La historia se repite: igual que en el primer gobierno de Pedro Sánchez, el ministro de Cultura Màxim Huerta duró en el cargo solo una semana al conocerse que había cometido fraude fiscal entre 2006 y 2008 y provocó la primera crisis del Ejecutivo, en esta ocasión ha transcurrido un poco más ―dos semanas― y el gobierno de coalición entre PSOE y Podemos ya está lidiando con su primer cisma. En este caso, además, el socavón es importante, ya que el ministro del que se pide la dimisión es José Luis Ábalos, ministro de Fomento y número tres del PSOE. O sea, un auténtico peso pesado socialista, y un estrecho colaborador de Sánchez.

Si algo aprendió el presidente del Gobierno de la anterior legislatura es que no está dispuesto a ir cesando a los ministros y que siempre dispone de instrumentos ―la comunicación, uno de ellos― para enfriar el debate público. Así, después de cesar a las pocas semanas a otra ministra, Carmen Montón en Sanidad, por sus irregularidades en un máster, cambió de estrategia y blindó contra viento y marea a la titular de Justicia Dolores Delgado, en la picota después de que aparecieran unas conversaciones suyas con el excomisario Villarejo. Se acabaron las dimisiones, dijo.

En esta ocasión, la metedura de pata de Ábalos negando una reunión con la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, aceptando después que se habían visto pero no reunido, y poniendo encima de la mesa este sábado una tercera versión, ha situado al ministro en el disparadero de salida. No pasará, porque Sánchez no se lo puede permitir y abriría una crisis profunda y daría artillería a la oposición. Pero tiene todo un problemón, porque se juntan en la actuación de Ábalos una crisis con la UE, un problema ético como haber mentido y un lío con los Estados Unidos. 

El hecho de que Ábalos haya salido diciendo que no piensa dimitir y Sánchez le haya apoyado no es otra cosa que un intento de apagar el fuego. Pero hay tema para rato, lo quieran o no Ábalos, Sánchez e Iglesias (inteligentemente mudo). Cosas que tiene la política: su primera crisis no ha sido por Catalunya.