Me tendrán que explicar despacio, muy despacio, aquellos que lo defienden, en qué ayuda al independentismo el fracaso de la manifestación convocada por la ANC el próximo día 11 y a la que dan apoyo Òmnium Cultural y la Associació de Municipis per la Independència (AMI). He mirado estos días la extensa hemeroteca de los últimos años y solo he encontrado titulares referentes al independentismo como ideología política, no a la ANC ni a un partido político u otro. El éxito de las concentraciones ha sido del conjunto del independentismo, de la ciudadanía movilizada en defensa de sus libertades nacionales y con la firme voluntad de aspirar a ser un Estado más de la Unión Europea. Con esa ambición como santo y seña, el independentismo desbordó la calle hasta convertirse en un fenómeno político único en la Europa moderna, ocupó portadas de la prensa internacional, abrió numerosos informativos de radio y televisión de los cinco continentes y despertó año a año una corriente de simpatía y de curiosidad de la comunidad internacional.

El éxito siempre tiene muchos padres y el fracaso solo tiene uno. En estos años de bonanzas, claro que ANC, Òmnium y la AMI hacían los discursos políticos de la jornada, pero los partidos ahí estaban, en una posición subalterna porque no eran los actores principales, un papel que solo correspondía a la ciudadanía. Los titulares hablaban de los cientos de miles de personas, incuso de los millones, dejando para el interior del texto una referencia a los discursos que se habían pronunciado. Este era el juego: el éxito o el fracaso estaba en la asistencia multitudinaria o no a la manifestación. No han podido los partidos españoles, sus medios de comunicación, sus propagandistas habituales proclamar desde Madrid una derrota del independentismo hasta la fecha, y desde el año 2010, en la manifestación del mes de julio contra la sentencia del Estatut, y a partir del año 2012 todos los 11 de Setembre, las calles de Barcelona eran un clam. Era una victoria de todos, claro está, con un protagonismo muy minoritario de los líderes políticos. Y una derrota de los que niegan las libertades nacionales de Catalunya.

Este año, todo se ha complicado. Lo que empezó siendo un anuncio del president de la Generalitat, Pere Aragonès, de que no asistiría a la manifestación porque en el manifiesto se emplazaba directamente al Govern y a los partidos y tenía poco sentido su presencia, ha acabado derivando en un intenso y sostenido boicot de Esquerra Republicana, con la ausencia declarada de sus consellers de la Generalitat y un puñado de sus principales dirigentes. Ya dije durante el fin de semana que me parecía un error la declarada ausencia de Aragonès, por más molesto que estuviera con la ANC y algunas declaraciones de sus dirigentes que no le han gustado. Pero que Esquerra contribuya a debilitar la jornada de protesta, con una carta a sus militantes incluida, es aún más sorprendente. Porque no creo que tenga nada a ganar si la manifestación es un fracaso, porque no será un éxito de Esquerra, ni un fracaso de la ANC sino del independentismo. Para evitar este fracaso, por ejemplo, Òmnium se ha implicado a fondo pasando por encima del regate corto del manifiesto.

En las últimas horas, la CUP ha anunciado que también estará presente en la manifestación con sus principales dirigentes, como antes había hecho Junts per Catalunya, que pone sordina a las críticas de la ANC al Govern y trata de aprovechar el movimiento de Esquerra. Como no hay nada tan cainita como las batallas dentro de la misma familia, el espacio independentista tan acostumbrado a estar a la greña, no tendrá más remedio si no hay un acuerdo de última hora, que transitar en medio de esta divergencia que no es menor y puede tener consecuencias. No me refiero a la ruptura o no del Govern, que eso va por otra derivada, sino a algo tan importante como demostrar si el independentismo sigue enviando un mensaje a España de que ahí sigue porque nada ha cambiado y las razones para protestar siguen estando presentes. Tozudamente alzado.