Se cumple estos días un año de la fallida investidura de Jordi Turull como president de la Generalitat, del reingreso en la prisión del mismo Turull, Josep Rull, de Raül Romeva, Dolors Bassa y Carme Forcadell y del exilio de Marta Rovira a Suiza. Tres hechos diferentes con un hilo conductor: la represión del Estado español al independentismo. Como estamos viendo ahora en el juicio del Tribunal Supremo -y ya estamos en la sexta semana-, la acusación de rebelión, que es la que justifica la prisión provisional, está lejos de ser probada por más que se empecinen los guardias civiles en describir de una manera apocalíptica los sucesos ante la Conselleria de Economia y el referéndum del 1 de octubre. Violencia, sin ir más lejos, es la de muchos fines de semana en París a cargo de los Chalecos Amarillos. ¿Qué pena habría que pedir contra los manifestantes galos de acuerdo con el criterio del Supremo?

Ha hecho falta que pasara un año para que verdades como puños de aquellos días fluyeran sin cortapisas y se pudieran decir algunas de las evidencias que la lucha partidista y cainita del movimiento independentista y también soberanista no supo, no quiso o no pudo abordar. Hay que agradecer que haya sido Xavier Domènech, el expresidente de los comuns en el Parlament y coordinador de Catalunya en Comú hasta septiembre del año pasado, en que abandonó todos sus cargos públicos, quien se haya cuestionado si estuvieron a la altura ante la investidura fallida de Turull y la amenaza evidente de ingreso en prisión al día siguiente.

Es obvio que no, como no lo estuvo la CUP, y no supieron leer la trascendencia de aquella votación que iba más allá de la investidura de un diputado, ya que suponía el desafío de situar al Estado en el trance de tener que llevar a prisión a un president recién elegido por el Parlament de Catalunya. El arrepentimiento no devolverá la política catalana a aquel momento, es obvio. Pero es honesta la actitud de Domènech. Cabe entender que piensa igual la entonces portavoz de la formación Catalunya en Comú en el Parlament, Elisenda Alamany, que acaba de incorporarse a la lista de Esquerra en el Ayuntamiento de Barcelona. O Josep Nuet, que ha hecho lo propio en el Congreso de los Diputados.

¡Qué importantes hubieran sido los votos de Domènech, Alamany y Nuet hace un año! La historia, al menos en este capítulo, se hubiera escrito, quizás, de otra manera. No fue posible entonces y todo emerge un año después. El volcán que es la política catalana a veces saca verdades irrefutables que nos deberían hacer pensar.