.C.), Tarraco se convirtió en la colonia urbana romana más importante de la península Ibérica. Durante aquellos dos años, el gobierno efectivo del Imperio se ejerció desde Tarraco, y la fisonomía de la ciudad cambió radicalmente.

Livia, que en aquel momento era una de las personas más influyentes del Imperio, maniobró para radicar, definitivamente, la capital imperial en Tarraco. Octavio todavía no había conseguido consolidar el nuevo régimen político, y la vieja Roma era un avispero de intrigas y conspiraciones que amenazaban, permanentemente, la vida de la pareja imperial, la de los hijos de Livia y la de sus respectivos familiares. Con el desplazamiento de la capitalidad en Tarraco, Livia pretendía alejarse de los peligros que los amenazaban, y crear una nueva y filtrada oligarquía patricia romana, formada por familias que eran probadamente leales al nuevo régimen.

Livia no consiguió su objetivo y el 25 a.C. tuvo que volver a Roma. Durante años cultivó una imagen de belleza y maternidad en beneficio del régimen imperial. Sobrevivió a todas las conspiraciones políticas que se promovieron contra la figura de Octavio Augusto; e, incluso, se ganó una siniestra fama como principal sospechosa del envenenamiento de buena parte de los enemigos políticos del emperador. Se le atribuyó la autoría de un mínimo de cincuenta asesinatos. Después de abandonar Tarraco, no volvió nunca más, sin embargo, según la tradición romana, "la perla de Augusto" siempre estuvo en su pensamiento.