Reconozcámoslo: el circo de la política no había tenido nunca un timador de la dimensión de Pedro Sánchez en el puesto de mando de la política española. En mis 43 años de profesión, que empezaron con Josep Tarradellas en el Palau de la Generalitat y Adolfo Suárez en la Moncloa, uno ha visto pasar de todo. Y, no seamos ingenuos: las zancadillas no son solo al adversario y el juego sucio está a la orden del día. Pero nada de lo vivido anteriormente es comparable a lo de Sánchez: con el actual presidente del Gobierno, las noticias no aguantan ni unas horas y las portadas de los diarios de papel quedan desfasadas, por importantes que sean, desde el mismo momento en que salen de las rotativas. Se caen más rápido que la fruta madura y, mientras eso sucede, el timador disfruta y disfruta con el caos sembrado.

Quizás piensa que así ponemos el acento en cómo va dejando en la cuneta a Esquerra Republicana primero, después al PNV y, finalmente, a Bildu. Con Podemos y Pablo Iglesias se limita a enviarle a la vicepresidenta Nadia Calviño para desautorizarle y hacer evidente, quizás este es su objetivo, que a los promotores del 15-M y de la revolución de izquierdas se les puede domesticar con puestos en el Consejo de Ministros. Mientras Sánchez consuma su acción, no se habla, por ejemplo, del millón de personas que no han cobrado los ERTE, que son el triple de los que reconoce el Gobierno.

El último episodio vivido con Bildu con motivo de la última prórroga —la quinta— del estado de alarma, consistente en un acuerdo escrito entre la formación abertzale, PSOE y Podemos para la supresión de la reforma laboral del PP, en muy poco tiempo está realmente a la altura del timo de la estampita, el de la loteria, el del nazareno o el del tocomocho. En un par de horas, se pasa de hacer público el documento, que otorga a Bildu unas medallas que irritan sobremanera al PNV, a ser enmendado desde la Moncloa previo uso del típex de uno de sus párrafos. Iglesias responde irritado: "Se derogará por completo" y dirigiéndose al PSOE le envita: "Lo firmado obliga". Arnaldo Otegi le advierte a Sánchez: "Lo que se pacta se cumple". La CEOE, airada, se retira de la mesa de negociación con el Gobierno. Hasta que Calviño rompe el encanto: "No estamos para crear problemas". 

No vamos a ser los catalanes los que exijamos, a partir de ahora, un relator para que certifique los acuerdos con el gobierno español en una inútil mesa de negociación. Van a ser todos los que se reúnan con Sánchez, si no quieren quedar desnudos cada vez que cierran un acuerdo. Lo más sorprendente es que, después de haberlos enredado, Sánchez intentará en un par de semanas una sexta prórroga y habrá formaciones dispuestas a morder el cebo. La magia del poder también es eso.

Hace 48 horas, el presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, ha perdido la mayoría en la Asamblea Nacional que había logrado en las legislativas de 2017. Su formación, La República en Marcha, ha ido perdiendo soporte de los 314 parlamentarios que obtuvo. Este martes se ha quedado con 288 después de que siete diputados disidentes le hayan abandonado y la mayoría absoluta está en 289. Le tocará remar mientras los partidos de la oposición ya le exigen que convoque elecciones. Sánchez no la ha tenido nunca esta mayoría, pero le importa poco. Se siente inmune a la crítica y sabedor de que aunque él sea el caos, no hay alternativa.