Catalunya, la vieja nación de Europa que ambiciona ser reconocida como un nuevo Estado de la Unión Europea, tiene la oportunidad este jueves en las urnas de revalidar la mayoría independentista en el Parlament de Catalunya y cerrar de un portazo el periodo más negro de la democracia en Catalunya, abierto con la arbitraria aplicación del artículo 155 de la Constitución y que ha desarbolado todas las instituciones de autogobierno. La cita con las urnas es, por tanto, una cuestión vital para el futuro. Un antes y un después en la historia del país. Igual que los ojos de la comunidad internacional estuvieron pendientes de cual era la respuesta catalana el pasado 1 de octubre en el referéndum de independencia estarán también en esta trascendental jornada electoral.

En unas elecciones todo el mundo se juega mucho. Pero, sobre todo, este 21-D se lo juegan los independentistas y Mariano Rajoy. La victoria de unos es la derrota del otro y viceversa. Sin términos medios. La calculadora de la noche electoral hará sobre todo una suma: ¿hay o no hay 68 diputados independentistas? Uno de los muchos enviados especiales de los medios de comunicación extranjeros que han acudido estos días a El Nacional para entrevistar a algún miembro de la redacción y que cubrirá la jornada electoral de este jueves, me planteaba el siguiente dilema: ¿Será capaz el independentismo de acudir en masa a las urnas desafiando la campaña que ha llevado a cabo el Estado español contra sus dirigentes o por el contrario podrá más la represión que ha llevado a cabo? Nadie tiene una respuesta segura a este interrogante, pero ¿qué aliciente hay para quedarse en casa? Evidentemente ninguno, ya que los nubarrones sobre el futuro del país serán ciertamente muy negros si no hay una masiva participación.

El tren de la historia tiene, por tanto, una parada muy importante este 21-D. Catalunya se juega el país que ha ido construyendo durante décadas y, en algún aspecto, durante siglos. Se juega la escuela, se juega la sanidad, se juega las infraestructuras, se juega las exportaciones, se juega la cultura, se juega la lengua, se juega su identidad. Se juega que nunca más un representante no escogido por el pueblo de Catalunya usurpe ilegítimamente su escudo y sus instituciones. Se juega su dignidad. Claro que se juega su dignidad, ¿o no es defender la dignidad de Catalunya que el president Carles Puigdemont pueda regresar de Bruselas y que el vicepresident Oriol Junqueras pueda salir de la prisión?

Las encuestas que no se han podido publicar en España por el veto de la ley electoral dejan un escenario en el que es seguro que la capacidad de movilización de las últimas horas acabará de decidir las mayorías en el Parlament. Ningún voto va a sobrar y todos juntos pueden demostrar que Catalunya no ha tenido un subidón, como se ha repetido desde Madrid. Sino que la resiliencia del independentismo está hecha de un material imposible de acabar con él, ya que es capaz de resistir ante cualquier obstáculo. Y eso, hoy, solo se puede demostrar en las urnas.