El acuerdo del Gobierno español con las comunidades autónomas este viernes para retirar la mascarilla obligatoria en los centros de salud, hospitales y farmacias pone punto y final a más de tres años de una situación de la cual ya casi no nos acordamos, pero que puso patas arriba todo lo que habíamos conocido antes y que provocó un largo confinamiento de la población para superar la expansión del coronavirus, la búsqueda de vacunas para proteger a la población y, después, poco a poco, una lenta desescalada de vuelta a la normalidad.

El mundo se colapsó como nunca antes se había visto, el pánico se apoderó de la ciudadanía y parecía, durante unas semanas, que el futuro, tal como cada uno lo había concebido, saltaría inevitablemente por los aires. La economía entró en una situación desconocida, donde muchos sectores tuvieron que hacer un Expediente de Regulación de Empleo (ERE), que se alargó durante varios meses, y muchas empresas quebraron y no han conseguido salir a flote. La aviación desapareció y algunos hoteles llegaron a estar cerrados entre seis meses y un año, una situación radicalmente diferente a la de este 2023, en que el sector aéreo y el de la hostelería vivirá años de récord, muy superiores a los del año previo a la pandemia, el 2019.

De todo eso, hoy casi nadie se acuerda. La rapidez con que suceden las cosas y la dinámica informativa hace que hoy todo camine por otros derroteros, casi sin que se haya hecho ninguna propuesta para que un episodio como el que se produjo en 2020 sea mucho más detectable, y la respuesta de los poderes públicos más rápida y eficiente. Con la supresión de las mascarillas se desconecta definitivamente a la sociedad de los años del coronavirus. Estaría bien que la ciudadanía, aunque sea por su cuenta, también haya aprendido algo.

La mascarilla sigue siendo útil, en muchos casos, para proteger y protegernos cuando haya episodios víricos, por suaves que sean. Aquellas situaciones en las que veíamos a ciudadanos orientales, chinos o japoneses, por ejemplo, protegiéndose con su mascarilla al más leve síntoma de un resfriado, no debería ser algo extemporáneo, sino habitual también aquí. Convertir la prevención en una actitud permanente y no en una excepción ante episodios graves para la población querría decir que algo hemos aprendido.