Hace más de 45 años, cuando Jordi Pujol me presentó a Carles Vilarrubí, en la campaña electoral de 1980, la primera que ganó y que le permitiría llegar al Palau de la Generalitat, tenía 26 años y una pasión desbordante por la política, los medios de comunicación, la lengua catalana y el país en el que había nacido, Catalunya. Había acabado económicas y allí estaba Vilarrubí, conduciendo su SEAT 127, de color blanco, como chofer durante aquellas tres trepidantes semanas que acabarían haciendo a Pujol president, cambiando el destino de Catalunya y modificando todos los pronósticos de victoria del socialista Joan Reventós.
Aquellos cinco mil kilómetros, pateándose el país de norte a sur y de este a oeste, marcaron, sin duda, la relación entre Pujol y Vilarrubí. No solo por los cargos que ocupó y las iniciativas que puso en marcha, como Catalunya Ràdio o la Entitat Autònoma de Jocs i Apostes de la Generalitat (EAJA), sino porque a su lado aprendió la complejidad del poder, la relación con Madrid D.F. y, con el tiempo, el complejo ecosistema de la menguante burguesía catalana, donde conviven las relaciones fáciles y otras más difíciles con un calculado distanciamiento, aunque aparentemente no sea fácil de percibir. Un joven avispado, inquieto y ambicioso como él aprendió fácilmente, y cuando a los 42 años entró a formar parte del consejo de Telefónica bajo la presidencia de Juan Villalonga, su áurea de ganador e influyente ya era de sobra conocida, en Barcelona y también en Madrid.
A partir de su entrada en Telefónica y, sobre todo, tras su matrimonio con Sol Daurella, presidenta de Coca-Cola Europacific Partners (CCEP), su vida profesional y también personal dio un vuelco absoluto. Era, sin discusión alguna, el mejor anfitrión de Barcelona; y en su casa, en la zona alta de la ciudad, o en su segunda residencia en la Cerdanya, ha recibido la flor y nata de la sociedad en cualquier disciplina, desde el deporte, la cultura, los medios de comunicación, la ciencia, la medicina, la abogacía, la empresa o la gastronomía, en alguna de las cenas que organizaba con una regularidad que pocos son capaces de llevar a cabo.
En muchos aspectos, es, para algunos, una pérdida devastadora, desgarradora e irreemplazable
Su faceta empresarial creció al mismo ritmo que su vida social en el entramado catalán. En 2010 se incorporó a la directiva del Futbol Club Barcelona como vicepresidente institucional, un cargo que le venía como anillo al dedo y en el que revitalizó el siempre menguante palco del Camp Nou. Sería en 2017 cuando un hecho ajeno al futbol lo llevaría a presentar su dimisión irrevocable. Era el 1 de octubre, domingo, y se estaba celebrando el referéndum de independencia de Catalunya, convocado por el president Carles Puigdemont. El Barça tenía que jugar con la U.D. Las Palmas el correspondiente partido del campeonato. El club había solicitado a la Liga Profesional el aplazamiento tras la violenta actuación de la policía española, pero no se le concedió.
Entonces se planteó el dilema de realizar el partido a puerta cerrada o no celebrarlo como protesta. Ganó la primera opción en la directiva y Vilarrubí presentó inmediatamente la dimisión de la junta directiva del F.C. Barcelona en desacuerdo con la decisión. Fue todo un puñetazo encima de la mesa y la evidencia para el gran público de cuáles eran sus convicciones profundas, su generosidad y su patriotismo. Aquel gesto le acarreó, con los años, más de un quebradero de cabeza y, sobre todo, una injusta persecución judicial que lo intranquilizaba y lo perturbaba, mucho más estas últimas semanas, porque sin su apellido y su curriculum su situación sería radicalmente diferente. Vilarrubí era un colaborador inicial de Jordi Pujol, un patriota incontestable, el hombre que puso en marcha Catalunya Ràdio y más adelante, en el año 2000, también fue clave en el lanzamiento de RAC1, y quien dio dimensión mundial en el mundo del fútbol, con su dimisión en el Barça, al referéndum del 1-O.
Su renuncia al Barça le permitió concentrarse en la que sería su última gran pasión, la Acadèmia Catalana de Gastronomia, a la que añadiría enseguida la coletilla de Nutrició para completar su significado actual. Con su entusiasmo y persistencia habituales le dio forma, presencia y notoriedad desde el mismo momento en que accedió a la presidencia en 2016. La academia instauró los Premis Nacionals de Gastronomia y consiguió un reconocimiento en el sector y la presencia del president de la Generalitat correspondiente en la entrega de premios. Fue su última aventura desinteresada al servicio del país que amó y al que sirvió con lealtad y patriotismo, tanto en las grandes aventuras como en otras mucho más pequeñas. En muchos aspectos, es, para algunos, una pérdida devastadora, desgarradora e irreemplazable. Vuela, vuela alto, Carles.