En muy pocas ocasiones, diría que en ninguna, he tenido que dejar en un segundo plano la celebración de un título de Liga obtenido por el Fútbol Club Barcelona porque hubiera otro acontecimiento informativo alrededor del encuentro que así lo precisara. Y, lamentablemente, eso es lo que sucedió el domingo por la noche cuando en el estadio de Cornellà, un grupo de hinchas violentos que hace tiempo que deberían tener prohibido el acceso a un partido de fútbol, reventaron la celebración de la plantilla blaugrana en el terreno de juego. La invasión de campo no tiene justificación posible, ni la persecución a los jugadores, ni las imágenes obscenas de seguidores de extrema derecha en el terreno de juego, ni las medidas de seguridad adoptadas, cuando lo que sucedió no era descartable. Pero tampoco tiene explicación el silencio de los responsables del Real Club Deportivo Espanyol, que 24 horas después han hecho tan solo un comunicado de diez líneas, que aún no han publicado en su cuenta oficial de Twitter, sin ninguna disculpa y con una explicación demasiado simplista para la gravedad de los incidentes.

El hecho de que el club blanquiazul esté pasando un momento deportivo difícil no es excusa. Alguien debería haber dado la cara ya que en un estadio de fútbol no puede suceder lo de este domingo. Bajo ninguna circunstancia. Si el Espanyol acaba descendiendo a segunda división, será por méritos propios, una mala planificación deportiva y una propiedad de la empresa china Rastar Group, que controla el 99,35% de las acciones, y que no ha dado una a derechas. Será la primera vez que solo habrá sido capaz de mantenerse en la máxima categoría a los dos años del ascenso (2021) cuando en las anteriores ocasiones que había perdido la primera división (en cuatro más) su resistencia había sido mayor. Todo esto es lo que puede llevar al Espanyol a segunda, no los tres puntos de este domingo.

El infierno de Cornellà, que vimos todos en directo por televisión, de unos jugadores corriendo hacia el túnel de vestuario y temiendo por su integridad física cuando detectaron la invasión de campo no es aceptable en ninguna situación. Y, obviamente, la celebración en el terreno de juego después de conseguir un ansiado título de liga es plenamente justificable. Como también entra dentro de lo normal realizar una rotllana de jugadores y staff técnico en el centro del campo. Los que consideran que unos minutos es una exageración y una provocación deberían pensar antes que estamos hablando de deporte y que la tensión de toda una temporada lo justifica plenamente.

Dicho eso, la diferencia entre el Barça y el segundo clasificado —catorce puntos en estos momentos— y el haberse proclamado campeón a falta de cuatro jornadas da una idea del dominio del club blaugrana en este campeonato. El proyecto deportivo de Xavi Hernández está aún en construcción y camina en paralelo al liderazgo en la entidad que aún debe lograr el técnico. Para que ese engranaje sea el de otros momentos deportivos gloriosos será necesario tener paciencia —algo que siempre falta en el Barça—, un ambiente positivo en el vestuario y una comunión entre la directiva, empezando por su presidente, y el técnico de Terrassa. Porque la situación económica del club sigue siendo muy delicada y será un auténtico quebradero de cabeza durante años si no se quiere que la entidad no pierda su actual personalidad jurídica y se mantenga en manos de los socios.