Valdrá la pena recordar la fecha del 17 de noviembre de 2016 y el lugar, la sede de la patronal catalana Foment del Treball, como el momento del cambio de rasante de las instituciones catalanas con la Monarquía española. Un president de la Generalitat llegado al cargo hace tan solo algo más de diez meses, en pleno proceso soberanista, y del que aún, muchas veces, su apellido se pronuncia mal en los cenáculos de Madrid ha pronunciado el discurso más claro, duro y contundente de cuál es la situación de Catalunya respecto a Madrid con dos espectadores de lujo en la sala, el rey Felipe VI y la vicepresidenta del Gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría. La intervención de Carles Puigdemont ante un muy nutrido grupo de empresarios, algunos, importantes, incómodos, pero muchos más satisfechos contiene en muy pocos minutos el Memorial de Greuges más clarificador de la situación actual de las relaciones pasadas y presentes entre Catalunya y España.

Es, sin duda, el discurso más importante de Puigdemont en su nueva etapa política. Sobre todo, porque es casi irrebatible en el sentimiento de una gran mayoría de catalanes respecto al maltrato del Estado en lo que respecta, entre otras cosas, a la financiación autonómica, los problemas en las infraestructuras, la judicialización de la vida política y el deseo de celebrar un referéndum de independencia acordado con el Estado. Fue una lástima no saber qué pensaba el Rey, ya que, como es costumbre, venía de Madrid con un discurso escrito, sin la más mínima referencia a Catalunya, y del que no se apartó ni un milímetro. Soraya Sáenz de Santamaría, la ministra encargada de la carpeta catalana por decisión del president Rajoy para esta nueva legislatura española, no habló en público en esta ocasión y se evitó así la repetición de lo sucedido hace tres años cuando el entonces president de la Generalitat Artur Mas no asistió al acto anual de la patronal catalana por el papel subsidiario que le reservaron Foment y Moncloa.

El Rey sí había hablado, en cambio, en Madrid sobre Catalunya durante la sesión solemne de apertura oficial de la recién estrenada legislatura española. Allí, en la carrera de San Jerónimo y ante las principales instituciones del Estado, habló de respeto y de observancia de la ley, del acatamiento de las sentencias del Tribunal Constitucional y de que España no podía negarse a sí misma tal y como es, ya que no podía renunciar a su propio ser. Tampoco podía renunciar al patrimonio común y desde el que pidió seguir edificando un futuro compartido. Un discurso en perfecta sintonía con las posiciones del Gobierno del PP pero también con lo expresado por PSOE y Ciudadanos. Dos discursos, el de la mañana y el de la noche, tan alejados como la distancia que existe hoy entre las ciudades en que fueron pronunciados y la diferencia horaria en que se produjeron.