La reunión de Pedro Sánchez con Jordi Turull y Míriam Nogueras en el palacio de la Moncloa, primera tras el estallido del llamado caso Santos Cerdán, sirvió para comprobar tres cosas: la posición del partido de Puigdemont es no adoptar ninguna decisión drástica e irreversible hasta tener más elementos de juicio sobre la capacidad del presidente de poder mantener viva la legislatura; en segundo lugar, una inflexión moderada en su relación, para no aparecer como rehenes de una situación incontrolada ante el desconocimiento más absoluto de que no pasemos muchas semanas sin nuevos audios comprometedores para el PSOE; y, en tercer lugar, la exigencia de que han de pasar cosas y han de ser rápidas porque el rédito del llamado Acuerdo de Bruselas está claramente en números rojos. Junts ha enseñado así sus cartas y no parece que el precio haya puesto nerviosos a los socialistas, muchos de los cuales empezaron a respirar, ya que temían una actitud mucho más belicosa de la formación del president en el exilio.
Como que el relato que la gente percibe es el que es, se está produciendo una situación curiosa: Esquerra está marcando más distancias de Sánchez, situándose en un camino difícil entre Podemos y Junts. En primer lugar, ha marcado el tiempo de la reunión, retrasándola hasta este miércoles y se ha asegurado de que no haya fotos del encuentro en Moncloa. En el caso de Junts, la imagen difundida ha sido la de Sánchez recibiendo a Turull y Nogueras, y Esquerra quiere mantener el encuentro del presidente del gobierno con Rufián, veremos si solo o acompañado, igual que ha ido Turull podrían ir el propio Oriol Junqueras o Elisenda Alamany, sin fotógrafos presentes. Los números para una moción de confianza están lejos de dar: se precisan, al menos, 176 votos a favor, y hoy varias formaciones están muy lejos de querer aparecer retratadas en una situación que no dominan y que desconocen por completo la evolución que tendrá. Porque la cruda realidad es esta: no le pueden dar un cheque en blanco a Sánchez, ya que corren el riesgo de quedar arrastrados por un vendaval que acabe llegando al mismo corazón del palacio de la Moncloa.
No parece que el precio de Junts haya puesto nerviosos a los socialistas, muchos de los cuales empezaron a respirar, ya que temían una actitud mucho más belicosa
En este contexto, ¿qué hizo Sánchez con Junts? Les agradeció su posición, pidió unos días para reenfocar las cosas pendientes y les garantizó un nuevo enlace político que reemplace a Santos Cerdán en la interlocución del llamado Acuerdo de Bruselas, un extenso documento que sirvió para dar apoyo a la investidura del secretario general del PSOE y que casi dos años después ha tenido muy pocos avances, al menos en lo que respecta a los acuerdos conocidos. Por una cosa o por otra, los socialistas han sabido jugar la partida a la perfección hasta el extremo de desesperar a la formación de Carles Puigdemont ante los escasos avances. El ejemplo más claro de ello ha sido la oficialidad del catalán en las instituciones europeas y que ha acabado siendo una interminable montaña rusa que no ha llegado nunca a su destino. Cuando Junts apretaba, el gobierno español actuaba, pero lo hacía tan de uvas a peras que las gestiones de un determinado momento servían de bastante poco seis meses después. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, sigue teniendo crédito del president Puigdemont, pese a todo, por su persistencia, no así otras importantes posiciones del gobierno español.
Un ejemplo que explica bien que Sánchez intenta correr lo menos posible y saber si es firme el terreno que pisa, está en la patada adelante que intenta dar a su comparecencia en el Congreso, que ha propuesto para el 9 julio, 27 días después de que estallara el escándalo Santos Cerdán. Lo ha hecho con el único apoyo del PSOE y con mayor o menor agresividad han reaccionado en contra todo el resto de formaciones. El líder del PSOE se ha zafado de la presión utilizando su posición en la Junta de Portavoces del Congreso, que establece que para modificar el orden del día de una sesión hace falta unanimidad. Eso hace que esta semana haya pleno, pero que con esta artimaña pueda evitar la presión del resto de formaciones. Veintisiete días, en las actuales circunstancias, es una eternidad, y además le sitúa en los prolegómenos de las vacaciones de verano y, con una ligera patada, todo el calendario se va a septiembre. Supongo que esta es la jugada que va a intentar. Y explorar en Doñana o en la residencia Real de la Mareta, en Lanzarote, dos de los lugares que acostumbra a utilizar en verano, los márgenes que tiene para el nuevo curso.